No estoy hablando de ninguna utopía, no apelo a una solidaridad idealizada entre la gente.
Por el contrario, la crisis actual demuestra claramente que la solidaridad y la cooperación global
tienen como finalidad la supervivencia de todos y cada uno de nosotros,
y que obedecen a una pura motivación racional y egoísta.
Slavoj Žižek
Uno de los más agudos autores de nuestro tiempo es Slavoj Žižek, no solo por la multidisciplinariedad de sus propuestas como psicoanalista, filólogo, sociólogo o filósofo sino —sobre todo— por su capacidad crítica ante los temas de actualidad, el análisis que ha realizado de la llamada posmodernidad, la obra de Lacan, temas de economía política o la herencia del marxismo. Žižek es un crítico multifacético y, sin duda, poco convencional.
Me he referido constantemente en este espacio a la pandemia de COVID-19 en México y el mundo. Sin embargo, las implicaciones sociales e históricas a mediano y largo plazos todavía están por verse. Nos enfrentamos todavía a la inmediatez de los contagios, la virulencia como el tema cotidiano de nuestras nuevas interacciones sociales, la muerte como el lugar inevitable de la vida cotidiana, convertido en estadística, y ante ese panorama queda la incertidumbre del futuro. Slavoj Žižek nos presenta una obra que se atreve a problematizar el horizonte desde una perspectiva filosófica, pero también empírica.
En su obra Pandemia: la COVID-19 estremece al mundo, editada por Anagrama, Žižek presenta la pandemia más allá de la mera perspectiva fisiológica, más incluso que un problema de salud pública. COVID-19 no implica solo al virus: manifiesta la enfermedad de todo un sistema y evidencia sus contradicciones internas. A partir de lo que algunos calificarían como “un cierto aire de pesimismo”, el autor cita al gran exponente del idealismo alemán: “Hegel escribió que lo único que podemos aprender de la historia es que no aprendemos nada de la historia, así que dudo que la epidemia nos haga más sabios”. Pero, pese a su escepticismo inicial, lo cierto es que Pandemia… es un texto de esperanza en el cambio ante la crisis.
Esa visión de cambio futuro planteada por Žižek como su máxima tesis no tuvo la mejor de las recepciones entre los críticos. Byung-Chul Han, Alain Badiou y otros personajes desde diferentes latitudes políticas le dirigieron sendas críticas, cuando no burlas, ante lo que él sostenía como la posibilidad de llegar a una nueva forma de comunismo. La respuesta de Žižek ha sido contundente: “¡Obedeced, pero pensad, mantened la libertad de pensamiento!”. Hoy en día necesitamos más que nunca lo que Kant denominaba el “uso público de la razón”.
El filósofo asimila la problemática sabiendo que habrá un antes y un después de la pandemia: no solo se trata de las relaciones afectivas, pues el campo intrapersonal es apenas una de las aristas ante el desastre económico que se avecina, ante el enfrentamiento del miedo —cuando no paranoia— de la otredad y del encuentro. No es poca cosa la paradoja de saber que la mayor muestra de solidaridad se basa en el aislamiento, en alejarse de los seres amados e incluso de los desconocidos, en desarrollar absolutamente todas las actividades cotidianas en la más profunda soledad. Para Žižek, entender la empatía desde esta perspectiva abre una enorme oportunidad.
La disyuntiva solo puede entenderse entre comunismo o barbarie. La pandemia ha demostrado que el sistema es la razón fundamental de la crisis, la incapacidad de una respuesta rápida, contundente y global, la falta de libertades —como la libertad de expresión en China— aunada a la mezquindad de ciertos Estados por pensar las prioridades en términos de naciones en medio de una crisis global. Lo mismo se aplica a Trump, quien llama a la gente de bajos recursos a volver al trabajo en un pico de contagios; a Europa también, al no dar respuestas claras a la enorme oleada de refugiados cuya condición de hacinamiento los convierte en un sector vulnerable.
¿Tiene razón la periodista Verna Yu, de Hong Kong, cuando afirma que si no se respetan los derechos básicos de los ciudadanos chinos, estas crisis se repetirán? Es probable, dice Žižek, pero no se trata de crear un completo abandono de los ciudadanos al mercado al estilo de la derecha radical; al contrario, debe existir el Estado como fuente reguladora de las necesidades primordiales, pero sin censurar a los individuos y sin anteponer los intereses de las naciones a los de toda la humanidad. Es decir, el esloveno piensa en una especie de comunismo basado en los intereses globales.
El Estado tiene que confiar en los individuos, y los individuos, en el Estado. Se trata de reconocer que los mecanismos del mercado son insuficientes para resolver los problemas mundiales de manera equitativa. Entender los límites de nuestra humanidad, de nuestra existencia puramente contingente —al igual que la de la pandemia— tiene un sentido ontológico que conduce por un cauce de reconexión con lo individual y con lo social. Mientras que es imperativo admitir que en la soledad no se puede transformar el mundo, también lo es aceptar que sin un móvil individual, la acción resulta más o menos imposible.
Casi con un grito desesperado, Žižek retoma a Martin Luther King y asegura que “Puede que todos hayamos llegado en diferentes embarcaciones, pero ahora estamos todos en el mismo barco”, y de esa forma nadie se salva de la vulnerabilidad. La contradicción entre la inmovilidad del confinamiento y la extenuación de los trabajadores de primera línea demuestra que solo trabajando en equipo puede sobrevivir la humanidad. Sin embargo, la comprensión de la situación no es sencilla: seguimos habitando un mundo regido por un sistema de clases con crecientes desigualdades. Para el autor, la pandemia simboliza la necesidad de generar un cambio radical. No sin cierta ironía, advierte lo terrible que resulta la necesidad de una catástrofe para repensar las características de una sociedad disfuncional. Asevera que “Hace falta una plena solidaridad incondicional y una respuesta coordinada a nivel global, una nueva forma de lo que antaño se llamó comunismo”.
En su planteamiento, quizá lo más claro es el miedo a la barbarie, a decidir quién tiene derecho a vivir y quién no, con lo que se despojaría de todo valor a la vida en sí misma y se la mediría en función de su capacidad productiva. Por eso la lucha contra el virus debe ser integral, plantear la generación de una relación más saludable con el entorno, trascender la simplificación ideológica y basarse en la justicia y no en el beneficio. En este sentido, se trataría de un “comunismo impuesto por las necesidades de la pura supervivencia”. Más que el cambio, defiende Žižek, lo verdaderamente importante es en qué transformaremos el nuevo mundo que habitemos para salvar a la humanidad de la autodestrucción.
La tesis expuesta en Pandemia… no deja de percibirse polémica e, incluso, extrema. Sin embargo, dentro del desenlace quizá lo verdaderamente relevante no es el destino al que nos dirigimos, puesto que moldear la historia a modo no parece posible, sino la conciencia de la necesidad de emprender un nuevo camino. A esta propuesta podrá debatírsele con numerosos argumentos, pero nadie puede negar que Žižek advierte con toda claridad las contradicciones internas de un sistema que se hicieron evidentes y urgentes de cara a la pandemia. Esperemos que esta conciencia resulte paradigmática e invite a una reestructuración de la existencia humana a largo plazo.
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