viernes 22 noviembre, 2024
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«CEREBRO40» Reflexiones sobre la pandemia

Por. Barbara Lejtik

Un año ya del inicio del confinamiento por la crisis sanitaria que originara el virus SARS COV 2, en todo el mundo.

Lo recuerdo como si hubiese sido hace solo diez años.

Más o menos por estas fechas ya se escuchaba el término Coronavirus, pero como que los mexicanos creíamos que eso no nos iba a alcanzar, incluso hacíamos bromas sobre el tema, chistes en las redes sociales, donde el remedio de la miel con limón y el jarabe de las abuelitas vencía al temido virus en el cuadrilátero.

En todo pensábamos menos en frenar nuestras vidas, pensábamos en las vacaciones de Semana Santa y de verano, en festejar nuestros cumpleaños, en asistir a bodas y graduaciones, en llegar a Navidad con todas las familias completas y felices.

El día que se anunció el semáforo rojo y se nos indicó cerrar negocios, escuelas y centros de recreación para quedarnos en casa, lo veo como una película de terror que me llevaran mis papás a ver hace muchísimos años ya.

Esa sensación de llegar a mi casa con las llaves de mi negocio en la bolsa y no saber qué pasaría, cómo haríamos todos los que estábamos en esa situación para mantener a nuestras familias sin poder trabajar.

Después vinieron muchas cosas, muchas situaciones, empezaron las noticias sobre enfermos y muertes, sobre casos en los que toda una familia se contagiaba, cada vez más cerca, cada vez más amenazante, en algún momento a todos nos tocó enterarnos de que algún familiar o amigo cercano se había infectado. Historias escalofriantes que pasaban detrás de los muros de los hospitales sin que nadie pudiese hacer nada, gente muriendo en absoluta soledad, sin despedidas, sin rostros familiares y palabras de cariño, sin ceremonias ni funerales, sin un cuerpo que velar, solo con la resignación de obtener unos días después una urna con cenizas presuntamente familiares y la idea errónea de que nuestro ser querido sufrió poco.

Creo que soy de las personas muy afortunadas, pues a un años de el inicio de la pandemia no me he contagiado y no ha sido casualidad, si bien reconozco que en algún momento bajé la guardia y me relajé, la verdad es que han sido muchos más los días en los que he extremado precauciones ¿Suerte? Tal vez si, pero ahora más que nunca es conciencia.

Al principio poco sabíamos de la enfermedad y sus consecuencias, a cada persona que le preguntábamos le iba diferente, todos contaban historias distintas, desde un malestar muy leve hasta hospitalización y graves secuelas en los pulmones y un cansancio crónico.

Creo que aún seguimos sin saber casi nada, vislumbramos solo la punta del iceberg de todo lo que contagiarse de COVID conlleva, el daño físico, emocional y económico que significa cada nueva persona infectada.

El miedo de no sanar o quedar con alguna secuela y la cadena interminable de gente que se pudo haber contagiado a partir de ese foco de infección, lo que hace el final de la historia cada vez más lejano.

No se ve todavía la luz al final del túnel, las vacunas llegan a cuentagotas y es algo que tenemos que entender, todos los países del mundo demandan su dosis, ya la pagaron y las merecen de igual manera, pero las farmacéuticas no se dan abasto y no alcanzan a producir las necesarias, empezamos prácticamente en todos lados con el personal médico y con los adultos mayores, falta todavía la mayor parte de la población y la que está más expuesta, los que tenemos que salir a trabajar cada día para traer el sustento a nuestras familias.

Los estudiantes y niños serán los últimos y mientras ven pasar su vida a través de alguna pantalla, aprenden poco, se distraen fácilmente, se aburren y pasan el tiempo pensando en situaciones que no son nada beneficiosas para su edad.

Son la última generación de cada escuela, no habrá alumnos mayores cuando todo esto termine y volvamos a la ansiada normalidad, ni tradiciones escolares, ni historias que contar.

La depresión y la ansiedad entran al lado de la carencia económica y el aburrimiento, las familias se enfrentan no solo a la falta de dinero o de trabajo, también al hastío y a las fricciones que el encierro nos ha traído.

Esta es sin duda una de las pruebas más difíciles que muchos habremos vivido en nuestras vidas. Una prueba que ha puesto en evidencia nuestra poca disciplina, nuestra escasa capacidad de autocontrol y nuestra falta de solidaridad.

Nos ha exhibido como una sociedad inmadura que a pesar de ver el caos sigue inventando pretextos y es incapaz de decir que no y atender las advertencias sanitarias y de seguridad.

Un año de vida en pandemia y los que faltan, alegando que tarde o temprano todos nos vamos a contagiar y siendo tremendamente egoístas con los más afectados, en mi punto de vista el personal médico y los jóvenes y niños que tuvieron que pasar su adolescencia en casa, alejados de sus amigos y la vida que por edad les correspondía, sin convivencia, sin deporte en equipo, sin vida escolar.

El tiempo perdido jamás será recuperado, ni las deudas desaparecerán ni las desavenencias sociales.

Un año de no ver el rostro de la gente, de adivinar las expresiones detrás del cubrebocas, de caminar con miedo, de saludarnos y convivir en reuniones virtuales, de no abrazarnos, de no bailar, de no presenciar nuestros deportes favoritos en los estadios ni poder detenernos a saludar o platicar en los parques, de desinfectar las superficies y nuestros pensamientos para no envenenarnos más con malos pensamientos y huir de la temible depresión.

Un año de dar pésames a través de mensajes en las redes sociales, sin poder acompañar a nuestros familiares y amigos en sus pérdidas, sin dejar de pensar que con cada respiración la enfermedad puede entrar a nuestro ser y destruirnos.

La reflexión no es muy positiva que digamos, estar en casa y con salud ya es una situación extraordinaria para la mayoría.

Supongo que seremos la generación que se distinguió por esta experiencia y que el destino de las generaciones venideras se escribirá a partir de esto, tendremos un nombre distintivo y marcaremos la pauta que siga la humanidad en los próximos años.

Por lo pronto sólo podemos seguir observando y cuidarnos, si es que queremos llegar al final de la carrera y ver en qué termina la extraña película futurista, en la que esta vez si fuimos los protagonistas, los sobrevivientes que contarán el final, las víctimas, los villanos y los héroes.

 

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