Cuando hablamos de que la pobreza tiene “rostro de mujer”, se trata de algo más que un simple lugar común. Feminización de la pobreza es un término que se ha extendido en el uso para señalar la pobreza que las mujeres experimentan, así como su dificultad para acceder a los satisfactores de vida.
De acuerdo con el informe sobre la Medición de Pobreza en México 2016 del Consejo Nacional para la Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), la pobreza se redujo 3.5%, pasando de 55.3 millones en 2014 a 53.4 millones en 2016. A pesar de ello, sigue siendo una cifra mayor a la inicial de este sexenio, que mostraba 53.3 millones de pobres.
Un hallazgo importante es el resultado en la medición de la población en pobreza según el género: para 2016, existen 7.7 millones de mujeres pobres, en relación con los 7.6 millones de hombres pobres. Es decir, existen más mujeres pobres que hombres en la actualidad. A pesar de los avances en materia de equidad que hemos logrado, la feminización de la pobreza sigue latente.
En la década de los setenta, Diana Pearce enunciaba en una investigación: “Mientras que muchas mujeres son pobres porque viven en hogares pobres encabezados por varones, un creciente número de mujeres (se) están empobreciendo por propio derecho”. Es decir, eran pobres por causas inherentes al simple hecho de ser mujer.
Pero la brecha económica no sólo afecta a los sectores menos privilegiados del país. De acuerdo con el INEGI, si bien 83% de los mexicanos en edad de trabajar tienen empleo, sólo 48% de las mexicanas están empleadas. Esto ocurre aun cuando las niñas y mujeres jóvenes estudian igual que ellos.
De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la brecha salarial de género en México cada día es mayor. En 2004, las mexicanas ganaban en promedio 17% menos que los mexicanos, y en 2014 el porcentaje pasó a 18%.
A pesar de tener un salario inferior, las mujeres tienen doble carga de trabajo no remunerado y el cuidado de sus familiares, según ONU Mujeres. De un valor estimado por el Inegi, del 24.2% del PIB, 4.2 billones de pesos, las mexicanas dedican 60 de cada 100 horas al trabajo no remunerado y los hombres 6.1 horas. Para el cuidado de menores, ellas dedican 25 horas semanales y 27 al cuidado de personas enfermas, mientras que ellos dedican 11 y 15 horas en promedio, respectivamente.
Ser mujer en México sigue implicando tener oportunidades restringidas y limitantes por el simple hecho de serlo. Realidad que eludimos ante las (pequeñas) victorias que hemos conseguido como género.
En todos los sectores y a cualquier edad, ser mujer puede “empobrecer” los triunfos y metas alcanzadas más allá del estricto sentido económico. Adolescentes, casi niñas, ven sus sueños truncos con embarazos precoces, ya sea por vida sexual voluntaria o violentadas. El resultado es el mismo: vidas en riesgo y futuro limitado.
A cualquier edad, la violencia física y sexual sigue siendo un riesgo latente. Incluso en las esferas de poder, las posiciones políticas siguen siendo las mujeres –en muchos casos– utilizadas como “juanitas” o monedas de cambio.
No es suficiente la euforia desatada en días pasados por la visita de Malala, la joven paquistaní atacada por talibanes por su determinación a estudiar y que otras niñas lo hagan. Hay que luchar por empoderar a nuestras niñas. Que la equidad y no la pobreza sea la que tenga rostro de mujer.