Por. Gerardo Galarza
El espectáculo circense (acrobacias, maromas y muchos payasos) que ofreció la semana pasada Morena, el partido oficial, no es novedad en México, aunque ahora sea más patético.
La decisión del INE de ordenar a los partidos políticos cinco candidaturas de mujeres en las elecciones de nueve gubernaturas en el 2024 por lo establecido en las leyes en cuanto al sexo de los candidatos, provocó un show en la selección de nueve “coordinadores”, que sin eufemismo alguno serán sus candidatos, exhibió pugnas, fracturas y mostró la, como se decía antes, “correlación de fuerzas internas” en el partido propiedad del presidente de la República.
La paridad de sexo de los candidatos a puestos de elección popular es una obligación que deben respetar los partidos: 50 y 50%. En casos como el de las gubernaturas en juego en el 2024 (nueve), es la autoridad electoral la que decide el número.
Esa norma electoral es parte de las reformas a la legislación posterior al totalitarismo priista de 1929 al 2000. Sin duda está fundada en el combate a la discriminación que en este ámbito (y todos los demás) padecían y padecen las mujeres.
Pero, la política de cuotas no es democrática, aunque aparentemente lo sea y así se presuma. Es más, en México la practicó el PRI más rancio, más corrupto, más antidemocrático, -el origen de Morena-, para “repartir el poder” y mostrar presunta pluralidad
El PRI también tenía “tribus”, aunque muy bien controladas. Se llamaban sectores; eran tres: el campesino, el obrero (en el que cabían los burócratas) y el popular, con otros cotos de poder como “secciones”: femenil, juvenil y hasta de intelectuales, que garantizan cargos de “elección popular” a sus dirigentes nacionales y estatales y miembros “distinguidos” o más visibles.
Los líderes de los sectores y secciones, en conviniencia con la dirigencia partidista que, como ahora, obedecía al presidente de la República, se repartían entre ellos y sus cercanos las candidaturas (que siempre eran ganadoras en la práctica del “carro completo”) a gobernadores, senadores, diputados federales y locales, presidentes municipales. A todos se les hacía creer que eran parte del poder.
Hubo gubernaturas o estados que se suponían “propiedad” electoral de alguno de los sectores.
Los tres sectores eran muy poderosos -siempre y cuando fueran disciplinados, como hoy- pero mientras el campesino y el obrero eran muy compactos en su conformación, en el “popular” cabían todos aquellos que no eran ni obreros ni campesinos. En él “militaban” empresarios, los patrones de los campesinos y de los obreros, profesionistas (divididos claro por especialidad, médicos, abogados, arquitectos ingenieros, etc.), vendedores de boletos de lotería, voceadores, boleros, locutores, actores, deportistas, pepenadores, comerciantes fijos y ambulantes.
Hoy la historia se repite con la cuotas del sexo de los candidatos sin importar (como antes) la capacidad de los propuestos. Hubo gobernadoras priistas. Las dos primeras en Colima y Tlaxcala. Y luego otras más.
Tres de las próximas cinco candidatas de Morena ni siquiera ganaron las encuestas internas. Pero, aquí sí, la ley es la ley. Una norma antidemocrática, vigente, producto de la dominación del totalitarismo priista. Y sí, es necesario derogarla.
Al final, la esencia de la democracia no está en las leyes, autoridades, partidos o candidatos; está en el voto de los ciudadanos. Pero, no se entiende así, ni se ve que se vaya a entender en un futuro cercano.