Por. Bárbara Lejtik
Anoche terminé de ver una serie que me encantó y me ha hecho pensar muchísimo, es una serie española, Infidelidad, sin ánimos de adelantarles el final mejor quisiera contarles el planteamiento:
Una mujer de mediana edad (así como yo), con una prominente carrera política, contiende para el puesto de alcaldesa de Bilbao, cuando en plena campaña aparece por todos los medios un video íntimo, en el que sostiene relaciones sexuales consensuadas con otro adulto. Por otra parte, pero teniendo una relación apenas perceptible en la historia, una trabajadora no soporta el acoso de los hombres de la empresa en la que labora, luego de difundirse unas fotografías íntimas de ella y decide suicidarse.
Todo esto lleva a las protagonistas a una serie de situaciones en las que tienen que tomar la decisión de demandar y asumir su papel de víctimas o vivirse como culpables y atenerse a las consecuencias.
Recordé que hace algunos años una compañera de mi hija menor se vio obligada a abandonar el colegio ante una situación similar, le envío el famoso “pack” a un chico que a su vez lo compartió con sus amigos, haciendo sus fotos de dominio público. Recuerdo el escándalo entre la dirección, los padres de familia y la posición de los papás del chico al defenderlo, argumentando que la aún menor de edad había sido la culpable por enviar fotos intimas; la madre de la chica acorralada por la presión tomó la decisión de cambiarla de colegio, quiero aclarar que este es un colegio de los que podríamos llamar inclusivos, “open mind ”, libre pensadores y laicos.
En el 2015 se estableció en México la Ley Olimpia , un conjunto de reformas, principalmente códigos penales mediante los cuales se reconoce la violencia digital (cibervenganza, ciberporno y acoso sexual) como un tipo de delito y abuso contra las mujeres, principalmente, aunque los hombres no están exentos, Ésta establece sanciones como multas económicas o penas de cárcel a quien difunda en internet contenido íntimo de otra persona sin su consentimiento.
La Ley Olimpia hoy es una realidad, aunque la gran mayoría de las personas afectadas por este tipo de delito aún se niegan a denunciar y compartir contenido íntimo sin autorización sigue siendo un hábito entre grupos de redes sociales, incluso se han detectado grupos de WhatsApp de Universidades con hasta mil miembros.
El cibersexo no es un delito, no respetar los códigos de confianza entre los participantes que de forma consensuada compartieron contenido y difundir las imágenes con el público, sí lo es.
Se sabe que las más afectadas son mujeres entre 20 y 29 años; sin embargo, ésta no es una regla y cualquier persona que participe en esta actividad puede convertirse en una víctima.
La luz al final del túnel es todavía muy lejana, pero podríamos empezar por dejar de normalizar este comportamiento y no participar por ningún motivo en la difusión de imágenes que otra persona en un momento de intimidad y confiando en su pareja.
Deconstruir es un acto de valor y conciencia en el que las personas, que por alguna razón hemos incurrido en cualquier tipo de acto que afecta a otra, estamos a tiempo de enderezar y modificar nuestro comportamiento.
Solo el día que todos y todas actuemos con honestidad y sororidad dejará de parecer tan divertido participar de este tipo de actividades.