Por. Marissa Rivera
Hemos llegado a un capítulo más del encono entre el presidente Andrés Manuel López Obrador y el Instituto Nacional Electoral.
¿Se acuerdan de “al diablo las instituciones”?
Pues el INE ya tiene asegurado un destino.
Digo, según el presidente. Pero no es tan sencillo ser candidato y vociferar, que ser presidente y aguantar el coraje.
En abril de este año que está por terminar, el INE mostró agallas y frente al amedrentamiento matutino desde el paredón presidencial, no se rajó.
El presidente y los suyos conciben la democracia a su manera. Si me favorece, “bravo”, si no, “corruptos”, “neoliberales”, “vendidos”, “enemigos de la democracia”.
En ese momento el INE resolvió negar el registro a varios candidatos de Morena, pero lo que más les dolió fue el retiro de las candidaturas a las gubernaturas de Félix Salgado Macedonio por Guerrero y Raúl Morón Orozco por Michoacán. Siete votos a favor, cuatro en contra.
En el siguiente round, hace unos días, el INE, en una votación cerrada, seis votos a favor, cinco en contra, aprobó posponer el proceso de la revocación de mandato por falta de presupuesto.
Un proceso que el presidente anhela y que quería ver en las boletas de las elecciones intermedias del 2021, pero la oposición no lo permitió. Y ahora, está en veremos.
Ante tal afrenta, la cofradía de la llamada “cuatro te”, montó el cólera y llamó al INE a continuar con el proceso. A bajarse los sueldos y llevar a cabo los trabajos de la revocación. Como si con eso se resolviera el tema.
Un gasto innecesario para un proceso estéril. ¿Por qué? Porque al presidente López Obrador se le eligió por seis años y esos seis años se los garantizaron 30 millones de electores.
Esa famosa “revocación”, donde los que voten van a decir que “no” y los que no votaremos, no caeremos en la trampa de la decisión tomada el 2 de julio de 2018 en la urnas.
Con engaños, los morenistas tratan de persuadir a la gente, al cambiar el concepto de “revocación”, por “ratificación”. Una vil engañifa.
No solo eso, el INE ha detectado que en la desesperación, porque a los afines al presidente se les acaba el tiempo (a cinco días –concluye el 25 de diciembre-, le faltan un millón de firmas, se necesita 2 millones 700 mil), han presentado firmas de personas fallecidas, que perdieron sus derechos políticos electorales o que no tienen credencial.
Por eso están enojados y por eso la farsa.
En su libro, Cómo mueren las democracias, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, explican que no hay democracia, cuando uno de los poderes somete a otro. Y eso está pasando en México con el Poder Legislativo y con el Poder Judicial.
El presidente tiene a la mayoría simple (no mayoría calificada, es decir, dos terceras partes de los votos) de la Cámara de Diputados en la bolsa.
También designó a cuatro (de los 11 ministros) en el Poder Judicial.
Levitsky y Ziblatt advierten que cuando las instituciones legislativas y judiciales están en manos del Poder Ejecutivo, hay un riesgo de abdicación, “entonces, los perros guardianes se convierten en perros falderos”.
México no es de una sola persona.
Y menos caprichosa e intolerante a la frustración.
Los pocos contrapesos que hay en el país debemos celebrarlos.