sábado 18 mayo, 2024
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«CINÍSIMO»: El exorcista, franquicia e ícono cultural

“The Exorcist” ha hecho ya su gran entrada al remake televisivo con una serie. 

“The Exorcist” (Friedkin, 1973) es sin lugar a dudas un clásico del género de terror, y en su época realmente sacudió a la sociedad, gracias en parte al ‘grito en el cielo’ con que la Iglesia Católica objetó la cinta y a una ingeniosa campaña publicitaria que magnificó episodios de desmayos, soponcios y hasta un mítico paro cardiaco, entre aquellos que osaban ver la temible película.

 

Debo confesar que a mí no me parece una gran película, y dado el indiscutible talento de William Friedkin, en conjunto, me defraudó.

 

Friedkin, quien se había establecido entre la élite de Hollywood tras su excelente labor en “The French Connection”, tiene la virtud de armar un drama convincente y bien actuado, con base en una historia bastante simple; pero realiza un trabajo muy disparejo en el armado de los recursos específicos del género.

 

De ese modo, el filme tiene momentos de fino y sordo terror (como cuando el tic tac del reloj de pared en Irak se detiene mientras Merrin sostiene la figura diabólica), junto a otros verdaderamente vulgares y patéticos (como el célebre guacamolazo con que Regan, poseída, reacciona tras sucumbir a una emboscada intelectual de Karras).

 

“The Exorcist” es, desde esta perspectiva, al presentar de modo tan transparente sus virtudes y defectos, el epítome de un subgénero que prácticamente fundó (salvo por “Rosemary baby” y “Bad Seed”): El satanismo o posesión satánica, lamentablemente saturado de numerosas películas basura, con muy pocas y honrosas excepciones.

 

Otro asunto digno de mención es que a menor formación religiosa del espectador, menor efecto atemorizador de la película. El terror del espectador requería de un sustrato formativo que con los años es cada vez menos universal.

 

Cuando en los años 90 la película fue reestrenada con el añadido de las “escenas nunca antes vistas” (y una clasificación de apenas para mayores de 17 años), resultó evidente su avejentamiento y desgaste, generando pocos sustos e inclusive muchas risas entre la nueva audiencia juvenil, que abrevó de sus padres y la cultura popular el icónico terror que alguna vez causó.

 

De las inevitables secuelas fílmicas, la 2ª parte de “The Exorcist” (1977) fue sin lugar a equívocos, infame y mediocre pese a contar con John Boorman en la batuta y Richard Burton en el estelar… Pero la 3ª parte (realizada en 1990) no está nada mal.

 

La dirige William Peter Blatty, el autor de la novela original, quien retoma la historia justo donde termina la primera: Karras poseído pero muerto (aparentemente) y el detective Kinderman herido moralmente por el sacrificio de su amigo sacerdote. Y pese a su novatez como director, Blatty logra darle la densidad y dignidad que la secuela previa nunca imaginó alcanzar.

 

En 2004 y 2005 surgen dos precuelas, por culpa de la inefable idiotez de los ejecutivos del estudio… Una, la de la clásica cinta de Friedkin, le fue encargada primeramente a Paul Schrader, célebre guionista de “Taxi driver” “Last temptation of Christ” o “Raging bull” y que había mostrado con la batuta un refinado gusto por la belleza formal (en “Mishima”, o “Cat people”, por ejemplo).

 

Schrader hizo un bizarro e intenso drama psicológico: Más que terror, el trance en esta cinta es fruto de una pesadilla moral (de la asfixia y el terror por la culpa de Occidente). El horizonte es inquietante y de gran calado (el horror del nazismo, la evangelización de África, etc.), como marco para un nuevo duelo (el primero) entre Merrin y su clásico adversario.  

 

Sin embargo, se logra percibir en el film (pese a que nunca tuvimos realmente la oportunidad de ver el producto final como era debido) una de las debilidades básicas de la cinematografía de Schrader: Sus terceros actos suelen ser algo flojos.

 

En cualquier caso, al estudio no le gustó el filme de Schrader y antes de entrar a postproducción, queman sus naves: Cambiaron al director (ahí entra Renny Harlin) y a la actriz, y la rodaron prácticamente otra vez.

 

Se llamó “Exorcist. The Beginning” y la lanzaron al mercado con bombo y platillo. La versión de Harlin era un producto totalmente convencional: demonismo de cuarta, con los mismos viejos trucos y recursos del género y de la franquicia, todo para colmo refriteado sin alma ni entereza. El artesano paradigmático de Hollywood haciendo una secuela de plástico, que fracasó espectacularmente en taquilla.

 

Ante el rotundo fiasco, el estudio hace una maniobra desesperada para recuperar algo de dinero: Retoman el material de Schrader, lo posproducen de prisa y mal y lanzan el film a los pocos meses como “Dominion: Prequel to the Exorcist”.

 

De hecho, mucha gente ni supo que se trataba de dos versiones distintas. Y, claro, ni se asomaron a verla. Desperdiciaron el prometedor aunque denso film (luego pobremente terminado) por una pieza rutinaria que a nadie satisfizo… ¡Ah, los ejecutivos!

 

Como no podía ser de otro modo, “The Exorcist” ha hecho ya su gran entrada al remake televisivo, con una serie estrenada por Fox en septiembre pasado. No he podido ver sino un puñado de capítulos, pero evidencia una razonablemente buena factura técnica, un sólido trabajo actoral y un guión de buen nivel.

 

Dibujada como una sutil secuela, la serie inserta el drama personal de la posesión demoniaca en un contexto religioso y político de alcance global: con el súbito surgimiento de una ola criminal y la inminente visita del nuevo Papa a la ciudad de Chicago. Habrá que prestarle atención, al menos, a esta primera temporada, pero desde ahora se nota un cuidado en recuperar y referenciar varios de los temas del demonismo y la posesión, más allá de la franquicia original. 

 

 Oclaojomonroy phixr

Alberto Monroy @iskramex. Citando a un clásico: “Estudió cómo cogen las ballenas en la Universidad del Congo; cumplirá 96 años el próximo verano”.

 

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