Jano y Regina viven en un pequeño edificio de 9 apartamentos. Nunca saludan a los vecinos, siempre con la cara altiva. Tratan a la señora de la limpieza como objeto de segunda mano y al vigilante ni siquiera lo voltean a ver.
Él es un hombre jubilado que se la pasa viajando a sus 75 años, y ella, a sus 70 se conserva de maravilla. Se nota que se ha dado sus “ayudaditas” con un poco de botox por aquí, colágeno por allá, aumento de bubis y de cola, y unos injertos en el cabello que la hacen ver más glamorosa. Una trophy wife, como dicen en inglés. Él juega golf. Ella camina a diario dos kilómetros y nada dos horas en el club para después tomar “brunch” con las amigas.
En donde viven, es de todos sabido que tienen un apartamento en la playa y pasan largas temporadas por allá, donde también tienen perros, gatos y otras mascotas. Los vecinos ni los extrañan cuando se van porque por un tiempo no se ven sus arrogantes caras.
Tamara se asoma a las escaleras por el ruido y los gritos.
Julia y Roberto se asoman por las ventanas de ese sábado que parecía muy quieto a las 5 de la tarde.
Raúl ya había visto a un muy apuesto y fornido joven salir del edificio un par de veces y abordar un Uber en cada visita. Le pareció extraño, pero no pudo relacionar la presencia del muchacho visitando a algún vecino. Todos en la vivienda son gente de edad que rebasa los 45, y el bello chico no pasaba de los 25. Es ése el mismo que sale corriendo del lobby del edificio de apartamentos seguido por el muy furioso Jano, y éste a su vez, por una muy angustiada Regina.
Ya con toda la atención de los vecinos y de los transeúntes, el drama se pone de nervios y todos se miran como queriendo entender.
El amante busca una salida por todos lados, mira a la izquierda, mira a la derecha. Se abrocha la camisa, lleva los zapatos en la mano, busca en sus bolsillos –supongo que su cartera– y cruza la calle sin pensarlo para huir por la avenida sin voltear para atrás.
El cornudo marido grita desesperado que detengan al “hijo de la chingada” que él mismo no puede alcanzar. Regina le suplica que mire alrededor y se dé cuenta que la gente lo mira. Ella muere de pena.
Jano le grita con todas sus fuerzas que es una zorra aprovechada, por meter a su “sexoservidor” a su cama, que él andaba de viaje. Ella mira de reojo a los curiosos y le insiste en guardar la compostura.
Tímida, se cubre el pecho al darse cuenta que no trae brassiere. Algunos no pueden evitar la risita burlona.
Jano se quita el suéter y se lo avienta al mismo tiempo que se percata del tremendo “osote” que acaban de armar en plena calle, en pleno edificio donde ellos mismos ven a todos bajo el hombro y los consideran gente “x” que no merece compartir el mismo planeta con ellos.
Se suben a su apartamento en una muy forzada tregua, pero una vez en casa, él grita, rompe cosas, avienta ropa y muebles por las ventanas. El conserje sube y le dice que va a llamar a la policía si no se calman.
Jano le grita: “¡Indio de mierda, tú no me dices qué hacer en mi casa!”.
La policía esposa a Jano un rato después y es Regina quien le levanta los cargos de alteración del orden e intento de homicidio.
El domingo llega una camioneta Van y el chofer la llena de muchas maletas. Un rato más tarde, bajan Jano y Regina y se suben al auto con lentes oscuros y sin voltear a ver a nadie. Ésta vez, no es de indiferencia, sino de vergüenza.
Benito –el conserje– le cuenta a los vecinos, mientras la camioneta se va perdiendo en la calle, que el hijo de Jano y Regina le llamó y le pidió “de favor” que regale los muebles, que limpie el apartamento y que una vez que termine toda esa labor, le ponga letrero de “SE VENDE”, con todo y el número de teléfono.
Esa noche Tamara organizó una fiesta para todos los vecinos, y Roberto recordó que su abuela siempre le dijo que “no hay que escupir para arriba, porque te puede caer a ti mismo”.
Raúl Piña es egresado de Ciencias de la Comunicación (UNAM). Extrovertido, el mejor contador de chistes y amante de las conversaciones largas. Fiel a su familia, de la que adopta honor, valor y mucho corazón. Vive en Toronto, Canadá, desde hace 20 años, pero sus raíces sin duda son 100% mexicanas. Escribe como le nace y como dijo Ana Karenina: “Ha tratado de vivir su vida sin herir a nadie”.