Este escribidor nunca se ha sumado al descuartizamiento público, ni tampoco a la defensa de un mal trabajo reporteril.
El escribidor supone que sus muchos compañeros de trabajo, en diferentes redacciones a lo largo de 40 años, lo saben. Y es muy probable que muchos de ellos hayan sufrido su ira, en el peor de los casos; o sus insultos (profesionales). Lo saben, imagínelo usted (es famoso por gritar). No va a contarlo hoy. Ya habrá oportunidad.
Lo que hoy pretende este escribidor es contar, a costa de su reputación, un secreto.
Mire lector, lo que quiero decir es que usted tiene que estar muy atento y cuestionador a lo que le dicen los medios de información y las redes sociales. No vaya a ser usted de los que creen cualquier “fake news” (“volada” o “borrego”, se decía en México). No. Tampoco de los que se quejan desde el poder de “infomedia” y lo que eso signifique.
Se trata de que usted sepa, valore, lo que lee, oye o ve.
El escribidor cree, –anote el verbo, creer, que no es lo mismo que saber ni conocer–, que algunos de sus amigos le van a retirar el habla por lo que va a escribir aquí.
Sí, usted está expuesto a los medios de información escritos (periódicos y revistas), electrónicos (radio y televisión) y de la red (canales de televisión, radiodifusoras, periódicos, revistas, blogs, sitios web y demás) y lo que difunden. Y usted no sabe a quién hacer caso y mucho menos qué creer.
Sí, usted vive en su jungla de presunta información; el escribidor también la sufre. Le iba a decir que no se preocupe, pero sí, es preocupante para todos.
Bien, aquí va un secreto. ¡Por favor!, no se lo cuente a nadie. La reputación del escribidor quedaría hecha pedazos. Lo mínimo que podrían decir de él es que es un traidor al oficio. Ya ni modo.
Ahí va: ante cualquier noticia pregunte como cualquier reportero debería hacerlo: ¿Qué? ¿Quién?, ¿Cuándo?, ¿Dónde?, ¿Cómo?, ¿Por qué? Son las preguntas que se hacen todos quienes investigan, los que quieren saber: los detectives, los juristas y los jueces; los médicos, los investigadores, los historiadores, hasta los curas que confiesan, también los torturadores; todos los que buscan en cualquier materia: es decir, son preguntas que quieren información; la verdad o, cuando menos, su aproximación. Y sus respuestas tienen que concordar.
Si usted no tiene respuestas creíbles y confiables a esas preguntas, pues no crea en lo que le están contando. Así de sencillo.
Le cuento: esas seis son las preguntas a las que un reportero profesional debe tener claras al escribir cualquier texto periodístico. Ahora, lamentablemente no lo hacen; no están seguros de su información, pero quieren ser influencers o como se diga, no reporteros.
Discúlpeme: es tan sencillo cómo saber que si un ser humano tiene fiebre (calentura, decimos todos) es porque en él hay algo que no está bien, y hay qué investigar, preguntar, reportear.
No, no es fácil. Reportear, ése es el verbo. Investigar (que se sinónimo de reportear o al revés) es el gran secreto. ¡Que no le digan, ni le cuenten! No hay periodismo de investigación; el periodismo es investigación; lo otro es una farsa.
¡Hágase usted la prueba! Claro, se requiere de sinceridad y sentido común. Con la información que leyó, vio u oyó, trate de contestarse a sí mismo esas seis preguntas básicas. Sus respuestas le darán el crédito o descrédito a esa información. Un agregado: una de las respuestas básicas es la pregunta ¿quién?, ¿quién lo dice? Es decir, quién es la fuente de información. Si usted le responde: “fuentes confiables” o algo similar, dé por hecho que la información es falsa. Cuestione, pues.