El confinamiento sacó a la luz el cocinero que todos llevamos dentro, simplemente porque no hubo opción. De un día para otro, los que nunca quisieron -por aversión- y los que nunca pudieron –por falta de tiempo–, se vieron obligados a elaborar sus propios alimentos para sobrevivir.
Y es que no sólo ya no hubo restaurantes ni fondas a dónde ir, sino que el miedo al contagio vía servicio a domicilio nos orilló a cocinar mañana, tarde y noche.
Desde los primeros meses de la pandemia, Instagram se inundó con imágenes de personajes famosos en sus cocinas, como la influencer italiana Chiara Ferragni –que usualmente viaja por el mundo como modelo–, quien posteó en mayo una foto de su “primera pizza” hecha en casa, la cual fue secundada por ¡470 mil followers! Su hazaña fue transitar de las pasarelas de Milán a su horno con el mismo glamour.
Ante la imposibilidad de viajar y ofrecer espectáculos, a los cantantes o actores de prestigio internacional tampoco les quedó de otra, más que “seguir a cuadro” desde sus cocinas haciendo gala no sólo de los platillos preparados, sino también de sus monumentales casas.
El hecho es que, tanto para las estrellas como para los simples mortales, sea por el temor a contagiarse o por la previsión del ahorro, la cocinada fue un sí o sí.
Sin embargo, para la gran mayoría de mujeres profesionistas o trabajadoras, tener que preparar alimentos todos los días ha sido además de un gran reto, otra carga a su jornada laboral en casa.
Lo interesante es que algunas, lejos de estresarse, hallaron paz en el acto de cocinar, dando cuenta de ello en sus redes con la frase: ¡Es muy terapéutico!, y claro que lo es, siempre y cuando no sea una obligación, una atadura o la única y principal actividad.
Durante este año, muchas personas empezaron a disfrutar actividades que antes no creían poder hacer ni gozar y de las que –quizás– tenían muchos prejuicios, como la cocina.
Un profesor de la Escuela de Psicología Profesional de Chicago que imparte un curso sobre terapia culinaria explicó que, ante la pandemia, “muchas personas experimentaron una pérdida de control” y es por ello que cocinar se volvió tan popular al “ofrecernos la base emocional de una tarea y una sensación de logro”.
Y tiene razón. Mientras se cocina, es necesario enfocarse en los pasos para obtener un buen resultado. Si una receta con cierto grado de complejidad nos queda bien, nos sentimos realizados y orgullosos.
Pero, ¿a cuántas mujeres no les queda otra más que sufrir los avatares de la cocina día tras día, con o sin pandemia? Les guste o no, las estrese o no, tienen que preparar alimentos todos los días de su vida, y si encima sufren violencia doméstica, la cocina se convierte en una celda más de su cárcel.
Las que siempre hemos disfrutado de la cocina como una elección, gracias al confinamiento hallamos tiempo de sobra para experimentar nuevos sabores y técnicas.
A mi juicio, hornear es todavía más relajante y curativo que la cocina salada, porque requiere mayor concentración. Una vez que te enfocas, todo fluye. Además de que la parte decorativa promueve la creatividad.
Si bien estos meses de pandemia he sufrido ansiedad, tristeza y miedo –como la mayoría de ustedes–, también yo hallé en la cocina y la escritura un asidero, una especie de salvavidas ante la incertidumbre.
Además de hornear casi todos los días, desde abril hasta la fecha, también tuve la oportunidad de hacer un taller sobre literatura y cocina que me abrió a otras posibilidades de seguir disfrutando mis pasiones.
Sé que he vivido el año del encierro desde un lugar de privilegio, y si bien es un cliché aquello de que las “las crisis son ventanas de oportunidad”, la pandemia me regaló la posibilidad de variar el menú familiar junto con mi pareja, obtener un premio en un certamen de cocina, mejorar mis habilidades técnicas gracias a talleres y cursos online, e incluso me abrió la posibilidad de ofrecer mis postres a los demás.
En tiempos de coronavirus, mi cocina ha sido “una habitación propia” a la que entro para apropiarme, fluir, crear y crecer.
A pesar del dolor y el temor, estaré siempre agradecida con el 2020 por este regalo y el privilegio-bendición de quedarse en casa, pero, sobre todo, por la oportunidad de encontrar un sentido más de vida para darme a los demás.
Gracias por su amable lectura. Les deseo un feliz y saludable Año Nuevo.