Por. Marissa Rivera
A un ciudadano se le acusó de conducir con exceso de velocidad.
El juez le preguntó si era culpable o inocente. El conductor aceptó la culpabilidad, pero pidió al juez valorar su impecable historial.
El juez asumió, pero le preguntó a qué velocidad iba. “No lo sé, respondió el acusado”.
Revisaron la infracción y no estaba la velocidad, por lo que no se le podía juzgar por exceso de velocidad y el caso fue desestimado.
A una integrante de la Suprema Corte de Justicia de la Nación se le acusó de plagió de la tesis con la que se tituló.
Sin ningún juicio de por medio, ella se declaró inocente. Ha dicho que no tiene de qué avergonzarse, incluso, que tiene una carrera de 35 años, intachable.
Ni la Universidad Nacional Autónoma de México que otorga el título, ni la Secretaría de Educación Pública que lo valida, tienen facultades, según ellos, para sancionarla, por lo que podría desestimarse el caso.
Pero han surgido muchos jueces. Unos exigen su renuncia. Otros, la defienden con el argumento de que la están atacando por ser incondicional del presidente López Obrador.
El asunto es ¿cómo quiere pasar a la historia la ministra Yasmín Esquivel Mossa?
Como la jueza honesta que asumió su culpa y se retiró de la Corte. O como la ministra que hizo trampa y se aferró al poder.
¿Cuál es el mensaje no sólo para los estudiantes que sueñan con llegar a la Suprema Corte, sino para cualquier persona que ha conocido el caso?
El engaño o la honestidad. La trampa o la confianza. La mentira o la verdad.
La ministra ha tratado de defenderse, pero siempre ocurre algo que contamina su defensa y más se hunde.
No ha mostrado nada que brinde la certeza de que ella es la autora de la tesis, no la plagiaria.
El mismo presidente aceptó que el plagio es corrupción y deshonestidad. Y que preferiría haberse equivocado al elegir a la ministra, que en darle la razón a quienes ventilaron el plagio. A ellos los tachó de corruptos y de carecer de autoridad moral.
Esa narrativa que lo llevó a la Presidencia de la República, ha sido vapuleada por muchos de sus colaboradores, familiares y ahora por una de sus ministras.
Desesperado, señala, acusa y menosprecia a quienes han hecho públicos los casos de corrupción en su administración.
Mientras que en la Suprema Corte prevalece el hermetismo.
Saben que el caso los empaña, los embarra, los exhibe. Pero también saben que el silencio ayuda.
Desde luego no la han cuestionado en público, pero tampoco le han dado un espaldarazo.
¿Estarán esperando que la ministra dimita?
Por lo pronto la primera acción para exigir su renuncia fue desechada por tratarse de un simple llamado a los ministros, de una organización sin representatividad legal.
En la Cámara de Diputados, Morena presentó una iniciativa para castigar el plagio, pero con un plazo de hasta cinco años, para descubrirlo. El de la ministra ocurrió hace 36 años.
Movimiento Ciudadano presentó otra iniciativa, pero para quitarle a la ministra el título y la cédula, sin importar la temporalidad y que devuelva los recursos que ha obtenido como servidora pública.
Cada quien sacando raja del caso.
Incluso en la UNAM hay quienes exigen se sancione a la ministra y otros que rechazan que sea una plagiaria.
¿Qué llegará primero un flotador para la ministra o la renuncia?