Por: Cut Domínguez
Domingo lluvioso en tarde veraniega y triste. Tu ausencia crece más que el silencio que lo cubre todo, pero sin resguardar nada del vacío que hay en mi pecho. La música te acerca y yo la uso para invocarte como se invoca a los espíritus. Enciendo velas en tu nombre esperando acerques luz a mis cansados ojos, cuya apariencia son un par de hilachas viejas. Esta necesidad apremiante de encontrarte ya me resulta insoportable. Te ofrezco hasta lo que no tengo, solo porque aparezcas y puedas darme todo como fue tu cotidiana y amorosa costumbre.
Los días parecen todos iguales. En cada segundo del día, brilla la precariedad. Y pasan con voz grave y lenta. Es que ya no hay espacio en mi cuerpo arrullando tu recuerdo, porque estás en cada parte de mí. De igual modo, me excedes. ¿Quieres saber algo? Te necesito tanto que me duele. Inventaría mi propio desafío y cerraría los ojos para dejar de verte en todas partes. Los aplastaría con mis manos para vaciar las lágrimas que empapan el líquido prometido a mi organismo. Me arrancaría cada uno de mis cabellos sintiéndose abandonados sin tu respiración, agitándolos e invitándolos a volar sin rumbo.
Me quitaría la piel y clavaría mis uñas para desgarrar la carne que se pudre. Escarbaría entre mi sangre solo para encontrarte. Juntaría toneladas de harapos de este manto de células que me envuelve. ¿Existe alguien que haga semejantes locuras? Claro, quien te añora. Y perdería cada parte de mi ser, para no tener que escuchar el silencio de tus besos perdidos, de tus caricias errantes.
Me hundiría y nadaría en los músculos de mi torso buscando detener ese constante tic–tac que marca los días ausentes, pasajeros, sin retorno. Con un alejamiento doloroso, el tuyo. Incendiaría mi alma hasta obtener cenizas de tu memoria. Me opongo a ser acariciado por tus manos tibias y pequeñas desde una existencia interrumpida; quiero decirte y escuchar palabras dulces, tiernas, en un ritual amoroso. Tú acompañada de tus plantas y flores, yo dedicándome a la escritura (estoy escribiendo). Pero no estás y lo sé aunque no quiera.
La resignación, esta vieja compañera, solo me deja soñarte, pensarte, recordarte, imaginarte, fantasearte, añorarte, implorarte, amarte hasta extrañarte y odiarme por no estar ahí. Salgo al patio de la casa cada noche para gritar al cielo: ¿Dónde estás?
Te doy mi aliento fatigado por tu alejamiento. Toma mi piel seca y agrietada aún más sin las sonrisas que dieron vida a mis letras. Toma mi corazón envejecido, ajado. Es tuyo. Para que no quede más prueba del dolor de no tenerte y de necesitarte tanto como a la muerte. Te doy todo de mí y no te doy nada, de esa manera no dejarás de estar ausente. Entonces, tu recuerdo no se apropiará de mi doliente cuerpo, que se derrite como velas encendidas en la oscuridad de tu alejamiento.