Por. Boris Berenzon Gorn
La pandemia de COVID-19 ha significado uno de los retos más grandes que ha tenido que enfrentar la humanidad. Aunque la historia ha atestiguado numerosos eventos similares —en donde una enfermedad ha puesto en jaque a la especie— ninguno similar había ocurrido en los tiempos modernos, en este entorno globalmente conectado. Quisiéramos pensar que una vez superada la pandemia vendrá una época de estabilidad; no obstante, el mundo tiene enfrente una serie de desafíos que deberá resolver en los años próximos.
Hace tres semanas, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) presentó un reporte en el que anunciaba un “código rojo” para la humanidad. Y es que, aunque se pretenda ignorar los hechos, la realidad nos ha rebasado y el cambio climático está ya sucediendo. Parece que fue ayer cuando Trump aseguraba que el calentamiento global era un “invento de los chinos”. Hoy, el IPCC asegura que el daño está ocurriendo ya y que es, en muchos sentidos, irreversible.
El cambio climático no es una ilusión. El nivel del mar se está realmente incrementando y la modificaciones están ya afectando a mies de personas. Es cierto, no volteamos a ver los grandes desastres naturales cuando no ocurren junto a nosotros o en los países ricos, pero hoy por hoy incluso ellos se ven afectados por este problema que durante décadas jugaron a ignorar. La situación requiere de medidas efectivas e, incluso tomándolas, hay una parte de ésta que no se podrá arreglar más.
En enero de 2020, antes de que la pandemia hiciera sus estragos, el historiador Yuval Noah Harari, autor de la obra Sapiens: De animales a dioses, advirtió cuáles serían los grandes retos que la humanidad debería enfrentar en este siglo. En el marco del Foro Económico Mundial, Harari aseguró que las tres grandes señales de alarma eran una guerra nuclear, el colapso ecológico y la disrupción tecnológica. Aunque suene sacado de una historia de ciencia ficción, lo cierto es que estos tres temas amenazan no sólo con cambiar el curso de la humanidad, sino incluso con destruirla o, por lo menos, a una buena parte de ella.
Estos casi dos años de pandemia no han hecho más que reafirmar lo que Harari dijo, casi como un profeta, antes de que el mundo viviera este inusual fenómeno. Los tres retos siguen latentes y se encuentran ya haciendo estragos en nuestras vidas. Con respecto al colapso ecológico, por ejemplo, se pensó que el confinamiento derivado de la COVID-19 y las imágenes de la naturaleza reclamando su espacio nos harían dar un golpe de timón. Pero esto no fue cierto, porque, aunque ha habido pequeños cambios en nuestras vidas, no hubo modificación de fondo que nos llevara a una mejor relación con el planeta.
La pandemia parece haber sido una reafirmación de nuestro modo de vida. Fuimos capaces de esperar unos cuantos meses y lo somos aún de cambiar el formato de eventos de lo presencial a lo virtual, pero eso no es el problema de fondo. La producción, la contaminación, la hiperconectividad presencial, son factores de los que no somos capaces de prescindir y los cuales probablemente no modifiquemos hasta que no sea inminente.
Lo de la guerra nuclear lleva dando vueltas a la especie durante bastantes décadas. Lleva tanto que se ha convertido en un tópico común, desgastado, propio de las películas de acción. Sin embargo, las armas nucleares siguen siendo desarrolladas por poderosos países que guardan una constante y creciente tensión entre ellos. Conciliación y armonía parece ser lo que hace falta para sofocar esa amenaza. ¿Es posible aspirar a tal sueño en un mundo donde los Estados Unidos organizan guerras que duran veinte años y dejan al final a la gente que iban a “salvar” tan desamparada como siempre?
Harari apunta también a la disrupción tecnológica, un riesgo que, nuevamente, parece sacado de la ciencia ficción, pero que es realmente preocupante. Para el historiador, no sólo están cambiando las relaciones humanas, de trabajo y producción mediante las nuevas tecnologías, sino que estamos por presenciar una época en la que seremos capaces de irrumpir en la biología, alterar el funcionamiento de nuestros cuerpos de formas nunca antes vistas y probablemente incluso de crear nuevas formas de vida.
Todo podría sonar perfecto e ideal, pero ¿qué sería de tecnología semejante en un mundo en conflicto permanente, que no puede llegar a acuerdos y que no tiene una regulación consensada sobre temas cruciales? El acaparamiento de vacunas, ejercido lo mismo por los países del llamado primer mundo que por las personas que se procuraron hasta tres dosis antes de que la mayor parte de grupos de población tuvieran por lo menos sus respectivas dos, son muestras de cómo el ser humano puede arruinar tecnologías que deberían representar un milagro para todos.
Los retos están a la vuelta de la esquina y no hace falta más que abrir un periódico o mirar alrededor para pensar que nos quedarán enormes.
Manchamanteles
Resulta que hoy más de uno se piensa guardián del buen uso de la lengua. Muchos de ellos no son capaces de cuidar la propia ortografía pero sí están verificando que otras personas no “destruyan” el lenguaje para fines políticos reivindicativos. ¿No se supone que la lengua es de quien la habla? De policías de la moral y las buenas y rancias costumbres está lleno el mundo.
Narciso el obsceno
Quien no sabe de amor vive entre fieras;
Quien no ha querido bien, fieras espante,
O si es Narciso de sí mismo amante,
Retrátese en las aguas lisonjeras.
Lope de Vega