El triunfo de Trump se suma al avance del populismo en distintas regiones del mundo.
El mundo en vilo. El pasado martes 9 de noviembre se registró uno de los fenómenos más fascinantes (por su desarrollo) y al mismo tiempo más inquietantes (por sus resultados) de la historia moderna. Millones de personas en todo el planeta seguíamos / transmitíamos desde la televisión los resultados del proceso para renovar la presidencia de Estados Unidos. Y de la sorpresa pasamos al pasmo. Incrédulos presenciamos, narramos lo inimaginable: el triunfo de Donald Trump.
Sin embargo, al paso de los días y en un intento por explicar la sinrazón, se pueden encontrar elementos que anticipaban ese catastrófico resultado. En primer lugar, lo cerrado de las encuestas: la mañana de ese fatídico día, la diferencia a favor de Hillary Clinton era de apenas 2%. Metodológicamente eso significaba un empate técnico. La moneda estaba en el aire. No había nada para nadie.
Luego, esos sondeos (la mayoría elaborados por los poderosos medios de comunicación) fueron incapaces de atender la situación del ciudadano “de a pie” y su profundo malestar social con los dos candidatos más desacreditados en la historia reciente de Estados Unidos. Como lo escribí en entregas anteriores, la opción era entre lo malo y lo peor. Desafortunadamente, eligieron la peor.
En tercer lugar, la ex secretaria de Estado se empeñó en construir un discurso que prometía la continuidad del mandato de Barack Obama. No supo leer que, pese al carisma y los altos niveles de aceptación del mandatario, sus promesas incumplidas se tradujeron en decepción social. El hoy presidente electo, por el contrario, elaboró una narrativa antisistema, “despotricó” contra los resultados de una política económica (de la que, por cierto, él mismo se ha beneficiado), y prometió romper el círculo vicioso que mantiene a millones de estadunidenses enojados y decepcionados por la falta de oportunidades, de empleos, de proyectos.
Por último, el republicano fue eficaz al acusar a Clinton de ser cómplice/beneficiaria de ese sistema político-económico. Eso fue lo que escucharon mujeres, minorías, jóvenes y afroamericanos, esos grupos que parecía que apoyarían a la candidata demócrata. Pesó más el hartazgo contra el establishment. Se impuso el discurso del odio.
Añadiría un factor adicional, de carácter externo. El avance del populismo en el mundo. En Europa, el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP, por sus siglas en inglés) ganó al imponer un discurso antieuropeo, cuyo resultado más contundente fue el Brexit.
En Alemania, el grupo Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida, por sus siglas en alemán), ha radicalizado sus protestas xenófobas contra los migrantes. Mientras que en Francia, el Frente Nacional que encabeza Marine Le Pen, un partido ultranacionalista y antieuropeísta se convirtió en diciembre pasado en la primera fuerza política de ese país y amenaza con tener un avance importante en las elecciones presidenciales del próximo año.
El partido Aurora Dorada de Grecia, con ideología neonazi y fascista, propone sellar las fronteras con minas antipersona, vallas electrificadas y guardias. Esta fuerza política es el partido más votado por los jóvenes de 18 a 24 años y también por muchos jubilados empobrecidos por la crisis.
Sin embargo, no hay que ir muy lejos. En nuestro continente proliferan los movimientos de perfil populista y mesiánico que valdría la pena revisar como ejemplos, para evitar que México caiga en esas tentaciones.
Echar las barbas a remojar
Cual si fuera un virus que se disemina, muta y contagia en distintos puntos de América Latina, el populismo avanza. Líderes mesiánicos prometen bienestar y dedican sus discursos a los excluidos, los ignorados, los resentidos, los perdedores.
Los convierten en carne de cañón de un ejército del que se autonombran comandantes y profetas. Tienen nombre y apellido: Fidel y Raúl Castro, Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Evo Morales, Daniel Ortega, Rafael Correa, Andrés Manuel López Obrador.
Hoy, a esa lista debemos agregar el de Trump. El fenómeno mediático, el empresario exitoso que evade impuestos, el hombre misógino y cínico, el racista, el antimexicano, el antimusulmán, el constructor de muros que se edificó a sí mismo como la promesa por venir, dando la espalda a un modelo económico que naufraga.
Con un discurso estridente e ideas sencillas pero contundentes, Trump le habló al ciudadano promedio en palabras que podía entender, le hizo aflorar sentimientos que ya estaban ahí: el enojo, la frustración, el desencanto, la rabia, la nostalgia por un pasado mejor. Llenó la falta de futuro con la vuelta al pasado. Make America great again fue su eslogan con el que prometía devolver a Estados Unidos los empleos perdidos, la gloria pasada, el éxito extraviado.
En nuestro país hay mucho temor ante el resultado electoral del 9 de noviembre y la gran pregunta es: ¿cómo blindarnos de la amenaza del muro fronterizo, de las deportaciones masivas, de la separación de las familias, del discurso misógino, de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América Latina (TLCAN) y del proteccionismo?
Hannia Novell. Licenciada en Ciencias de la Comunicación, realizó estudios en Periodismo, Literatura y Seguridad Nacional en diversas instituciones como la Universidad Iberoamericana, el Centro de Comunicación, Radio Educación y el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM). Especialidad en corresponsalía de guerra en La Universidad de Jerusalem (Israel) y una especialidad en comunicación política en George Washington University. Titular del noticiario estelar de Proyecto 40 en su edición nocturna.