Por. Marissa Rivera
Ajeno a las atribuciones que le exige el encargo, su obsesión lo obligó a deslindarse de los problemas que agobian al país.
La obstinación por el poder, que consiguió 18 años después, no ha sido suficiente.
Su triste legado será elegir a la persona que, de ganar, deberá seguir al pie de la letra sus instrucciones, sino, encabezará la lista de traidores.
Lamentablemente el país no va por buen camino, ni mucho menos sus manipuladas e hiperinfladas corcholatas.
Sus distracciones han permitido que el crimen organizado aterre a los ciudadanos en la mayor parte de las entidades del país, que las tragedias en los hospitales crezcan, que por supuestos ahorros, ocurran desgracias por falta de mantenimiento a los servicios que demandan los mexicanos.
Podría ser por omisión y ojalá no por comisión, pero esta administración sigue haciendo estragos.
Gobernar no es repetir la narrativa de todas las mañanas. Acusar a los adversarios de lo malo que ocurre en el país y festejar, por ejemplo, las remesas que no obedecen a una política de gobierno, sino a la falta de oportunidades.
A las familias mexicanas de nada les sirve que el dólar esté a 17 pesos, cuando los principales productos de la canasta básica están carísimos.
Gobernar tampoco es seguir culpando cinco años después a sus antecesores.
Él sabía cómo estaba el país, tanto y por ello se comprometió Pero no cumplió. Nada de lo que ocurre es culpa de él, la culpa es del pasado y de todos esos fantasmas que utiliza para zafarse de la realidad.
Cuestionó que las fuerzas armadas tuvieran mayor presencia en el sexenio pasado, pero él les ha dado todo el poder.
Sus yerros, también en comunicación, le brindaron a su principal adversario, Claudio X. González, aparecer como estadista cuando lo que él quería era exhibirlo. Ni para eso son buenos.
La irrupción de Xóchitl, lo tiene desencajado y lo ha hecho cometer varios errores.
Incluso, sus corcholatas, en lugar de promoverse, no han dejado de cuestionar a la adversaria que sin dinero, ni bardas ni espectaculares, está por encima de varios de ellos.
Xóchitl les movió todo y los sacó de sus casillas.
Su ceguera nos ha metido en esto. Una inmersión a una ilegal precampaña, en la que el árbitro, ni ve ni oye, ni escucha. Mucho menos levantará la voz.
Incluso ya se aventaron la puntada de acusar a la disruptiva senadora de actos adelantados de campaña, cuando ellos han tapizado las bardas del país y espectaculares con su imagen y nadie les dice nada.
A él, le agobia que le hayan puesto una jugada que jamás pensó. Y eso lo tiene ocupado, enojado, descontrolado, tanto, que pase lo que pase en el país, no pasa nada.
Encabezar las listas de los países más corruptos y de los países con mayor inseguridad no le preocupa. Lo más importante es ganar la próxima elección. Y por eso hay que evadir la realidad que vive México.
Su administración atraviesa una etapa complicada por la crueldad y la ambición de dominio con la que actúa el crimen organizado.
Pero más allá de la violencia, las y los mexicanos tienen que vivir día a día con las carencias de lo que antes gozaban.
Eso a él no le importa, eliminó programas de asistencia, de apoyo, productivos, fideicomisos, de vivienda, para jornaleros agrícolas, de empleo temporal, comedores comunitarios, para mujeres, para niños con cáncer, solo por mencionar solo algunos.
¿Y esos ahorros a dónde se fueron?
A sus “monumentales” obras y comprar clientela electoral. Él mismo reconoció a nivel nacional con su descarada estrategia política: “ayudando a los pobres va uno a la segura, porque ya sabe que cuando se necesite defender, se cuenta con el apoyo de ellos”.
Pero también retumba su mítica frase: “toma lo que te den y vota quien quieras”.
Y ya apareció por quien quieras y tristemente para él, no es ninguna de sus corcholatas.