sábado 23 noviembre, 2024
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«RIZANDO EL RIZO» Las narrativas de la transgresión

Por. Boris Berenzon Gorn

A Ignacio Báez Rios con todo mi afecto, 90 años y contando.

“La cultura líquida moderna ya no siente que es una cultura de
aprendizaje y acumulación, como las culturas registradas en los
informes de historiadores y etnógrafos. A cambio, se nos aparece
como una cultura del desapego, de la discontinuidad y del olvido.”
Zygmunt Bauman

En su obra Formas de historia cultural, Peter Burke hace un recorrido sobre el desarrollo de la historia cultural reconociendo la complejidad de su definición y caracterización como una corriente propia, ya que la disciplina descansa sobre el problemático concepto de “cultura” que, como es ampliamente sabido, es variable de acuerdo con las disciplinas y el tiempo y se encuentra en constante mutación. Este es el problema fundamental que ha dado origen a un sin fin de debates que intentan aclarar la importancia de su desarrollo en el Occidente posmoderno.

Burke asegura que los orígenes del termino “historia cultural”, se remontan al siglo XVIII y se encuentran en trabajos que estuvieron enfocados principalmente al estudio del leguaje, la literatura y el arte. En esta tarea tuvieron un fuerte impacto los humanistas italianos, quienes publicaron un sinnúmero de voluminosos estudios sobre las literaturas nacionales. Por otro lado, Burke también encontró que la historia cultural guarda relación con la historia de las mentalidades y que tales estudios fundamentaron los de los alemanes, teniendo como resultado un conocimiento más profundo de los vínculos del lenguaje, las leyes, la religión y el arte, como sucede con las obras de Johann Gottfned Herder.

Aunque a pesar de esos antecedentes, Burke pensaba que el surgimiento de la historia cultural como la conocemos hoy en día ocurrió en 1800, por lo que señaló el error de Ernest Gambrich, quien había asegurado que la disciplina se apoyaba fundamentalmente en los estudios hegelianos. Si bien, no es una afirmación completamente falsa, Burke trató de manera mucho más amplia la noción y aclaró que Hegel se basó en los aportes desarrollados por una generación anterior a la suya, principalmente en los estudios de Herder, apoyados a su vez en los estudios franceses y así sucesivamente, hasta remontarse a la Poética de Aristóteles.

Por su parte, Robert Darnton en su Historiografía crítica del siglo XX al referirse a las corrientes historiográficas de su tiempo, donde comenzaba a tomar peso una nueva narrativa que se oponía a la historiografía tradicional y asociada al poder, efectuó un análisis de cómo la historia intelectual habría dejado de ser la principal ruta de investigación después de constituir el paradigma central de los estudios en torno al pasado, puesto que se vio amenazada—aunque no eliminada—por la historia sociocultural, por lo que para Darnton era correcto sostener que los estudios socioculturales tenían la fuerza suficiente para convertirse en la nueva vía hegemónica de comprensión histórica. 

Darnton aseguraba que en los años sesenta, a consecuencia del radicalismo estudiantil, la guerra del sureste de Asia y el colapso del presidencialismo, se manifestó una crisis en la historia intelectual de Norteamérica. En este momento en el que la historia social—influida por la historia europea—tuvo su auge, se pusieron también de manifiesto los problemas acarreados por la Historia de las Ideas. La principal crítica que dirigían los profesionales era su tendencia a convertirse en una historia de intelectuales, dejando de lado las preocupaciones cotidianas y generando narrativas elitistas. Por lo anterior los historiadores sociales se enfocaron en hacer la famosa “historia desde abajo”, trabajos como el de George Rudé, Hobsbawm y Thompson demuestran la línea de investigación de la historia social, enfocándose en el estudio de las colectividades y no solo en el desarrollo de sucesos o personalidades excepcionales. 

En la misma línea y después de la Segunda Guerra Mundial, se formó la escuela de los Annales encabezada por Camille-Ernest Labrousse y Fernand Braudel, donde se realizaron trabajos de gran calado con el fin de dar un giro radical a la historia antes elaborada, echando mano de disciplinas como la geografía y la estadística.  Por otro lado, y de manera simultánea, las historias social y cultural han arrojado investigaciones históricas que revitalizan la perspectiva de los hechos y los sujetos echando mano de la transdisciplina, lo que ha permitido rebasar los obstáculos de las narrativas tradicionales que por definición son excluyentes y prescriptivas A Darnton le preocupaba la unión de la historia y la antropología, pues pensaba que entrañaba beneficios para ambas disciplinas, compartiendo metodologías, modelos, conceptos y categorías que se complementaban entre sí y podrían permitir un espectro mucho más enriquecedor en la interpretación de la cultura. La historia se presentaba como un cúmulo de cambios sociales que debían ser analizados hasta en el más mínimo detalle.

La historia cultural entonces tenía el objetivo de estudiar la cultura en su más amplia perspectiva: pensamientos, tradiciones, mitos, ritos, prácticas, símbolos, y cualquier tipo de manifestación humana en el tiempo de la que se tuvieran fuentes; se trataba de aglutinar todas las perspectivas eliminando la exclusión tradicional de los hechos y sujetos que se basaba fundamentalmente en la política, la historia militar, la historia intelectual y en menor medida, la economía. La historia cultural contemplaba de esta manera a la etnología, la antropología y el psicoanálisis. Según Robert Darnton era posible “encontrar un filósofo en el hombre de la calle”.

Considerando el gran sentido de cultura y sus incontables manifestaciones, se hacía evidente la necesidad de crear para cada problema un modelo de trabajo. En la edificación de la historia cultural destacaron las lecturas y relecturas de las obras de Marcel Gauss, Edward Evans-Pritchard, Mary Douglas y Clifford Geetz. Sus nombres se volvieron populares lo mismo en Estados Unidos que Inglaterra y fueron abriendo paso a formas nuevas de comprender y, aunque esto se ha discutido mucho, hay quienes aseguran que la microhistoria es una herencia de la historia cultural, puesto que echó por la borda la negación de las delimitaciones locales y la larga duración en la comprensión de los sucesos, validando las narrativas subalternas. 

Con el matrimonio de la Historia y las ciencias sociales, en especial la antropología, en la década de los ochenta llegó finalmente la conocida como “Nueva Historia Cultural”. Su pretensión de novedad era ahora así, una oposición crítica y abierta a la Historia de las Ideas, tan convencida de la racionalidad y de la importancia de las luces en la construcción de una sociedad moderna y civilizada, supuesto que, como hemos mencionado en otras ocasiones, fue herida de muerte por los horrores del fascismo, el holocausto y la Segunda Guerra Mundial.

La historia cultural buscaba estudiar lo irracional, incluso los sentimientos—con la imposibilidad que esto conlleva—como en una suerte de lucha con la imposición de la lógica y el pensamiento. En este sentido, la historia cultural es el resultado del fracaso de las grandes narrativas occidentales totalizadoras de la realidad, tales como el positivismo o el mismo marxismo, del que, aunque se nutrió ampliamente, negó su teleología y universalidad. Por ello no extraña que su herencia teórica la podamos encontrar en las obras de Michel Foucault, Mijail Bajtin, Norbert Elías o el mismo Pierre Bourdieu, cuyas propuestas tomaron en consideración el problema del lenguaje, los símbolos, el poder, la imaginación, la representación, el trauma, la sexualidad, entre otras variables.

Hoy las aportaciones de la historia cultural están presentes más allá de la disciplina histórica, pues afortunadamente gracias a la transdisciplina, la división artificial entre los saberes choca cada vez con más fuerza en la interpretación de la realidad. Esto es especialmente cierto en lo que respecta a las comunicaciones globalizadas y las nuevas relaciones entre distintas epistemologías que han tenido que convivir gracias al Internet y el posterior desarrollo de la Web 2.0. También encontramos su efecto en las luchas de diversas minorías y grupos oprimidos que han recobrado su voz para reivindicar su memoria. 

Ilustración. Diana Olvera

Manchamanteles

La dimensión social de la cultura siempre ha sido problemática, en la medida en que requiere de la negación, parcial o total, de la propia voluntad en beneficio de la colectividad. Freud en El malestar en la cultura trabajó ampliamente las consecuencias del crecimiento del superyó y sus efectos en la felicidad. Con un poema el poeta español de la posguerra Gabriel Celaya, nos dice algo similar:

No cojas la cuchara con la mano izquierda.

No pongas los codos en la mesa.

Dobla bien la servilleta.

Eso, para empezar.

Extraiga la raíz cuadrada de tres mil trescientos trece.

¿Dónde está Tanganika? ¿Qué año nació Cervantes?

Le pondré un cero en conducta si habla con su compañero.

Eso, para seguir.

¿Le parece a usted correcto que un ingeniero haga versos?

la cultura es un adorno y el negocio es el negocio.

Si sigues con esa chica te cerraremos las puertas.

Eso, para vivir.

No seas tan loco. Sé educado. Sé correcto.

No bebas. No fumes. No tosas. No respires.

¡Ay, sí, no respirar! Dar el no a todos los nos.

Y descansar: morir.

Manchamanteles

Sentado en el centro de la roca, sus dos manos estaban ocupadas en abrir inútilmente el coco, así que no tenía tiempo para charlas. Tal vez por eso su amigo parado frente a él extendiéndole un cuchillo para ayudarlo terminó siendo una sombra irrelevante.

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