viernes 22 noviembre, 2024
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«2020: EL AÑO DEL ENCIERRO» Respirar para resistir

 

Cientos de pasos colgados de un tiempo que creíamos nuestro y miles de hojas rellenas de planes por cumplir, así nos sorprendió la crisis mundial más importante de los últimos tiempos. ¿Quién habría imaginado que la ficción se fugase de las pantallas para colarse por nuestros patios y cocinas? Nadie, o quizá seguimos sin aceptar lo que ya se nos anunciaba en alguna parte.

No sé ustedes, pero yo sigo luchando algunas noches contra cientos de preguntas sin respuesta. Y sigo teniendo miedo, hay días en que se apacigua y otros en los que regresa para clavarse en mis costillas.

Es que las prohibiciones –como yo las llamo– han sido tantas que nos presionan las sienes: prohibido dar apretones de manos; prohibido abrazar a las amigas; prohibido besar al amante; prohibido conversar con los vecinos; prohibido salir al café con las mejores amigas; prohibido tocar; prohibido salir a luchar; prohibido respirar…

Nos privaron de todo aquello que nos revitaliza y de todo eso que nos posibilita seguir, e irónicamente, si hacemos algo para sentirnos mejor, corremos el riesgo de enfermar, morir, o provocar otras muertes. Sinceramente, todas esas “medidas” se sienten como grietas en los corazones, se sienten como otras formas de morir.

Pero de entre todas las prohibiciones, hay una que a mí me sigue suspendiendo en las noches: nos arrebataron el aliento. Ese aliento con el que reinventamos carcajadas; con el que besamos hasta enloquecer; con el que discurrimos para construir puentes; con el que diseñamos mejores mundos; con el que exigimos justicia; con el que nos organizamos para resistir; con el que lloramos para sanar, reconstruir y soñar.

De pronto respirar profunda y arbitrariamente ya no es posible, nos taparon las bocas con más incertidumbre. Ahora no respiramos porque tenemos miedo, y no respirar es desconfiar de otros, de una misma y de la vida.

El cansancio se siente más y se sigue acumulando, nos desorienta. Duele la muerte, el hambre y la falta de sueño.

¡Qué alguien nos diga dónde vive el consuelo!

A pesar de tantísimo, continuamos cocinando postres, inaugurando puntos de encuentro; tomando fotos; besándonos de contrabando aunque eso signifique un riesgo de muerte; haciendo el amor jurídicamente; continuamos abrazando a nuestras madres; bailando en compañía de pantallas de colores; compartiendo las alegrías y solidarizándonos con otros dolores; continuamos llorando nuestras lágrimas y generando estrategias…seguimos resistiendo.

Y así, con el aliento entrecortado, nos aferramos al tiempo sosteniéndonos de algo que apenas estamos inventando.

Poco a poco recuperamos el aliento y buscamos reivindicar nuestro derecho a respirar y a vivir.

Este fin de año todavía escribimos en agendas y calendarios, e insistimos en celebrar nuestras vidas comiendo pasteles reventados de azúcar, abrazando a las que nos acompañan e imaginando los pasos siguientes. Aún con la muerte y la incertidumbre mirándonos de frente: seguimos respirando.

 

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