Por. Liliana Rivera
Son tantas cosas que tengo atoradas en la garganta que no sé por dónde comenzar, es más, ignoro si alguna vez hubo un inicio; pero de lo que sí estoy seguro es que necesito un final. Es una historia de engendros que emergen desde lo más profundo del infierno, y lo peor, los puede encontrar en cualquier parte, claro, si observa detenidamente… Le pregunto a usted: ¿cree en los monstruos?, porque yo sí.
Iniciando casi el año mi abuelo se daba a la tarea de buscar sin prisa la comida de Herodes, tenía tiempo suficiente —ya que Herodes despierta cada 28 de diciembre, con sed, y sobre todo con hambre de carne, pero no de cualquier carne—. Mi abuelo no paraba hasta encontrar el alimento; sin embargo, si la fecha se acercaba y aún no conseguía todo, hacía una llamada para encargar lo que hacía falta. Nos decía que cada vez le costaba más trabajo conseguirla.
Mi abuelo era un hombre de aspecto rudo, todo lo contrario de mi abuela; ella era más dulce que las galletas que cocinaba; él se las llevaba cuando iba en busca de los párvulos; así como en el cuento de Hansel y Gretel.
Mi mamá nunca dejó que me acercara a la habitación de Herodes. Ella tenía la obligación de mantener con vida a los inocentes, hasta llegar a esa noche, era su trabajo; deber que después se le encomendó a mi hermana.
Es tradición en casa que se ponga un altar, sé que es extraño, pero mi abuela siempre lo hacía. Ponemos veladoras suficientes como para iluminar toda la cocina sin necesidad de la luz eléctrica; agua en vasos transparentes esparcidos por todo el lugar; sal tirada en el piso formando un círculo protector (eso decía mi abuela), a lado un crucifijo, y el rosario en mano; para venerar a los Santos Inocentes que mueren.
Exactamente esa noche, un manto funesto cubre nuestra casa, nos marca; e inicia su despertar. Se escucha sus gruñidos, los rasguños desesperados entre las paredes queriendo salir de la habitación, y esa invocación inteligible que suele emitir… taladraba mi cerbero hasta traspasar en lo más profundo de mi ser. Mi madre nos abrazaba con mucha fuerza. Entonces, el abuelo apresurado iba a darle de comer uno por uno hasta satisfacer al monstruo. Miraba con terror los ojitos desorbitados de esos desdichados. Aún oigo los chillidos.
Mi abuela, para que no escucháramos, nos ponía a todos a rezar el rosario dentro del círculo de sal que había puesto en medio de la cocina. Me acuerdo perfectamente de que nos hacía casi gritar las Aves Marías y los Padres Nuestros, yo me tapaba los oídos lo más fuerte que podía, a veces apretaba también los ojos.
Una de esas noches mi abuelo entró a la habitación de Herodes, y ahí se quedó hasta el amanecer. Cuando lo vi, lo primero que llamó mi atención fue su boca, batida con un rojo carmín, se venía limpiando con un trapo del mismo color. Tenía otro aspecto, ya no era ese abuelo de cara dura, se veía dócil, tranquilo, como si la paz reinara en él… Se había transformado. A partir de ahí, año tras año empezó a reunirse con Herodes, hasta que un día dejó de salir.
Después fue mi padre el encargado de alimentarlo, mi madre de hacer las galletas, y así esta tradición que va de generación en generación. Yo, bueno, estoy cansado, pero a la vez hambriento, este cuerpo, mi cuerpo, está a punto de renacer, y para ser sincero, no quiero, sin embargo, la sangre hierve, escucha el llamado. No sé si me vaya a condenar… por eso estoy aquí para contarle esta historia, que, si usted cree y me acompaña, entonces, será una inocente palomita que se dejó engañar.
En Ramá se oyó una voz,
hubo lágrimas y gemidos:
es Raquel, que llora a sus hijos
y no quiere que la consuelen,
porque ya no existen.
Jeremías 31:15:44
Liliana Rivera. Contadora Pública egresada del Instituto Politécnico Nacional, amante de las letras y su caos. Editora y autora de Cajita de Cristal y otros cuentos, vol. I,II, III. Coautora de tres antologías de cuento: Pandora (2016), Brecha (2017) y El viaje a través de los sueños (2019). Ha colaborado en diversas revistas digitales, así como dado ponencias en espacios culturales. Desde 2016 escribe historias que las Brujas, Hadas y Valkirias le cuentan entre sueños.
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