sábado 23 noviembre, 2024
Mujer es Más –

Por. Citlalli Berruecos

¿Recuerdas tu primer trabajo? ¿Qué tal ese nervio de los primeros días que se transformaba en mariposas en el estómago y tamborcitos en el corazón? ¿Esa emoción de saber que no sólo aprenderías algo nuevo, sino que te pagarían por ello? ¿Y qué tal pensar que era el inicio de algo que podía crecer y que te permitiría ser independiente y lograr tus sueños de adolescencia?

Si, todo sonaba bien y seguramente para muchos fue una experiencia agradable. Entiendo y acepto que en estos temas no podemos generalizar. Pero, ahora que me permito tener tiempo para recordar, ese sueño no fue lo que quería; el maltrato y acoso era algo común, normal, permitido e impune a través del abuso del poder de quienes ya habían pasado por lo mismo. La idea de que “cómo a mí me lo hicieron, ahora te toca a ti”, el velo continuo de “aquí no pasa nada”, el “calladita te ves más bonita” y el temor a quedarte sin sueldo era algo constante en la vida de la generación joven que apenas iniciaba su vida laboral. No importaban las habilidades, competencias y capacidades de quienes empezábamos a trabajar, sino el simple hecho de ser el novato.

¿Recuerdas cuando el jefe te llamó para en secreto, invitarte a comer y después a dar un paseo? Y si te negabas, venían cargas de trabajo extra para terminar antes de poder salir de tu jornada de trabajo. Peor aún, ¿qué tal cuando sabías que el jefe organizaba un viaje “de trabajo” al que estabas invitada y la única manera de no ir era consiguiendo un justificante médico un día antes?

¿Recuerdas en esos primeros días, llegar al comedor y tener que sentarte sola en una mesa vacía porque no había quién te compartiera mesa? Eras la nueva, y al parecer, la apestosa. ¿Recuerdas que si alguna vez te pedían que asistieras a una junta era bajo la consigna de sólo escuchar sin opinar nada por más barbaridades que dijeran? Cuando anuncié estar embarazada, mi jefe en turno me llamó a junta ordenando la entrega de todos mis proyectos a un compañero; estar embarazada era tener una discapacidad. Literal, me becaron mi embarazo pues no me podían despedir. ¿Y cuándo tenías que checar tarjeta de entrada y salida y gran parte del día no tenías nada que hacer? ¿O esa estúpida idea de que mientras más tarde sales de la oficina, es porque más trabajaste? ¡Qué afán de perder el tiempo!

¿Cuántas veces escuchaste un “tu no digas porque no sabes”, “se hace lo que yo quiero porque soy el jefe” o un “si no te gusta, renuncia, ya sabes dónde está la puerta”? ¿Y cuánto tiempo trabajaste sin contrato porque “te lo tienes que ganar” o “te damos la oportunidad para que aprendas”? En sus inicios, mi padre trabajó un año sin sueldo y a aquellos que estaban en su misma condición les llamaban los “súper machos”. Es un error creer que por haber sido estudiantes no hicieron “nada” y que, por eso, al graduarse deben trabajar gratis porque así “aprenden el costo de la vida” y de esta manera, justifican los abusos. Muy al contrario; se deberían ofrecer oportunidades de trabajo con salario continuamente para que después de la vida universitaria, puedan tener opciones donde puedan crecer en lo que les gusta hacer sin el maltrato.

Muchos de nosotros vivimos experiencias no gratas durante esos tiempos de juventud en los que queríamos comernos al mundo, ser felices y disfrutar finalmente haber terminado nuestros estudios y empezar el nuevo ciclo en nuestras vidas. Ahora bien, ¿por qué quienes ahora tienen el poder continúan haciendo lo mismo?

El cambio ha sido constante en nuestras historias. Las nuevas generaciones se han atrevido a decir que “NO”, a hablar de temas prohibidos y a defender sus derechos de ser escuchados y respetados. Al hacerlo, de nuevo se les agrede llamándolos débiles, los que no aguantan nada, los que se quejan de todo, en fin, se les dice que están hechos de cristal porque con cualquier cosita se rompen. Agradezco a esos jóvenes que alzan la voz, que no se dejan intimidar y que buscan el cambio, ese que en mi generación era inexistente y que permitía que lastimaran de inicio a muchos que empezamos a trabajar. Decir que “no” es valiente. No dejen de hacerlo en el ámbito de lo que es justo.

Por otro lado, hago un llamado a mi generación y anteriores a la mía, a aquellos que ahora tienen el poder de impulsar a la gente joven, a que reflexionen, que busquen en su pasado aquello que no fue bueno y recuerden cómo se decían a sí mismos que no repetirían la historia cuando llegaran al poder. Ojalá que, al hacerlo, respeten a esos jóvenes a los que seguro les aprenderán más de lo que creen y con los que podrán hacer y lograr maravillas. ¿Qué tal si se empieza por ese respeto mutuo y poniendo límites a cualquier cosa que lo traspase?

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