sábado 23 noviembre, 2024
Mujer es Más –

A la Báez, en su cumpleaños. Cada vez más hermosa.

Por. Boris Berenzon Gorn 

 

A lo largo de las últimas décadas, hemos atestiguado un vergonzoso incremento de las expresiones de violencia en nuestras sociedades. En ello incluyo, por supuesto, al entorno mexicano, pero no me limito a él. Estoy hablando del marco occidental, al cual, aunque sea tangencialmente, pertenecemos. Cada contexto tiene, sin lugar a duda, sus particularidades; sin embargo, es inevitable encontrar similitudes posiblemente debidas a rasgos propios del sistema o de una cultura global tendiente a la homogeneidad como modelo y a la ruptura social en nombre de una sobrevalorada individualidad que deshace al mismo tiempo la subjetividad. Hay muchas pistas para un mismo escenario: la violencia y el linchamiento. No se trata de justicia, la idea es deshacer al otro incluso con causas verdaderamente genuinas pero usadas para hacer el mal y crear el gran circo de la violencia en donde vuelve a ganar el sistema y muchos no se dan cuenta.

En 1966, cuando Truman Capote publicó A Sangre Fría, el asesinato de cuatro integrantes de la familia Clutter, en la pequeña localidad de Holcomb, en Kansas, era observado desde la sorpresa y la total incredulidad. ¿Se trataba de la primera vez que los Estados Unidos atestiguaban un innombrable crimen que lastimara a profundidad el corazón de la comunidad? Definitivamente no. Para esas alturas el mundo había visto ya dos guerras mundiales e incontables genocidios. Los crímenes raciales —comúnmente institucionalizados— eran una costumbre y ni hablar de los asesinatos motivados por el odio hacia todo lo que distara de la hegemonía masculina. Entonces ¿qué hizo este evento particularmente espantoso? 

Debo empezar por decir que, desde mi particular perspectiva, tanto este como todos los atentados a la dignidad humana mencionados son igualmente detestables y deberían avergonzar a la humanidad entera. Sobre lo que pretendo reflexionar, primordialmente, es sobre la significación social que se les da a éstos. ¿Qué hizo al asesinato de los Clutter estremecerse a la sociedad estadounidense? ¿Por qué representó en ella un parteaguas? Lo que creo es que, hasta entonces, los horrorosos delitos eran cometidos en el marco de una serie de códigos validados por la propia sociedad. Es decir que, por espantoso que nos parezca, se consideraba que los otros tenían una razón de ser; había existido una motivación, un móvil que explicaba la acción, si bien nunca podría justificarla. 

Pero este crimen se cometía sin razón alguna. No pretendía despojar a nadie de nada, puesto que la supuesta fortuna que los asesinos buscaban no existía. No era una venganza, ni respondía a un conflicto sostenido a lo largo del tiempo. ¿Se perpetraba entonces por el puro gusto malsano? La respuesta quizás no sea tan sencilla y en su núcleo se encuentra la razón que hizo del delito un parteaguas, pues apela a la descomposición social que me parece la causa primaria del fenómeno.

Más aún que en aquel tiempo, observamos hoy en el mundo una exacerbación de la violencia hasta niveles completamente absurdos. El reciente tiroteo en una escuela primaria de Texas es una muestra de ello, como también lo son los crímenes de odio que se cometen en México y una variedad de atentados contra la dignidad humana que nos vemos forzados a atestiguar, aunque sea de reojo. ¿Cuáles son los elementos que hacen similares las atrocidades que se cometen en nuestro país a las que se efectúan, por ejemplo, en el vecino del norte, o en el extremo sur del continente americano? Nuevamente, la descomposición social.

Detrás de estas acciones aberrantes hay una serie de fenómenos que deben ser atendidos y que se relacionan con la pobreza y la negación de los derechos a la educación, al trabajo y a una vida digna. Aunque, claro, la relación no es directa ni puede ser vista con ojos simplistas. No podemos reducir la complejidad de la situación a pensar que la gente mata por dinero y que, si tuviera más dinero, dejaría de hacerlo. 

Los derechos humanos no son sólo una lista de pendientes materiales que, una vez cumplidos, logran la máxima realización de la persona. Los derechos humanos son también un enfoque y un ideal al que el sistema busca pervertir, son una perspectiva desde la cual entendemos y construimos la vida. En este marco, la educación no sólo sirve para obtener trabajos mejor calificados, sino para desarrollarnos como personas capaces de sentir empatía, de cuidar a los otros, de sentir por ellos afecto y de construir comunidad. La educación no sólo debe liberarnos de la pobreza material; también nos libera de la pobreza de espíritu. 

De tal suerte que cuando hablamos de descomposición social no sólo hablamos de ricos y pobres. Hablamos de gente que ve negado su acceso a la cultura, que ve destrozados sus lazos comunitarios, que ve a su familia oprimida y sus vínculos afectivos maltratados. Porque, nos guste o no, no todo se trata de dinero (si bien es cierto que se necesitan recursos para materializar muchos de estos derechos).

El núcleo de la violencia hoy es un sistema que divide, separa y oprime. En un sistema que no sólo explota materialmente, sino que se esfuerza también por aplastar el espíritu de ricos y pobres. Que esclaviza en favor de la producción o del consumo. Es este núcleo el que debemos transformar si queremos salir de esta espiral. 

Ilustración. Diana Olvera

Manchamanteles

La prensa sensacionalista se llena hoy de advertencias y plegarias sobre la ya famosa viruela del mono, haciendo incluso uso de información falsa y utilizando a conveniencia el pavor generado por la COVID-19, que aún no acaba de pasar. Poco hemos aprendido en materia de ética en el acceso a la información en estos tiempos de pandemia. 

Narciso el Obsceno 

El yo ideal se establece en la creencia fatua y depredadora de la omnipresencia.

Finalmente, la vida queda en el rejuego de lo cotidiano y la contingencia. 

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