jueves 21 noviembre, 2024
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COLUMNAS COLUMNA INVITADA

«RAZONES INTUITIVAS» Mujer de senos grandes, pies pequeños y piel canela

Por. Mariana Aragón Mijangos

Algo que puedo agradecer de este tiempo de pandemia ha sido la desaceleración de la cotidianidad, que al igual que a la mayoría, me mantenía fuera de casa gran parte del tiempo, sin reservar espacios para adentrarme en mí, y resolver cosas verdaderamente importantes más allá del trabajo, las responsabilidades y las distracciones, como es el entenderme a mí, y mi relación con el mundo.

Dejé de evadirme viviendo de ilusiones fluctuantes de pasado y futuro, y decidí estar presente para habitarme de nuevo. No recuerdo cuándo fue que comencé a adoptar ideas y maneras, de lo que creí ser. Ha sido un proceso honesto, necesario, por momentos árido y doloroso, del que han brotado grandes hallazgos.

Por ejemplo, en el amor me descubrí no tan libre como me pensaba, presa de patrones que bien encajan en fragmentos de las historias narradas en el libro Las Mujeres que aman demasiado, un libro que, dicho sea de paso, debería ser obligatorio en la secundaria por sus valiosos contenidos en educación emocional y de autocuidado; en fin, el hecho es que comencé a entender que en el amor nada es fortuito, nos sentimos atraídos hacia las personas que proyectan las heridas que cargamos de chicos. Hasta que las reconocemos, sanamos.

Y así también, con tanta naturalidad surgió el otro gran hallazgo que motivó éste texto, al fin me veo a mí misma sin pudores, ni maquillajes, para reconocerme como Mujer de senos grandes, pies pequeños y piel canela, características compartidas con la gran mayoría de las mexicanas, pero que en la sociedad sexista, clasista y racista en la que vivimos, se vuelven etiquetas que limitan, lastiman y a ratos oprimen.

La cruda realidad es que nosotras las “chichonas”, “chaparras” y “prietas”, no somos el prototipo que ocuparía la titularidad del noticiero, ni somos las que aparecen en las telenovelas ó películas mexicanas (a menos que el rol sea de empleada doméstica), y difícilmente seremos candidatas o directivas de las grandes empresas.

Me costó entender que, aunque mi contexto de desarrollo haya sido de clase media urbano, las huellas genéticas en mis rasgos físicos, en mi gusto por los colores y la poesía, coinciden más con las del pueblo zapoteca de mis abuelas, que con algún antecedente criollo que haya habido en mi linaje. De manera que, aunque ni mis abuelas ni mis padres hablen alguna lengua originaria, hoy decido ser congruente con mi esencia y me reconozco parte de una generación desindianizada (rememorando a Bonfil Batalla), que al reconocer su pasado entiende mejor su presente.

Siempre fui menudita por más que en mi pubertad intenté el planchado de senos al estilo camerunés, no funcionó. Me acostumbré a esquivar los comentarios y miradas lascivas de desconocidos en la calle, compañeros de trabajo e incluso otros a quienes he considerado amigos. Por años creí que era normal, y he lidiado con esa incomodidad sin hacer olas. Pero no más. Ya no estoy dispuesta a tolerar a tipos como ese “amigo” de la Universidad, a quien una noche se le ocurrió pedirme que le enviará “packs”; tampoco volveré a fingir demencia ante hombres ya maduritos, de esos que se sacan la foto en familia todos uniformados y aparentan ser gente decente, que de pronto te sorprenden pareciendo preparatorianos “calenturientos” haciéndote comentarios lujuriosos y pidiendo abrazos con intenciones sucias. Pero más allá de la pena que ya me dan esos hombres que sólo denotan su insatisfacción sexual e inmadurez, hoy reconozco que tengo el pecho del tamaño de la pasión que siento por la vida, justo para albergar el corazón que tengo. Punto.

Por otro lado, mis pies pequeños además de delatar mi corta estatura también materializan mis inquietudes. Por alguna razón mis últimas parejas han sido altos y yo pequeña, ¿será que en mi antítesis, buscaba la afirmación? Tal vez, pero ya no me preocupo porque no me queden los zapatos bonitos, hoy entiendo que los zapatos bonitos son precisamente esos que me quedan bien.

Y por último, bendigo que mi piel sea del mismo color de la tierra que amo, y de una especie que me encanta, porque la canela además de ser versátil, dulce y picante también es buena con el corazón.Con tus ojos brujos y tu piel canela”, me canta mi papá al ritmo de La Santanera (cuando no nos hacemos enojar), y creo que es una acertada descripción que atesoro.

Nos enseñaron a sentir vergüenza de ser quienes somos” dijo Tenoch Huerta a El País en el documental “El racismo que México no quiere ver” (2019), que cita una encuesta realizada por el COLMEX en 2017, e ilustra cómo la mayor parte de la población entre los 25 y 36 años (36%) se considera de tez apiñonada, y sólo el 7.7% se considera moreno oscuro. Por supuesto que nadie quiere cargar con las etiquetas de “indio pata rajada”, “marginado” y “pobre”, que la colonia endilgó a todo lo indígena… y entonces viene la negación.

Confieso que muchas veces yo también fui parte de ese 36% que se consideró morena clara ó más bien apiñonada, que me indigné cuando en España alguien me llamó “Machupichu”, y que me sentía más identificada con las mexicanas que aparecen en la tele que con mis paisanas oaxaqueñas, aunque compartamos complexión y estatura. Hoy me presento ante el mundo como Mujer de senos grandes, pies pequeños y piel canela, reivindicando mis orígenes y el de una nación que para crecer, necesita antes reconciliarse con su esencia.


Mariana Aragón Mijangos es politóloga, asesora política y articulista. Sus áreas de desarrollo son feminismo e interculturalidad, protección social y movilidad incluyente con perspectiva de género. Generadora de contenidos de campañas políticas y programas gubernamentales.  Integrante de la Red Global Women In Motion. Mamá de Abi, Sherouse y Apolo.
Tweeter: @MarianaAM147

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