Para ellos.
Por MARISA IGLESIAS
Sebastián, un joven de 17 años y su padre, Arturo, cavan una tumba en el hermoso jardín. La mañana del sábado murió Sombra, su perra. Sombra, una gran perra negra con ojeras blancas. Quizá la perra más buena que yo haya conocido y con la que tuve la suerte de convivir por poco más de dos años. No paro de llorar. La imagen es brutalmente conmovedora.
Ahora entra en escena Christina, la mamá de Sebastián. Amorosamente envuelve en periódicos la raíz de las cuatro plantas que quitaron para abrir el hueco. Y las riega.
Yo estoy arriba, en el maravilloso departamento que Christina me renta. Todo luz. El enorme ventanal de mi cuarto-estudio da a su jardín, así es que es inevitable no estar viendo lo que veo. Me siento un poco intrusa, pero también no. He tenido con ellos una convivencia que atesoro. Son gente buenísima. Y Sombra fue también un poco mía. Mi primera perra. Mi primera y dulce perra. Estuvo muy enferma en las últimas semanas, pero murió en su casa, con los suyos, rodeada de amor.
Ha pasado una media hora y la excavación no termina. El padre de gorra azul, el hijo de gorra roja. El hijo dentro de la tumba, hasta las rodillas. Se ha quitado la chamarra, acalorado. A unos metros, en su tina con agua corriente que suena a fuente, están sus tres tortugas. Tienen su misma edad. Se las regalaron cuando nació. Y es emocionante ver cómo las cuida. Yo aplaudo cada vez que las veo caminar por el jardín. Casi corren, echando por tierra eso de que “lenta, como tortuga”. En esta casa hay perros, gatos y tortugas. Y árboles y flores y jitomates y lechugas en macetas. Y hamacas y sombrillas. Y silencio. Y una luz espectacular. Y respeto. Y cariño.
Ahora Sebastián coloca un cartón en el fondo de la tumba. Al lado, la gran montaña de tierra que volverá a su sitio para cubrir a Sombra.
La siguiente imagen me hace llorar aún más. Christina y Arturo cargan el cuerpo de Sombra en una sábana blanca y lo depositan en la tumba. Christina se retira. Arturo se queda solo mirando la sábana blanca, concentrado, dolido. Christina enciende una gran veladora. Arturo y Sebastián la cubren con tierra mientras ella vuelve a sembrar las plantas en donde siempre estuvieron. Sombra descansará en su jardín bajo flores anaranjadas.
No olvidaré nunca esta escena. En medio de pandemia, atentados, inseguridad descontrolada, crisis económica, desempleo, miedo, rabia, indignación, cansancio, desesperación, necedad obtusa, dolor, angustia, desconcierto, desolación, esta imagen entrañable. Esta imagen terrenal y triste, pero absolutamente entrañable. Christina regando la tumba. Es una mujer fuerte y hermosa y yo me siento bendecida y agradecida de vivir cerca de ella en este lugar espléndido, ahora con un ángel en el jardín, al pie de un árbol de aguacates.
Gracias Sebastián, gracias Arturo. Muchas gracias, querida Christina.