Por. Gilda Melgar
Este Miércoles de Ceniza marcó el inicio de la Cuaresma, el “tiempo litúrgico de preparación para la Pascua de Resurección”. Para los cristianos católicos, representa un período de penitencia y abstinencia de los placeres mundanos. Para los que vivimos para comer, representa la oportunidad de gozar de los guisos y postres que se llevan a la mesa durante la temporada.
Lo cierto es que, en la actualidad, sin importar la adherencia o no a la fe cristiana, en Occidente todos gozamos de los placeres que trae consigo la Cuaresma, empezando por las vacaciones de Semana Santa.
Sobre las costumbres de mesa, la tradición española de ingerir sólo pescados y vegetales durante la Cuaresma, bastante arraigada en México y Centroamérica desde la época colonial, trajo consigo la sustitución del “placer de la carne” por el “delirio de los dulces”.
En los tiempos en que la penitencia se cumplía a cabalidad, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo eran de ayuno riguroso y sólo se permitía ingerir una colación alta en calorías para resistir el día.
De ahí que en los conventos y casas surgieran las delicias emblemáticas como las “torrijas”, los “buñuelos” o la “leche frita”, elaboradas con ingredientes sencillos (harina, huevo, leche, aceite, frutos secos y especies) y montones de azúcar.
La celebración de la Pascua entre los europeos y estadounidenses también está acompañada por dulces antojos como los “Huevos de Pascua”, cuyo origen está relacionado con la época en que estos eran considerados como carne (del siglo IX al XVIII), razón por la cual se conservaban cocidos (y pintados para diferenciarlos del resto), consumiéndose hasta el día de Pascua. Así surgió la tradición de comer huevos el Domingo de Pascua. Más tarde, los confiteros comenzaron a elaborarlos en azúcar y chocolate como regalo comestible de la época. Aún hoy el “Huevo de Pascua” es un presente y un símbolo de vida nueva.
Mientras los niños anglosajones crecen con la costumbre de buscar y recoger los huevos escondidos, los niños salvadoreños de mi época, decorábamos y rellenábamos de confeti cascarones de huevo en el aula escolar. De hecho, tengo un recuerdo muy vívido del año en que fui a dar al hospital por una amigdalitis. Cuando regresé a casa, mi hermana Ivonne me había preparado una canasta especial con huevos pintados de añil y cubiertos de papel crepé morado.
Si bien entre los cascarones decorados de mi infancia y los extravagantes “Huevos de Fabergué”, incrustados de piedras preciosas, que el zar ruso Alejandro III mandaba a confeccionar como regalo para su esposa en el siglo XIX, hay un abismo brutal, el significado del “Huevo de Pascua” sigue siendo el mismo.
Volviendo a nuestros lares, también en el Caribe y Sudamérica hay postres y platos distintivos de la época.
Por ejemplo, en el caribe colombiano se prepara el “Mongo mongo”, una mezcla de frutas de la región como piña, mango, mamey, guayaba, coco y plátano endulzados con piloncillo. También en El Salvador es costumbre utilizar las frutas regionales para dulces y atoles, como los tejocotes en miel y el atol de piñuela que hacía mi abuela. En Argentina, incluso elaboran una “Rosca de Pascua”, parecida a nuestra rosca de reyes, aunque cubierta con crema pastelera y frutos secos.
Entre los dulces mexicanos el que más me gusta es la “Capirotada”, esos cubitos de pan con cacahuates, nuez, pasitas y queso blando bañados en piloncillo con olor a especias me enamoró desde el primer día en que los probé. Ahora veo el por qué. Era lo más parecido a mis amadas “torrejas” de la infancia.
Sin duda que también para ustedes la palabra “Cuaresma” viene cargada de recuerdos y nostalgia. Una mezcla de ritos y costumbres con sabores y olores: los guisos de la abuela, los paseos, las misas, las procesiones, los primos en casa, las películas basadas en la “Pasión de Cristo”, etc.
Mi deseo es que los placeres de estación adornen y enriquezcan su mesa para “renacer” de cara a la primavera. Feliz Cuaresma.