jueves 21 noviembre, 2024
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«2020: EL AÑO DEL ENCIERRO» Soledades y resiliencias del COVID

 

En estos ocho meses de pandemia he tenido la oportunidad, gracias a mi privilegiado trabajo, de escuchar en lo íntimo de la terapia, en grupos, familias, parejas e individuos, las pérdidas, duelos y afectaciones en general que el COVID ha traído a sus vidas. Debo agregar a esas conversaciones las de mis propias amigas y amigos, mi familia y mi situación personal.

Las pérdidas han sido múltiples, quiero referirme aquí al tema particular de la distancia y el aislamiento, por razones de salud, y, derivado de lo anterior, la irremediable sensación de soledad que la mayor parte de la gente ha vivido, a veces por momentos, o bien como una condición existencial y emocional más permanente y profunda.

Entre colegas hemos comentado la preocupación de que las y los niños más pequeños (2-7 años, especialmente), que deberían estar sobre todo jugando con otras niñas y niños como su principal tarea para su sano desarrollo, se están privando de esa socialización; por si eso fuera poco, algunas de sus escuelas se están preocupando exageradamente en lo que deben aprender a nivel formal, presionando a las maestras y maestros, así como a las madres y padres, en lugar de ser creativos en la socialización urgente. Luego están las y los adolescentes, privándose de la socialización que les toca, no solo en la escuela, sino en las actividades sociales en fiestas o reuniones. Estudiar como quiera, ¿pero ese universo del deseo adolescente del inicio de la seducción, las miradas, la fantasía que alimenta, el reconocimiento mutuo y el juego de gustarse mutuamente? 

Estudiantes de licenciatura y posgrado han compartido la soledad del estudio. Especialmente quien inició un nuevo ciclo y ni siquiera ha podido conocer a alguien con quien “continuar” la socialización virtual, porque no ha podido iniciar lo presencial. Como dijo alguien “solo cambié de link”, sin sentir realmente el cambio de escuela o ciclo. Estas pérdidas tuvieron una connotación de improvisación al terminar el ciclo anterior. Pero a estas alturas del nuevo ciclo se percibe una sensación de agotamiento y depresión que van siendo insostenibles. Maestras y maestros también están agotados y exigidos, y por más que coincidan en este agotamiento, se sienten solos. Socializar para niñas y niños, adolescente y jóvenes es un nutriente fundamental y habrá que pensar cómo proveerlo de modo seguro.

La calidad de las relaciones y la salud emocional en parejas, familias o personas que viven solas, previa a la pandemia, ha sido determinante sobre la forma de afrontar las intensas relaciones (o soledad) en el encierro, ya que la convivencia intensa ha llevado al límite las debilidades y las fortalezas de las relaciones, o individuos. Si estas relaciones tenían fisuras importantes, éstas se han dejado ver del todo con las fricciones cotidianas que no encuentran oxigenación con el afuera, con los agregados de pérdidas de empleo, recortes salariales o ingresos. Los miembros de familias y parejas con cierta fragilidad, se han ido sintiendo más solos porque el conflicto no baja cuando se alejan, porque no se alejan.

Luego están esas grandes y tristes soledades de los pacientes contagiados de COVID, lidiando con la enfermedad aislados en hospitales o en sus casas, más las soledades del duelo. Éstas son, sin duda, las soledades más dolorosas y a las que muchos temen. Algunas personas cuando piensan en éstas, tienden a avergonzarse del dolor de su propia soledad, por cualquiera de las razones antes expuestas, porque piensan que es mínimo sobre esas grandes soledades, y sin embargo, cada quien necesita validar la suya, sin compararse con las otras. Ya veremos en un futuro no tan lejano, las consecuencias de este golpe existencial de aislamiento y soledad en la vida de tantas personas en la tierra.

Al mismo tiempo, con todo, aparecen las pinceladas de esperanza, la resiliencia, las maneras en las que la gente ha logrado darle la vuelta a esta crisis y soledades, en pequeños triunfos cotidianos. Una joven estudiante que reconoce: “hoy me pude peinar” u “hoy me pude bañar”; un padre solo que resalta el aprendizaje que le dejó la enfermedad que compartió con sus dos hijas: “descubrí que la verdadera felicidad la da la familia, y no mis colecciones”; las madres (y algunos padres) que a pesar de la triple carga de trabajo (lo doméstico, lo escolar, el propio trabajo) han disfrutado compartir tanto tiempo con los hijos e hijas; los padres y madres que descubrieron un problema, una particularidad en los hijos e hijas que no se habían dado cuenta antes de la pandemia; quienes descubrieron la jardinería o la cocina o la lectura o el ejercicio, por primera vez, y se sienten felices por tales descubrimientos. Y para quienes hemos disfrutado nuestra soledad como un estado profundo de paz y agradecimiento.

 

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