- “…que se pueda decir he vivido, yo he vivido”
Por: Cut Domínguez
Eran las nueve de la mañana ya se respiraba el atardecer de 2023. Apoyándose en unos zapatos de tacones torcidos, expiaba desde la ventana el amplio jardín lleno de flores secas y quebradizas, varias matas de noche buena, el limonero y demás árboles frutales se alzaban a lo lejos benévolos y cómplices. Después de un ligero baño, alimentó, como solía hacer día a día, a la población de gatos, conejos, patos, gallinas y al gallo señorón. Un mal presentimiento anunciaría que ese no era buen amanecer. La sala de su modesta casa le pareció de pronto una celda de monjes. El dolor agudo en medio del bajo vientre estaba de regreso.
El viejo sofá donde cada tarde acostumbraba ver televisión, ahora recibía un cuerpo afligido y triste. Ni la risa forzada disimuló el dolor que sintió; en cierto modo, pese a su rechazo a las ambulancias -no las podía ver ni dibujadas-, abrió sus puertas, para luego ser conducida hasta el hospital más cercano, donde le recomendaron hacerse estudios a detalle y recibir los medicamentos que mitigaron la molestia.
Nos conocimos décadas atrás en una colonia popular del oriente de la Ciudad de México. Cierta ocasión, en una fiesta del barrio la invité a bailar. Conversamos y aproveché el momento para regalarle un antiguo disco de vinilo. Su agradecimiento fue algo distante, aunque una leve sonrisa denunció que éste estaba sometido al dominio de la afinidad. Durante el resto de la velada bailamos y la charla siguió, tan solo para llegar a la siguiente conclusión: que además de ser bella también era retraída, pero igualmente tierna y sabia; más aún, una mujer encerrada en sí misma como cajita de música en un sótano cualquiera, que aparentemente la poesía no le decía mucho, que lloraba demasiado en una privacidad inventada, que tenía un alma atiborrada de recuerdos que cabían en ocho o más horas de jornada y un largo etcétera.
El cariño entre nosotros surgió de inmediato, aunque nos veíamos de modo ocasional con algunas contrariedades. Además de tener empleo fijo, siempre fue ejemplo de buena hija y hermana; yo, por lo contrario, cargaba sobre mi seca espalda el señalamiento de “NiNi”, mote que imprimió entre despectivo y burlón José Narro Robles, exrector de la UNAM. Escenario que incomodó a nuestras familias. “¿Quién es ese güero de rancho?”, llegué a escuchar en tono desdeñoso a cierto miembro de su prole. El tiempo no se detuvo y menos el sentimiento. Ahora bien, de los detalles más sencillos nació un cariño intenso. Su mirada, su fingida sonrisa, su piel canela, toda ella.
Pasaron semanas, meses y una tarde de lluvias primaverales, cuando regresaba de laborar, la miré con ternura y decidimos volar juntos; pero de ningún modo enlazados, aunque eso sí inspirados (ahora lo recuerdo) por La parábola del amor de la vieja leyenda Sioux. De esa unión la vida nos regaló nuestra mayor fortuna: Paco, Diana, Diego y Rodrigo. Hijos de quienes ambos siempre estuvimos orgullosos, gracias a ser honestos, trabajadores y amorosos; y que decir de Diana cuyo rechazo a la frivolidad hizo, entre otras cosas, negarse a posar para la revista Vogue México poco después de cumplir 20 años de edad. Entonces, ninguno de nosotros imaginó el infortunio que llegaría con los años. Nuestro universo de paz y tranquilidad estalló en mil pedazos con la revelación recibida. Todos estábamos en el ojo del huracán. Ella enmudeció.
A mediados de diciembre pasado en casa de Paco, mi hijo mayor, la tortura reapareció con una punzada instantánea que no solo le quebró el cuerpo sino también el alma. Un médico gastroenterólogo particular hizo los estudios pertinentes y sugirió ingresarla a un sanatorio. De inmediato fue llevada al hospital del ISSSTE, de Río Churubusco y Avenida Universidad. Allí el cirujano oncólogo confirmó el diagnóstico: “Su mamá tiene cáncer de colon”. Para mi hijo la ratificación fue un helado desconsuelo y ella denunció en su cara señas de trauma.
En los siguientes 25 días el inmenso nosocomio fue testigo de noticias buenas, otras no tanto; pero el sufrimiento parecía eterno. De las primeras, no padecía metástasis. Más adelante resistiría dos cirugías, la herida de la primera se le infectó, “tiene problemas severos de anemia, entre otros padecimientos” dijo el especialista. Sin embargo, las peores revelaciones estaban por llegar. El pasado martes 28 de mayo, en consulta regular escuchó: “Tienes afectados los riñones y el páncreas y sigue la anemia. Te puedo internar, medicinar y practicarte otra cirugía para diciembre. Aunque las posibilidades de éxito son 10 entre 100, ¿qué dices?”. Una mujer convertida en fantasma esforzándose afirmó: Sí, ¡quiero vivir!
Los siguientes meses fueron de una espera llena de pesar en casa de Paco, con el apoyo y cuidados de mis nietas Fernanda y Marijose. Unos ángeles. Poco después fue trasladada al domicilio de Diana, quien vivió momentos de congoja. Madrugadas de angustia. Seis días posteriores de padecer gastronteritis -y saber lo que es el sufrimiento (hospitalizado)-, a las 6:30 de la mañana, de julio, la última llama de esperanza se extinguió. “Toma algo de ropa papá nos reuniremos con Paco, mi mamá murió hace rato”, susurró Rodrigo, el benjamín de la familia. “Ayy noo”, intenté hilar palabras con voz vacilante y triste. Nos abrazamos. Mi corazón se desgarró.
Dejaste de existir a kilómetros de distancia mientras yo te pensaba y, fiel a tu costumbre, ahora descansas apacible. Dentro de nosotros no hay pena, ¡qué duda cabe! En el vagón del existir hubo sentimientos malos y afortunados; eso sí, más de los segundos. Recuerdo en una de las pocas ocasiones de riña, Diego con autoridad la aplacó. Tampoco olvido esa malograda separación. No me sorprende que en la novela de nuestros sueños somos los protagonistas y, menos aún, que el destino, haciéndose nuestro cómplice, siempre jugó a reunirnos.
En ocasiones te miraba y pensaba ser un espíritu, tus ojos eran un imán para mí; no obstante, cuando me veías lo hacías con olor a rosas, hortensias y azucenas. Que dulce sensación era perderse en ti, que placentera sensación sentir tu mejilla rozando la mía. La vida es bella y generosa pero lo es más porque nos tenemos. Tal vez en la próxima vuelta cuando el destino nos muestre claramente nuestras virtudes y defectos, cuando ambos estemos ciertos que una victoria se saborea más después de mil derrotas. Por ahora recibe un tierno abrazo y un beso tibio. A propósito, Paco, Diana, Diego y Rodrigo les gusta llamarte mamá, yo prefiero decirte María.
- Foto: Diego A. Domínguez
- Autor: Acerca del vivir / Nazim Hikmet
- Voz: Margarita Castillo