viernes 22 noviembre, 2024
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CULTURA VIDA

«RELATO» La mujer de la acuarela y el viaje de la esperanza

 

Cuando su pincel acarició el papel para trazar la silueta de la mujer amada, él no sabía que con ese acto también comenzaba a invocar el supremo poder de sanación que tiene el arte. Súbitamente se agolparon en su mente y en su corazón los colores, las formas y los elementos simbólicos que le permitieron crear una sinfonía pictórica para honrar a la vida. 

En el tiempo que tomó la creación de la acuarela hubo momentos en que sus ojos se cerraban por el cansancio y la mano le dolía por el esfuerzo y la tensión de horas de trabajo. Sin embargo, una fuerza que iba más allá de su entendimiento le impulsaba a seguir sin parar. Seguir imaginando; seguir pintando; seguir creando; seguir haciendo que primero se vislumbraba en el territorio del ensueño cobrara vida y abandonara la dimensión de la mente para entrar a la dimensión de la vigilia. Estaba creando un poema pictórico de amor que no era sólo suyo, sino la voz del universo que necesitaba materializar un mensaje de aliento y esperanza. 

Inmortalizada en la acuarela, la mujer del pintor, la amada, se fue transformando, por obra de su pincel y su genio, en mujer universal; en mujer de todos los espacios y todos los tiempos. Era en el cuadro el símbolo de la mujer istmeña que invoca al colibrí mensajero de los dioses mientras tendida en su lecho sueña con lo que ha sido, lo que es y lo que será.

El espíritu de esa mujer conectado con el alma del universo por obra del artista viaja para tocar el alma y el sentimiento de quienes lo han invocado en su necesidad y por eso lo esperan, en eso que algunos llaman fe. Bastó apretar un botón para colocar la acuarela en el muro de Facebook, donde dejó de vivir solamente para el artista y se convirtió en patrimonio de la humanidad. La esperanza resumida en ese cuadro también podía transportarse a través de Internet. 

Al otro lado del hilo de la red socio-digital la acuarela encontró a otra mujer, que también conectó con el alma de muchas otras mujeres. En la necesaria sincronía para que se cumplan los designios universales, justo en ese momento aquella mujer revisaba los mensajes de su celular que había dejado de atender durante varios días. La enfermedad la mantuvo agotada física, mental y emocionalmente. Pero ahora sus dedos acariciaban la pantalla del celular, aunque ella no abría todos los mensajes porque su ánimo aún no daba para tanto.

Sin embargo, al llegar a la imagen de la mujer istmeña acompañada por el colibrí, las sandías y la proporción áurea representada por la caracola marina, algo le dijo que ahí debía detenerse y hacer más grande lo que aparecía en la pantalla para poder contemplar los detalles de la obra.

Su atención fue mayor al descubrir la leyenda que identificaba la imagen como una acuarela fruto del confinamiento obligado por la pandemia. Su mente se detuvo a reflexionar: La Covid-19 creó un mundo de pesadilla como el que ella describió en sus reportajes. Cuántas veces durante el delirio que le provocó la enfermedad no llegaron a ella los angustiados rostros y las voces de los familiares de enfermos a los que ella quiso dar voz cuando los vio, a punto de caer vencidos por la rabia y la impotencia de no saber el estado real de sus seres queridos. En su lecho de enferma resonaron los gritos, los llantos y la desesperanza de los dolientes, pero también esa voz interior que siempre le dijo que ella no podía abandonarlos; aunque los que administran información y recursos de hospitales los trataran de volver invisibles, esa voz interior de periodista le decía que era su deber darles rostro y mostrar que la Covid-19 es algo que va mucho más allá de las cifras cotidianas y las curvas aplanadas o sin aplanar que se muestran en conferencias de prensa muchas veces llenas de datos pero faltas de humanidad.

Desde su lecho de enferma, esa otra mujer también ha recordado que la Covid-19 parecería estar fuertemente conectada con la leyenda del espejo de obsidiana del dios Tezcatlipoca; ese mito que ha sobrevivido en los cuentos y relatos de los sabios abuelos; esas reflexiones que conectan con el alma profunda de los antepasados aztecas y toltecas; memoria de muerte, pero también memoria de vida y trascendencia. Un espejo que hace que el héroe se confronte consigo mismo; con las cualidades, pero sobre todo con los defectos de su carácter que habrá de superar pasando un tiempo en el inframundo para purificarse y renacer; para regresar a mundo a cumplir con su misión. 

En un momento de delirio, esa otra mujer en su lecho de enferma se dijo a si misma que la Covid-19 ha creado para ella y para muchos seres humanos, terribles pesadillas producto del dolor, el miedo, la angustia y la desesperanza. Sin embargo, esa misma enfermedad también ha sido capaz de crear belleza como la de ese poema de colores que en aquellos momentos acariciaban sus dedos y su mirada.

El cansancio volvió a apoderarse de ella y cerró los ojos, pero ahora su respiración se hizo más pausada y armónica.  Su mente la hizo transformarse en la mujer de la acuarela. Esa misma mente se puso en verde, que es el color que domina la pintura. Entonces supo que todo iba a estar bien; que pronto tendría fuerzas para volver a trabajar; que pronto recuperaría su condición de guerrera de la palabra, que quiere transformar el mundo con la fuerza de sus argumentos.  Aquella mujer también supo entonces que con su plasma de paciente recuperado podría ayudar a crear esperanza de vida para otras personas. Fue un momento de revelación en lo que todo su mundo cobró sentido. 

La mujer del lecho de enferma transmutada ya en la mujer de la acuarela abrió los ojos, fijó la mirada nuevamente en el cuadro y se dirigió al colibrí diciendo: Gracias, muchas gracias por tu precioso mensaje. 

 

(Ese texto está basado en una acuarela del pintor istmeño Heteo Pérez Rojas y en la historia de la periodista Miriam Moreno).

14- 23 de mayo, 2020.  

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