Por. Marissa Rivera
Pase lo que pase el domingo, López Obrador no perderá, él nunca pierde.
El gran perdedor será el Instituto Nacional Electoral.
Cuando el candidato presidencial más aguerrido que hemos tenido en años, lanzó aquella frase “al diablo con sus instituciones”, en el 2006, sabíamos que se trataba de su frustración por la derrota y su ira contra las reglas.
Pasaron 16 años y perdimos a un gran candidato, iracundo, pero gran candidato que cuestionaba todo y hacía promesas incumplibles que seducían al electorado.
Hoy mantiene ese encono contra las instituciones autónomas y una descarada aversión a guardar y hacer guardar la Constitución, como lo dijo el día que protestó como presidente.
La suerte del INE está marcada desde hace un par de años.
Su pecado es no estar al servicio del presidente y ejercer sus facultades sin importar el enojo del mandatario.
Porque si las cosas no ocurren como quiere el presidente, inmediatamente nace un adversario.
A él le molesta que lo contradigan, que lo ignoren, que lo exhiban y que le ordenen someterse a las reglas.
Pecados capitales por los que el INE ha firmado su sentencia: desaparecer.
Lo dijo primero el presidente en una gansada para que sea el pueblo quien elija a los integrantes del Instituto Nacional Electoral y del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.
Dos instituciones que lo incomodan y de los que aún no tiene el control, como el que ya tiene en los Poderes Ejecutivo y Judicial.
La furia contra estos dos organismos se desbordó de una manera impresionante.
El secretario de Gobernación que de manera discreta estaba realizando un papel decoroso, abandonó la mesura y utilizando recursos públicos, se subió a un avión de la Guardia Nacional, para acudir a sendos mítines en Coahuila y Sonora a favor de la revocación de mandato.
Desde esas entidades señaló, acusó y se burló de los integrantes del INE.
El encargado de atender el desarrollo político del país y de provocar una convivencia armónica de paz y bienestar entre los mexicanos dijo que los consejeros del INE “se irán con la cola entre las patas”.
Y toda esta animadversión por la necedad de hacer una revocación de mandato no para que el presidente se vaya o se quede, eso no tiene importancia, sino para medir el poder del presidente.
Esa llamada revocación no fue solicitada por los ciudadanos, fue impulsada por él mismo y manipulada por sus simpatizantes que en lugar de revocación le han llamado ratificación.
Ante lo que consideran una omisión por parte del INE para difundir la ociosa revocación de mandato, asaltaron las calles y han tapizado las 32 entidades del país con propaganda mangoneada para participar en el capricho del presidente.
Sin ningún temor, sin el mínimo recato, las huestes del presidente han violado de manera sistemática una ley que ellos mismos aprobaron. ¿No que no eran iguales?
Cuando la orden viene de arriba, no hay excusa que valga, entre más trampa más éxito con el jefe.
¿Dónde está aquel candidato que a la primera trampa sacaba las garras?
¿De dónde han salido los millonarios recursos para saturar las 32 entidades y principalmente a la Ciudad de México con la patraña de la revocación?
El presidente puso en marcha la maquinaria porque su gente estaba cruzada de brazos. Les pidió hacer lo que fuera para movilizar a la gente. Y muchos estarán en el escrutinio una vez que se sepan los resultados.
Quizá por eso la capital esta inundada de la revocación. Quizá la consentida no quiere quedar mal.
¿De dónde tanto cinismo para complacer al jefe?
Ya vimos que para nada son iguales, son más descarados que los que criticaban.