jueves 21 noviembre, 2024
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COLUMNA INVITADA

«DESDE WASHINGTON»: Debate entre el Payaso Blanco y el Augusto

Expertos calculan una audiencia del debate Clinton-Trump similar a un juego del Super Bowl.

Nadie se quiere perder la pelea del siglo, el primer round entre los dos candidatos presidenciales con los índices más altos de impopularidad en la historia de Estados Unidos. Si fueran las luchas, describiríamos la contienda como “Máscara contra Cabellera”, porque a ella se le acusa de mentirosa y a él de portar horrenda y artificial melena. Y si no hubiera tanto en juego, hasta podríamos disfrutar del espectáculo. Desgraciadamente del resultado de este encuentro depende no solamente el destino del país más poderoso del mundo, sino de la humanidad entera.

Esta noche, a las 21:00 horas (20:00, tiempo del centro de México), Hillary Clinton y Donald Trump se enfrentarán finalmente cara a cara en un debate televisado que se calcula será visto por 100 millones de personas, una audiencia que normalmente sólo atraen eventos como el Super Bowl. De ahí que muchos comentaristas estén usando analogías deportivas para hablar de ello. Utilizando términos pugilísticos, podríamos decir que Clinton ha estado entrenando todo el fin de semana, flexionando los músculos del intelecto y armándose de cifras, datos y estadísticas; es decir, está lista para una pelea de box, cuyas reglas fueron creadas por el marqués de Queensberry. El problema es que la nobleza no le viene bien a Trump, quien prefiere la lucha libre y seguramente se subirá al cuadrilátero sin guantes y dispuesto a dar golpes bajos. O más en lo suyo, crear un espectáculo.

En ese sentido, el debate lo ganará quien logre imponer su terreno de juego, subir o bajar el nivel del otro. Si el Trump que aparezca esta noche—ya que como buen showman ajusta su estilo y mensaje a la audiencia— se presenta como moderado, senatorial y “presidenciable”, perderá en el campo que domina sin problema la ex secretaria de Estado. Si por el contrario, regresa al estilo insultante y descarado que le funcionó tan bien en las Primarias, habrá que ver como responde Clinton. Porque finalmente, más que una pelea de box, la analogía que funciona mejor para el debate es la de un circo en el que se enfrentarán dos payasos. Y lo digo sin el ánimo de ofender. En el circo tradicional, que es un espectáculo de primer nivel en Europa, al principio sólo había un payaso, el Blanco, quien tenía todo el escenario a su disposición. A pesar de que el Blanco pretendía mostrarse como serio, moderado y responsable, su vestimenta y cara cubierta de harina denotaba que lo suyo era también una simulación. Con los años hizo falta añadir a otro payaso que le diera replica al Blanco y ayudara a poner en mas claro relieve la falsedad de sus pretensiones.

El Augusto, era un creación opuesta al payaso Blanco. Su vestimenta era de colores chillantes, sus zapatos mucho más grandes que sus pies y portaba una enorme nariz de pelota roja y casi siempre llevaba una trompetilla para hacer ruido. El Augusto no seguía las reglas de la lógica y su disruptiva rutina tenía como objetivo poner en evidencia la mentira que se escondía detrás de la supuesta seriedad del payaso Blanco. El triunfo del Augusto se medía en proporción a su habilidad para “sacar de quicio” al Blanco. En este escenario circense, Clinton es el payaso Blanco que representa al sistema que por décadas sólo tuvo que compartir el escenario con otros payasos Blancos que obedecen las mismas reglas. La inesperada aparición del Augusto representado por el estridente Trump, ha modificado completamente la pista y saldrá airoso sólo aquel que se sepa ajustar al nuevo terreno. 

La pregunta es ¿qué tan lejos permitirá Clinton que el payaso Augusto la saque de sus casillas y la trate de arrastrar a su nivel? Si Trump se presenta como el irracional payaso esta noche, Clinton habrá de resignarse a que en lugar de diálogo, puesto que no se puede discutir con un necio, lo que habrá es un monólogo alternado. Lo importante, en cualquier caso, es no seguirle el juego al payaso; en todo caso, tratar de elevarlo a su nivel. Ahí Trump estaría perdido. 

 

 

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