Por. Gerardo Galarza
Hace más o menos 30 años que en México se acuñó, con mucho éxito, el terminajo “concertacesión”.
Es un término despectivo, en esencia. Con él se intentó, y en mucho se logró, decir que cualquier negociación política es producto de una tranza, de un cochupo, de una traición, a la que se llega a través de la corrupción.
La negociación ha sido, a lo largo de la historia, el camino al acuerdo colectivo, a la convivencia social, también a la paz.
La esencia de la práctica de la política es la negociación entre los disconformes, los opuestos, los contrarios, los enfrentados para conseguir pactos o acuerdos que benefician si no a todos, cuando menos a la mayoría de los ciudadanos. En tan importante la negociación que en la guerra se utiliza para lograr o al menos intentar lograr la paz entre los bandos enemigos.
La política es negociación, en todos los niveles, lo que no implica necesariamente corrupción. Ante la falta de negociación, aparece el conflicto, la polarización social, la imposición, la dictadura, la guerra misma en grado extremo.
Y sí, cierto: el concepto mexicano de “concertacesión” no es negociación real, aunque así se le haya querido presentar desde hace 30 años o más. Hay que recordar su origen: las negociaciones políticas entre el Partido Acción Nacional (PAN) y la Presidencia de Carlos Salinas de Gortari, inclusive antes de que tomase posesión, para tratar de resolver una confrontación nacional luego de las elecciones presidenciales de 1988, consideradas fraudulentas, pero determinadas legales y legítimas por la autoridad electoral, encabezada por Manuel Bartlett Díaz.
La simple suposición de ventajas políticas o acuerdos ocultos obtenidas por el PAN (se habló indistintamente de los gubernaturas de Baja California o Chihuahua; la renuncia de Ramón Aguirre a la de Guanajuato; la nueva ley electoral –el Cofipe–, entre otras, sin ninguna prueba real) provocó la acuñación del terminajo “concertacesión”, principalmente en las columnas políticas, como luego también habría de popularizarse el del “sospechosismo”, atribuido a Santiago Creel.
“Concertacesión” fue un concepto asociado a Diego Fernández de Cevallos, el principal negociador panista de entonces. Pero hoy cuando el político queretano ha reaparecido, a través de las redes sociales y ha causado temor y molestia entre los seguidores del presidente de la república, pero el terminajo aquél no ha resurgido, pese a que a diversos hechos de la vida pública nacional hacen suponer (como antes se supuso) presuntas “concertacesiones” no sólo políticas.
La falta de información, veraz y confiable, sobre hechos como la liberación y el saludo presidencial a familiares de Joaquín Guzmán Loera; la presunta corrupción (sin ningún corrupto, ya no se diga culpable, sino siquiera indiciado) en la construcción de Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México; la libertad de exdirector de Pemex, Emilio Lozoya, a cambio de presunta información sobre fraudes y corrupción en esa empresa, sin que haya ningún indiciado; la libertad y recuperación de bienes, además de un partido político, de Elba Esther Gordillo; la “jubilación” del exlíder sindical Carlos Romero Deschamps como “trabajador” de Pemex, entre otros ejemplos, son parte de las nuevas “concertacesiones”, cuyo origen está en su opacidad.