Por. Marissa Rivera
A diez días de terminar el año, las cosas no pintan bien para los mexicanos.
Concluimos un año más con noticias nada halagüeñas.
No se necesita ser pesimista para entender y vivir en carne propia que las principales preocupaciones que nos aquejan, lejos de encontrar una solución se complican.
La seguridad, la economía familiar y la salud, siguen siendo, lamentablemente y a pesar de los “otros datos”, nuestro talón de Aquiles.
La violencia no cesa. La estrategia ha fallado y la terquedad permanece.
Todos los días hay ejecuciones, crímenes, balaceras, robos y extorsiones, entre otros delitos, que aterrorizan a la sociedad.
El más reciente, el asesinato de tres miembros de una familia en la Ciudad de México.
El actor Andrés Tirado, su hermano Jorge y su tío José González. Una realidad que las autoridades evaden.
Un terror que se vive en México. Una atrocidad que tristemente es parte de la cotidianidad.
¿Qué necesita un ciudadano para exigir seguridad? ¿Salir a las calles a manifestar su hartazgo? ¿Cuestionar la estrategia federal? ¿Señalar la omisión o colusión de las autoridades?
Lo que sea, será utilizado en su contra. La mínima critica sería una afrenta para el presidente.
Desde hace mucho que los ciudadanos tienen que resolver a su manera una obligación que le corresponde a las autoridades.
La narrativa presidencial aduce que la victima tuvo la culpa, por ostentoso, por tener carros de lujo, por ser aspiracionista, por andar donde no debía, por ejemplo, entre otras aberraciones.
En el colmo de la desfachatez está la falta de empatía frente al atentado que sufrió el periodista Ciro Gómez Leyva, uno de los principales críticos al gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador.
No todos los periodistas han corrido con la suerte de Ciro. A él lo salvó el blindaje de la camioneta que manejaba.
Pero para el gobierno hay dos hipótesis. Una que Ciro usaba camioneta blindada porque sus reportajes han provocado la ira de personajes peligrosos. (Así como ha irritado al mismísimo presidente).
Y dos, que pudo tratarse de un autoatentado (no de el propio Ciro).
Cualquiera de las dos hipótesis tiene la misma finalidad: “desestabilizar al gobierno federal”, dice AMLO.
Una vez más la víctima es la culpable.
Y tal vez sí, Ciro es culpable por señalar a un gobierno que no le gusta que lo cuestionen.
Es culpable de ejercer un periodismo libre, crítico y audaz. Esa es la culpa de un periodista que no aplaude, que cuestiona. Pero también es víctima de un régimen que no garantiza ni seguridad ni libertad.
Durante la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador han sido asesinados 37 periodistas.
De 2000 a la fecha 157 comunicadores fueron abatidos, según la organización Artículo 19.
Sin embargo, más del 95 por ciento de los crímenes quedan impunes.
Así la realidad del periodismo mexicano. El país más peligroso para ejercer esta maravillosa profesión.
Un país en el que todos los días se riega pólvora mediante un discurso de odio contra los periodistas que cuestionan al gobierno.
Porque para el presidente la mayoría de los comunicadores (sobre todo los más críticos), son corruptos, chayoteros, voceros del conservadurismo.
Desde su púlpito matutino lanza insultos, descalificaciones y revelaciones que ponen en riesgo la seguridad de los periodistas.
El presidente polariza y menosprecia al gremio periodístico, prácticamente todos los días. No le importa ponerlos en riesgo. Porque o están con él o están en contra de él.
Es doloroso y desesperanzador el cierre de año para todos los mexicanos, entre ellos los comunicadores.
Y una de las víctimas, Ciro Gómez Leyva lo dijo con una claridad estupenda que, sin duda, volvió a incomodar al presidente.
“Algún día, México vivirá en paz y con seguridad. Cuando ese día llegue, entonces podremos hablar de transformación”.