Por. Bárbara Lejtik
En la absurda y ridícula sociedad que hace no mucho aun éramos, los hombres eran señalados y estigmatizados por mostrar sentimientos que los hicieran parecer a los ojos de los demás como frágiles o incluso afeminados, el peor de los pecados que durante siglos limitó a la humanidad a vivir libremente.
Pobre del niño que quisiera jugar con muñecas o ayudar en la cocina, del que se interesará por temas como la moda o la imagen.
Hoy aquellos pobres niños son acusados de insensibles, de no entender a sus parejas, de no poder ser empatices con la libertad sexual y cultural, de no educar bien a sus hijos, aquellos niños reprimidos hoy son señalados como “machos”,
Porque no saben respetar límites, cuando crecieron con la consigna de conseguir todo lo que quisieran, porque no saben ser fieles, cuando se les enseñó que eran mejores dependiendo del número de sus conquistas, de ser rudos e intransigentes con sus hijos cuando se les castigaba con severidad por llorar o mostrarse vulnerables, cuando se les inspiró a pelear, a dominar, a demostrar su fuerza en todos los ámbitos.
Crecieron con gritos y golpes, les prohibimos expresarse, sentir miedo, ser tiernos y ahora los condenamos por su falta de humanismo.
Estos niños que ahora son padres no saben si sus papás tenían la razón y se debaten todos los días entre las reglas sociales aprendidas con sangre y lágrimas, y lo que realmente quieren ser, pero ahora muchos no pueden.
Tal vez quieren jugar a las muñecas con sus hijos, tal vez quieren inventar recetas de cocina junto a sus parejas, tal vez quieren opinar sobre la moda o inventar estilos, sentirse espontáneos, creativos, pero tanto les dijimos que eso no les concernía que se lo acabaron creyendo.
Pobres de los papás que no saben cómo acercarse a sus hijos, cómo dejar correr sus lágrimas por la emoción o la tristeza, que quieren seguir cercanos al círculo familiar directo, que no pueden llevarse bien con sus madres porque los acusamos de no cortar con el cordón umbilical, no pueden preferir una película de amor a un partido de fútbol porque ponemos en duda su virilidad, no pueden mostrarse ser dulces, no pueden ser frágiles, no pueden pedir ayuda, no pueden y no deben.
Les dijeron que estaban aquí para resolver, para proteger y para pelear por ser los líderes de la manada, no para soñar. Les contamos historias sobre súper héroes, reyes y Guerreros, a modo de juguetes los cubrimos con escudos, espadas y zapatos para correr.
¿Y qué tal si ellos querían caminar despacio? ¿Si preferían cantar o bailar que competir en una cancha? ¿Si soñaban simplemente con ser distintos? Amar de otra manera a la establecida, vivir su propia historia, no ser el macho alfa de la tribu.
Pobres de los papás que no hemos sabido comprender, que aprendieron a callar sus sentimientos y a ahogar sus lágrimas.
Pobres de los papás que no pudieron decirles a sus papás cuánto los querían, que no se permiten estar cansados o tristes o enfermos, que tuvieron que olvidar sus sueños y empezar tempranas batallas.
Pobres de los papás que todos los días cargan con una armadura tan pesada como los prejuicios de esta tonta sociedad que hemos sido.
Este es un sentido reconocimiento para todos los hombres que he conocido, los que han pasado por mi vida dejando siempre un aprendizaje, los que me han amado y se han dejado amar por mi.
Es un reconocimiento para mi papá y para su papá, para mis hermanos y para mis amigos, para todos los padres y los que decidieron no serlo, para los que se han equivocado.
Entiendo ahora lo difícil que ha sido su proceso.
Feliz Día del Padre, a todos los padres y los hijos de alguien porque ser papá no es menos importante que ser mamá, porque aunque no sean los protagonistas en el parto si dan vida a un nuevo corazón, sufren y gozan con la misma intensidad, pero muchas veces lo tienen que hacer a escondidas.
Por los que sufren con las injusticias, por los que aman a las mujeres, por los que sufren la generalidad del juicio social.
Yo si les creo.
¡Muchas felicidades!