martes 14 mayo, 2024
Mujer es Más –
IVONNE MELGAR

«ELLAS EN EL RETROVISOR»: Ganó la misoginia

La descalificación que Trump hizo de las mujeres no tuvo un costo electoral. 

En la espera de las elecciones estadounidenses, hace una semana nos preguntábamos si una eventual derrota de Hillary Clinton era extensiva para el género femenino.

 

“¿Y si pierde ella, perdemos todas?”, titulamos nuestra entrega anterior al recordar que la campaña de Donald Trump se había caracterizado por expresiones misóginas.

 

Porque más allá del rechazo del futuro presidente de Estados Unidos a la inmigración –una postura que podría tomarse como parte de una perspectiva económica–, el republicano mostró su idiosincrasia en los comentarios sobre las mujeres.

 

El 16 de septiembre se hizo viral el audio en el que años atrás Trump había presumido de su éxito con el género femenino.

 

“Cuando eres famoso, simplemente puedes venir y agarrar a las mujeres por la vagina”, comentó en una típica conversación de varones.

 

Se dijo que aquel comentario había transcurrido en la privacidad, como sucede cotidianamente en los vestidores de un club o gimnasio.

 

Pero cuatro días más tarde, en el tercer y último debate con Hillary, el abanderado republicano ventiló públicamente la dimensión de una misoginia verbal.

 

“Qué mujer tan despreciable”, masculló Trump mientras su competidora estaba en el uso de la palabra.

 

“Se ha demostrado que eres una mentirosa y esto que dices es otra mentira más”, impugnó en otro momento de la discusión.

 

La descalificación que Trump hizo de las mujeres no tuvo un costo electoral.

 

Mientras la candidata se quedó con el 54% del voto femenino, él sumó el 42% de ese respaldo, según el análisis realizado por Jorge Santibáñez, director de la Fundación Juntos Podemos, dedicada a proyectos en beneficio de la comunidad mexicana en EU.

 

De acuerdo con el balance del académico, hace cuatro años Barack Obama obtuvo un mayor apoyo de las mujeres, con el 56% de sus votos.

 

Entonces, en 2012 el republicano Mitt Romney se quedó con el 44% del aval femenino.

 

En el caso de la población latina, las mujeres fueron todavía más cercanas a la candidata perdedora, con el 67% de los votos del género.

 

Pero al final de cuentas, Trump ganó con un significativo visto bueno femenino.

 

¿Por qué? ¿Por qué las estadounidenses no lo castigaron? Porque la misoginia es parte de sus vidas como de las nuestras.

 

Porque estamos “acostumbradas” a que se ofenda a “las pinches viejas”, como se les descalifica en México a las mujeres que osan ser parte de los códigos del poder históricamente masculinos.  

 

Sí: la misoginia es el yugo milenario que sustenta la mutilación del clítoris en sociedades de África y Medio Oriente.

 

Sí, la misógina, el desprecio a las mujeres, la pretensión de su inferioridad y de su obligado sometimiento a los hombres, existe ahí donde se les mata a pedradas o donde se castiga con la horca el ejercicio de su cuerpo.

 

Se me dirá que esas expresiones están al otro lado del mundo y que no nos competen.

 

Pero no: la idea de que las mujeres valen por sus atributos físicos o por el valor que los varones les atribuyen, es una realidad punzante y cotidiana.

 

Y en el plano laboral y político, donde la presencia femenina es sin duda un signo de empoderamiento, la violencia verbal y psicológica persiste.

 

Claro que el ser mujer cuenta, y mucho, en las competencias electorales, donde la descalificación se centra en subrayar la debilidad física, emocional y moral del personaje.

 

“Mentirosa” y “despreciable”, esas fueron las etiquetas que Trump le colgó a la ex secretaria de Estado. Y esas etiquetas pesaron más que la inteligencia, la capacidad y los talentos políticos que propios y extraños le reconocen.

 

Porque en el mundo de la misoginia, una mujer brillante es sinónimo de ambiciosa. Y una mujer dispuesta a resolver conflictos de poder, es una mentirosa.

 

Porque mientras ellos pueden ser serios, parcos y aburridos en las campañas, ellas nunca dan el ancho: o les falta calidez o se pasan de maternales; o parecen muy militares o tienen déficit de empatía.

 

No, señores y señoras. No es un problema personal. No fue Hillary. Es la misoginia. Esa de la que todos cargamos un gesto, un prejuicio, una palabra, un impulso.

 

Claro que su derrota es la de todas. Y no porque la señora Clinton sea una patética política del status quo. No.

 

Es la derrota de todas porque ni siquiera nosotras sabemos reconocernos en la misoginia que seguimos transpirando cuando les regateamos reconocimiento a las mujeres que son jefas, cuando las calificamos por su apariencia física, cuando gritamos “pinche vieja menopaúsica”, o “anda en sus días” y criticamos a quien “se atreve” a andar con un chamaco…

 

Es la derrota de todas porque en una sociedad donde los méritos salen sobrando, nos enojamos por los misóginos comentarios de un magistrado, aunque en el fondo sabemos que no estaba mintiendo, que tanto aquí como en Estados Unidos la inteligencia de las mujeres no tiene prioridad ni manda, ni va por delante. 

 

 

 

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