Por. José Luis Hernández
Los tacos más ricos que uno puede probar -sin tanto circo, maroma y teatro- es en las construcciones. Ahí los artistas gastronómicos son los maestros albañiles.
Aunque ustedes no lo crean, alrededor de una pila de ladrillos, con maderas ardiendo y encima una placa de acero calientan y preparan los tacos en cazuelas de barro y sartenes, que sólo por obra de Dios siguen funcionando.
Ahí fue donde probé por primera vez los famosos huevos revueltos a la mexicana, un verdadero manjar, donde la pulcritud se hace a un lado y con la mano se toma la original y copia (dos tortillas juntas) y se le pone el huevo y su salsa, ahora sí que pica como albañil, acompañado por su respectiva Coca-Cola, o de un tornillo, medio litro de pulque.
Otro taco característico de las construcciones son los placeros, nada que ver con los que se inventaron en la Plaza de toros. Los verdaderos placeros son: original y copia, chicharrón picado, aguacate, pico de gallo, rebanada de queso panela, una más de jamón y pápalo, este es el taco placero pero fifí.
De ahí viene un sinnúmero de versiones y gustos de prepararlos, de acuerdo al albañil, yesero, pintor o plomero. Cada uno tiene su estilo y forma. Existe el taco yesero, ese lleva: original y copia, frijoles refritos, queso panela, y sardinas en tomate, con salsa de molcajete. Algo muy audaz para un servidor y eso que repartí yeso por más de treinta años de mi vida.
A la fecha sigue siendo una tradición que a la 1:00 pm se empiece el festín de aromas en cualquier construcción de la CDMX o de cualquier lugar del país.
Por eso cuando escuchen “vamos a preparar unos tacos placeros” que no les vengan con el cuento de la Plaza de toros. Los chingones son los que preparan los albañiles, ya que “un taco placero” es la definición de un taco que te da placer, así de fácil y sencillo.