Por. Bárbara Lejtik
Aún no muy segura de quién soy y en dónde estoy, consciente eso sí, de que me faltaron por lo menos seis horas de sueño entro a la cocina en busca de una taza de café para esta humilde superviviente.
Una muchachita de unos 17 años que me resulta familiar y se autoproclama como mi hija baila frenéticamente al ritmo de I want to be free y me saluda con una cuchara en la mano a modo de micrófono, me interroga a cerca de no sé qué que necesita para preparar su desayuno, yo la escucho como si estuviese debajo del agua y no logro descifrar su lenguaje que me es completamente inteligible.
Tres gatos me siguen y maúllan reclamando algo de mí, pero tampoco entiendo por qué.
Este ente que adivino soy yo con problemas, empieza a recordar quién es y en dónde está cuando ya los mensajes en el celular demandan soluciones, respuestas, risas, oraciones y pagos.
Como quiero volver a mi cama y enterrarme bajo cuatro cobijas de nuevo, noto un dolor punzante en mi brazo izquierdo y recuerdo que ayer me pusieron el refuerzo de la vacuna contra el SARS-CoV-2; las ideas se aclaran en mi mente pero no del todo.
Otro sujeto, un adulto joven se acerca riéndose y les cuenta a las otras personas que están en la casa cómo ayer me hice de palabras y casi me voy a los empellones con la gente que abusivamente se quería colar en la fila, se mofa diciendo que yo debí ser policía o guardia y que afortunadamente no cargaba con gas pimienta o con Teaser porque los habría usado a la menor provocación.
Una carcajada sale de mí, en ese momento recuerdo la valla que organice con las personas que estaban delante y detrás de mí para que nadie se colara. Otras ideas empiezan a resurgir de mi pantanosa memoria y voy armando una historia sobre nuestra experiencia de la vacunación ayer en la Ciudad Deportiva.
Cada persona una incógnita para mí, bien dicen “llorón el niño y lo pellizcan”. En mi caso sería “chismosa la señora y la forman con 10,000 personas”. Como se trataba de los famosos rezagados, yo quisiera preguntar a cada persona ¿por qué esperaron hasta hoy para decidir vacunarse? La respuesta en mi caso es sencilla, cuando me tocó en la primera jornada estaba contagiada por el virus, es por eso que acudí hasta ayer a recibir mi segunda dosis.
Una chica con un vestido de animal print (el estampado fue lo de menos), pegado, pesadísimo, de cuello cerrado y manga larga, llama mi atención. ¿Por dónde supone ella que la van a vacunar? ¿No sabe después de todo este tiempo que la inyección se pone en el brazo? Sigo caminando en la fila confirmando que nuestro problema fue una falta de ácido fólico durante la evolución de bacterias a primates.
Por fin llega mi turno, nunca me han dado miedo las inyecciones, es más, soy bastante salvaje y me he llegado a inyectar yo misma, además, obviamente de inyectar a mis hijos y a quien me lo solicite con morbosa alegría.
La señora que está sentada delante de mi, quien por cierto ha preguntado algo a cada uno de los “servidores de la nación” que se encuentran a cargo del proyecto, le cuestiona a la enfermera en voz bajita si ella le asegura que no le van a introducir un chip o una antena de control. Dentro de mí pienso… ¿para qué? nadie quisiera controlar a esta señora ni a ninguno de los más de 10,000 seres humanos que estamos aquí y que honestamente pasaremos por esta existencia con más pena que gloria.
En fin, las cosas transcurren, no sin antes despedirme y agradecer sinceramente a cada una de las personas que trabajan en este dificultoso, pero noble proyecto vuelvo a casa, el trámite completo me llevó dos horas y todo por haber ido el día de los rezagados, conozco a muchísimas personas que no tardaron más de treinta minutos.
Dispersa ya, la confusión mañanera es algo que me aqueja desde bebé, fuera de eso mis ojos están en el mismo lugar que ayer, mi memoria sigue intacta, hoy también odio el aguacate y amo el tequila reposado, las canciones de Joaquin Sabina y tener gatos.
Mi gusto, olfato, tacto y oído funcionan con normalidad, algo que no sucedió cuando estuve contagiada, pero sobre todo me siento un poco más tranquila que ayer y que antier, estar vacunada brinda a mi alma una sensación de paz, no por eso dejaré de cuidarme, seguiré con el uso del cubrebocas y el lavado de exhaustivo de manos que siempre ha sido parte de mi ideática vida.
Sin duda, me siento muy afortunada y reconozco el esfuerzo de los gobiernos de todos los países para que todos los ciudadanos, sin excepción, podamos vacunarnos y estar mejor preparados para combatir a este virus espantoso, que si bien no sabemos todavía cómo se originó ni con qué nuevas variantes nos vaya a sorprender, si nos consta a todos el daño que ha hecho a la humanidad y el tiempo irreversible que nos ha robado, además de haberse llevado vidas de gente que no merecía morir de asfixia, intubada, aislada y sola; ha dejado en la quiebra cientos de miles de negocios que sustentaban económicamente a millones de familias y nos ha privado de cualquier cantidad de oportunidades, cada quien sabrá lo que tuvo que olvidar por culpa de la pandemia.
Cada época se define por las circunstancias que la acompañan, guerras, hambrunas, epidemias, revoluciones.
A nosotros nos tocó esta pandemia mundial y muy a nuestro pesar estamos creo yo caminando hacia el final del túnel, pero todavía no fuera.
Ojalá todos los ciudadanos del mundo nos hiciéramos conscientes de lo Importante que es trabajar en equipo y dejáramos ya de una vez por todas esta absurda postura de negación y mal llamada “defensa de la libertad”.
Ninguna persona que estuviera flotando en el mar tratando de salvar su vida después de un naufragio rechazaría un salvavidas.
Vacunarse no es un tema de libertades, es un tema de oportunidades, de elegir salvarnos, de elegir volver a la vida como la conocíamos antes, sin miedo, sin riesgos, sin distancias; que nuestros hijos no pierdan por completo su niñez y adolescencia frente al monitor de una computadora, sin miedo a contagiarnos y quedar con secuelas de por vida.
Una sola ventaja tienen las adversidades en la humanidad, y es el empujón cuántico que nos vemos obligados a dar para sobrevivir como especie, negarse a la ciencia no es un ejercicio de libertad, valor es el que se necesita para encontrar soluciones y unir esfuerzos.
La inteligencia y el amor al prójimo es un ejercicio que se practica en conjunto y en el que a veces es preciso ser flexibles y dejar el egoísmo y la necedad a un lado.