Por. Bárbara Lejtik
-Una profesora parisina y obsesionada con un misterioso diplomático ruso cae en una espiral destructiva de desesperación y deseo-, se lee en la sinopsis oficial.
La película plantea cómo una mujer segura de sí misma, comprometida con el feminismo termina siendo presa de una fuerte pasión que está atravesada también por el peligro.
Las palabras claves usadas por la crítica en la pequeña sinopsis son vastas y escuetas, definen a la perfección la trama.
Obsesión, destrucción, desesperación, deseo.
Cómo llegué a esa película, es un secreto que prefiero no revelar; de qué forma tocó mi alma, es una realidad que no puedo ocultar.
Una película de mujeres, echa por mujeres para el mundo.
Dirigida por Danielle Arbid sobre la novela homónima de Annie Ernaux, protagonizada por Lætitia Dosch; Helene, una profesora de literatura, amante de la poesía, sobre todo de la poesía escrita por mujeres, madre soltera, independiente, bella, en una espléndida mediana edad ve de repente su vida transformada y trastornada por una sola obsesión, sin darse cuenta se enamora profundamente de un misterioso hombre ruso con el que pasa de una noche de pasión, a una vida que gira solo en torno a él y a estar con él.
Su cuerpo, su olor, su vida, el placer que le provoca y el sinsentido que le da a su existencia se vuelen la única razón por la que está mujer logra vivir cada día.
“Él me conecta a la realidad”, “es el ritmo de mi vida”, son sólo algunas de las confesiones que atina hacer a quien trata y no logra entenderla.
Sus ojos y gestos hablan mucho más que todas las palabras escritas sobre el deseo.
Yo sí la entendí;
Quien haya vivido un amor así de desesperado, de irracional, de absurdo sabe que no se puede hacer mucho más.
Sueña despierta, evoca durante el día cada segundo que pasa con él, perdiendo la concentración en cualquier otra actividad, todo gira alrededor de recibir una llamada de este hombre para verse.
Siempre está dispuesta, siempre se tira al abismo sin saber qué le deparará la vida después, no sabe de días ni de horarios, ignora discursos y advertencias, ignora a su propia conciencia, ella sólo puede ser eso, su amante, sin identidad, sin voluntad, sólo la otra parte del binomio que entiende como única realidad en el universo.
Él es casado, extranjero, mucho más joven que ella, no tienen intereses en común, no le habla de su vida, no le garantiza nunca nada, no le ofrece ningún tipo de certeza, pero ella no puede parar, no se atreve ni siquiera a cuestionar.
“Se enamoró como se enamoran las mujeres inteligentes, como una estúpida”.
-Ángeles Mastretta-
Sin más motivación que habitar en él y para él, hacer lo que sea necesario para que pase menos tiempo entre un encuentro y otro, no es capaz de reclamar, no puede tomar decisiones sobre su vida y sólo es una sombra que deambula por un mundo sórdido y sin color, que no entiende y al que ya no pertenece.
Investiga en redes sociales, explota todos los recursos tecnológicos posibles para saber un poco, lo que sea sobre su amante, llama a su trabajo, finge diálogos en su mente, se promete una y otra vez ser dura y resistirse a él la próxima vez que éste la busque, pero nunca lo logra.
Cuando él desaparece sin decirle nada, ella cae en una depresión profunda, se pierde a sí misma, al grado de estar a punto de perder su trabajo como profesora universitaria y la custodia de su hijo, porque no puede siquiera pararse de la cama.
-Viajé a Moscú y estuve allí solo por unas horas, sólo para respirar el aire que él respira-.
Recordé tantas otras historias de amor desgarrado, de mujeres que no pudieron entender de reservas ni límites, de mujeres que se convierten en fuego, que se combustionaron sin remedio, que no pueden más que morir de amor.
Mujeres que aman demasiado.
Mujeres que arden.
Penelope, Mesulina, Ana Karenina, Rebeca, Frida, Camille, Persefone, Alfonsina, Magdalena, Teresa, El cisne negro.
Las amorosas.
Mujeres condenadas por el fuego, sin otro destino que morir las veces que sea necesario, de caminar entre espinas, perder siempre, de renunciar a la última gota de agua en el desierto, de estar dispuestas a existir sólo para amar.
Sin remedio, sin cura y sin explicación.
Simple passion es una película hermosamente lograda, con una dirección de altísima factura, extremadamente cercana, cámara al hombro, a milímetros de la acción, íntima, sensual, tremendamente erótica.
La directora logra hacerte sentir que están en medio de la piel de los amantes, logra que respires y dejes de respirar a su ritmo, que vibres en sus encuentros como si fueses tú quien los vive, que te identifiques y que revivas cualquier recuerdo por muy enterrado que esté en el alma.
Una fotografía espléndida, un casting impecable y un bellísimo soundtrack.
Varias mujeres involucradas entre sí y comprometidas con desnudarse por completo para enseñarnos cómo es la pasión que solo una atracción erótica sin razón nos puede permitir vivir o dejar de hacerlo.
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