viernes 06 diciembre, 2024
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IVONNE MELGAR

«ELLAS EN EL RETROVISOR»: La mirada de Angela y el Brexit

Las emociones frente al dominio escénico.

Cuando tuve el privilegio profesional de cubrir las actividades cotidianas de la Presidencia de la República, experimenté dos emociones inolvidables frente al dominio escénico de líderes políticos internacionales: el encanto frente a la sonrisa hechicera de Tony Blair, y temblar de nervios ante la mirada de perdonavidas de Angela Merkel.
Vienen a mi recuerdo esos rostros contrastantes, justo en el inicio de un verano que convulsiona al mundo desde la Gran Bretaña, donde el referéndum del 23 de junio favoreció la idea de su salida de la Unión Europea.

Pendiente siempre de lo que declaran mis dirigentes europeos favoritos, he leído con estupor la entrevista del ex primer ministro inglés al periódico El País el fin de semana anterior.

Tony Blair no ocultó sentir una profunda pena por su sucesor David Cameron. Y compartió su interpretación del significado del Brexit para el mundo: “es la prueba de que la política insurgente puede tomar un país, y entramos a una era de una imprevisibilidad insólita y de gran ansiedad”.

Es la reflexión de un hombre de poder que se distingue por buscar la empatía. Ésa fue, al menos, mi impresión en los pasillos de Davos, Suiza; en el Foro Económico Mundial, en enero de 2007. El primer ministro inglés caminaba como si fuera un espectador sin cargo de gobierno, en ese espacio que anualmente reúne a los interesados en los vaivenes del capital.

Blair repartía saludos con un rictus de inocultable entusiasmo, y sus vivaces ojos azules hacían contraste con una tez blanca, casi pálida.

Pienso en ese gesto amable del hombre que durante una década condujo la administración pública inglesa, mientras leo su advertencia: “Abandonamos la mejor unión política y el mayor mercado comercial del mundo. No veo cómo puede producir otra cosa que no sean consecuencias adversas”.

En el otro extremo de las emociones políticas, escucho este martes 28 de junio el tono golpeado con el que la canciller Angela Merkel habló desde el Parlamento alemán para dejarle en claro a los ingleses que, al salirse de la Unión Europea, perderán todos los privilegios que ésta implica.

Imaginé el enojo que aún carga la mujer más poderosa de ese continente, cuya sonrisa no logra borrar nunca ese gesto de control que la caracteriza, mismo que padecí de manera literal en una conferencia de prensa conjunta con el entonces presidente Felipe Calderón, en mayo de 2010.

Fue la tercera vez que el segundo mandatario federal panista viajó a esas tierras y a mí me tocaron todas esas giras. Pero, en dicha ocasión, me correspondió preguntar en la conferencia de prensa que él y su anfitriona, la canciller, ofrecieron en la estancia presidencial de Bonn, ciudad capital de la República Federal Alemana hasta que cayó el Muro de Berlín.

Como se trataba de una cumbre ministerial sobre medio ambiente, Merkel pidió a los presentadores que aclararan a los periodistas que éste sería el único tema que ambos abordarían. Pero nosotros, los de la fuente presidencial mexicana, necesitábamos “nota”. Era domingo y en las redacciones tenían la expectativa de que enviaríamos información de coyuntura.
Así que con toda la pena del mundo, me salté la regla anunciada por los alemanes y le pedí al presidente Calderón una postura sobre el freno que en aquel momento le habían puesto los priistas en el Congreso a la agenda legislativa.

La canciller me fulminó con la mirada y a medida de que el traductor le decía de qué se trataba mi pregunta, interrumpía para casi gritarme que eso no estaba permitido, que me limitara al asunto ecológico.

Respiré profundo y, al advertir que el mandatario mexicano sonreía socarrón por el coraje de su homóloga, me envalentoné y dije: “Perdón, no entiendo alemán, no escucho”. E insistí en mi cuestionamiento.

Calderón respondió a las inquietudes de la fuente que le daba cobertura cotidiana a sus tareas, al tiempo que la mujer más poderosa del mundo, según la revista Forbes, me clavaba unos ojos de desaprobación inmisericorde.

Esa actitud frontal, sin protocolos de por medio, vino a mi mente cuando escuchaba el veredicto que lanzó a los ingleses a cinco días del Brexit: “Quien quiere salir de esta familia, no puede esperar perder todas las obligaciones, pero mantener todas los privilegios”.

Asumiendo la conducción del futuro los europeos unidos, Angela Merkel ha dicho en el Bundestag, la Cámara Baja del Parlamento alemán, que no está dispuesta a transigir en la pretensión británica de “picotear” en el pastel de la UE para elegir las cosas que sí les gustan, despreciando las que no. Porque “el paquete es completo”, argumentó.

“Sólo se logra acceso al mercado común para quienes aceptan las cuatro libertades fundamentales europeas: de personas, bienes, servicios y capital”, definió la canciller.

Revivo aquel gesto de contrariedad por una reportera que se salió del guión. Y pienso que de esa mirada sin concesiones, ajena al reclamo de los aplausos, depende ahora mismo el rumbo de la globalización.

¿Será que los ojos de Angela logran sortear la nube descrita por Tony?

 

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