Por Gerardo Galarza
En la historia de la medicina, México es pionero en la aplicación, distribución y también en la producción de vacunas contra enfermedades infecciosas.
Es probable que ante el desastre nacional por la “gripita” del Covid-19 a usted eso le parezca un dato inútil, pero resulta que la primera vez que se aplicó una vacuna en este país ocurrió en 1804, hace 216 años, cuando llegó a Nueva España la expedición encabezada por el doctor Francisco Xavier de Balmis, (no, no es que tenga nombre de calle de la colonia Doctores de la Ciudad de México; es al contrario).
Balmis, quien ya había ejercido la medicina en la Nueva España, viajó a varios territorios americanos enviado por el rey Carlos IV para traer la vacuna contra esa enfermedad, protección descubierta en 1796 por el inglés Edward Jenner.
Luego de inocular a miles de niños en toda Nueva España, Balmis viajó con 24 de ellos de Acapulco a Manila y al oriente para seguir con su expedición sanitaria, bajo la técnica llamada “brazo a brazo”. De 1803 a 1806, Balmis recorrió lo que hoy son Puerto Rico, Venezuela, Cuba, México, Filipinas y llegó hasta China. (Con datos el doctor José Ignacio Santos, exdirector del Instituto Nacional de Salud para la Infancia y la Adolescencia de la Ssa, en su texto “El Programa Nacional de Vacunación: orgullo de México”).
Parece obvio, pero el escribidor sabe que no lo es, decir que hace 216 años no había automóviles ni autobuses ni trenes ni aviones, ni refrigeradores; tampoco radio ni televisión, ni internet, ni redes sociales; había unos pocos hospitales en todos esos territorios y así hizo la primera campaña de vacunación masiva.
En México se mantuvo de la tradición de la vacunación masiva durante todos estos años hasta crear un Sistema Nacional de Vacunación, que en el 2012 protegía entre el 90 y 98.5% de los niños y adolescentes, esencialmente a través de la Semana Nacional de Vacunación (en marzo de cada año), además de la aplicación de otras vacunas estacionales como la de la influenza.
Es decir, el país cuenta (¿o contaba?) con una estructura, una estrategia y una logística para la aplicación masiva de vacunas, que hoy se extraña.
Cierto, hay variantes: la vacuna contra el Covid-19 no existía y su producción todavía no alcanza (ni alcanzará por meses) para todos quienes en el mundo la requieren. Eso no está a discusión.
El problema es la ineficiencia en la estrategia de aplicación de las pocas vacunas que han llegado y su uso eminentemente electoral. Seguramente se va a decir que aquel sistema estaba dominado por “los corruptos” de antes. A lo mejor, pero ¿por qué no usarlo ahora que ya no hay corruptos? Su eficacia estaba probada, su personal pertenece (¿pertenecía?) al sistema nacional de salud pública, la mayoría de las vacunas de aplicaban en hospitales y lugares públicos y privados.
Hoy, en plena emergencia, se cambió por “brigadas sanitarias” integradas por militares, representantes de los programas sociales gubernamentales, “Siervos de la Nación” y dos enfermeros, en total 12 miembros, cuya mayoría entona: “¡Es un honor servir a la nación!”, para que no se olvide el próximo 6 de junio. Muy ruin, como dice el presidente.