Por. Bárbara Lejtik
¿Que tienen en común Xóchitl Gálvez y un pastel sin gluten o un taco de carnitas vegano?
Que a ninguno les creo nada.
Cada uno de nosotros simpatiza con el candidato que prometa tanto en campaña como en su historia laboral, lo que para cada uno es primordial y eso es inobjetable, el voto es a veces secreto pero siempre intransferible. Cada uno defendemos nuestro ideal, llámese privilegios, oportunidades, superioridad racial o estabilidad, lo reconozcamos o no y no, en el fondo el candidato de nuestra elección será siempre con el que más nos identifiquemos, física, ideológica y socialmente, eso no lo digo yo, está más que comprobado.
Cuando un candidato se presenta a sí mismo como proveniente de un grupo minoritario o especialmente oprimido como lo dice Xóchitl Gálvez, pretendiendo convencer que la bandera de su lucha es el respeto y la igualdad de oportunidades a la clase indígena, es probable que muchas personas crean que porque ella es descendiente de indígenas o porque viste huipiles, anda en bicicleta y huaraches o por su conocido y a leguas identificable y vergonzoso florido lenguaje -que nada tiene que ver con las lenguas originarias de México-, piensen que es una persona que empatiza con las clases más oprimidas de este país.
Algo que llama poderosamente mi atención es cómo ahora la derecha mexicana aplaude lo que hasta hace pocos días reprobaba del gobierno actual y eso que en nada se comparan los impropios comentarios del presidente con la majadera manera de expresarse de la senadora Gálvez.
En lo personal, no me convence en absoluto porque no creo que el que más insulte sea el más valiente y mucho menos el mejor líder. Tampoco creo que vestir huipil garantice que una persona se sienta identificada y tenga interés por representar a la cultura indígena; y menos aún conociendo la militancia de esta mujer en la ultraderecha panista, en donde claramente no promovió los derechos indígenas sino que quiso adaptarlos al modelo neoliberal.
Me sorprende que ahora la apoyen y defiendan, cuando esta conocida y clasista ultraderecha no la saludaría en la calle. Incluso, que ahora les parezca ocurrente, graciosa y honesta es el simil a la compra de un souvenir exótico, un comodín o un caballo negro que usan para redirigir el odio que tienen por el presidente Andrés Manuel Lopez Obrador, más que porque crean que de verdad podría ser presidente de México.
A todas luces es una trampa, no nos engañemos, es como irle a cualquiera que juegue contra el equipo de fútbol que odiamos.
La mensajera es el propio mensaje, alguien que niega el apoyo a los sectores más olvidados del país y sostiene un discurso sobre el esfuerzo, que es exactamente lo que la clase conservadora lleva defendiendo durante años. Y ahora por medio de esta supuesta representante del pueblo, quieren demostrar que el que quiere puede llegar a donde se lo proponga y que el dinero, los apoyos sociales estarán mucho mejor administrados por el sector empresarial del país.
Ahora más que nunca los mexicanos tendríamos que ser subjetivos y fríos, estudiar cada trayectoria y cada propuesta y no dejarnos llevar por la emoción visceral, como solemos hacerlo.
Hay que analizar discursos, congruencia, trayectorias y hechos comprobables de cada aspirante.
No se trata de ver perder a Morena, ni de alegar que cualquiera sería mejor o que no podríamos estar peor, como escucho constantemente por todas partes, ese es un discurso irresponsable y sin sustento ni análisis. Se trata de ser gobernados por la persona más capaz, preparada y comprometida con todo el país.
