lunes 23 septiembre, 2024
Mujer es Más –
COLUMNAS MARISSA RIVERA

«CUARTO PISO» La otra pandemia

 

Elsa no le teme al coronavirus, su pavor está en casa: “pasar la cuarentena ahí, sería poner en riesgo mi vida y la de mis hijos”, explica entre coraje y sollozos.

Tampoco tiene la posibilidad de quedarse donde trabaja, porque una persona donde ella labora dio positivo a Covid-19.

Situación extrema, complicada, terrible. La violencia no cesa, ni ante una emergencia sanitaria. El encierro permitirá en muchos casos que la violencia germine frente al mínimo detalle. La furia machista no da tregua. Inadmisible.

La violencia contra las mujeres ha crecido en los días de aislamiento. Y nos falta, por lo menos, un mes más.

En los últimos cinco años Elsa ha trabajado, de tiempo completo, como empleada doméstica, mientras su madre cuida a sus tres hijos.

Su vida era una rutina inquebrantable. Sábado: a las dos de la tarde, recoger a los hijos en casa de la abuela e ir a la convivencia familiar con el marido. Lunes: niños de regreso con los abuelos, Elsa al trabajo y el marido, solo en su casa –un cuartito, estufa y baño compartido-, a medio trabajar en un taller mecánico.

Por teléfono me contó sus angustias y sus miedos. De su terror al marido acosador y golpeador; del compromiso de apoyar económicamente a sus padres; de la incertidumbre de estar o no contagiada y de quién cuidará a sus hijos durante su aislamiento. Preocupante y doloroso momento.

¿Cuántas mujeres y sus hijos vivirán el mismo infierno que Elsa? Sin duda es alto el riesgo de quedarse en casa. Convivir prácticamente todo el día con su agresor, no es nada deseable.

La ONU alertó del aumento de la violencia familiar y de género en tiempos de pandemia.

El aislamiento social genera estrés y ansiedad en las personas, lo que genera dificultades de convivencia y a los violentos los potencializa, los hace más violentos.

En la calle hay menos oportunidades para delinquir, los delitos van a la baja, pero la violencia intrafamiliar crece.

Cifras recientes, derivadas del aislamiento social, indican que en la Ciudad de México las denuncias por violencia familiar (sexual, física, psicológica o económica) se han incrementado en más del 8 por ciento. En San Luis Potosí, por ejemplo, un 24 por ciento y así en casi todo el país. Súmele las que no denuncian por miedo. Las que se callan y aguantan amenazas y golpes.

Hoy más que nunca es necesario liberar de manera inmediata los más de 400 millones de pesos, aprobados por los diputados, a los Refugios para Mujeres Violentadas, para garantizar espacios seguros a mujeres víctimas.

Los pocos refugios que aún existen, en algunas entidades del país, están saturados.

Hasta el martes por la noche Elsa no tenía claro a donde iría para protegerse de la violencia del padre de sus hijos y estar en aislamiento porque aún no sabe si está infectada.

El refugio en el que en dos ocasiones se había “escondido” del marido golpeador, cerró por falta de dinero.

Sería deseable que las autoridades no abandonen a su suerte a las mujeres víctimas de la violencia machista, la otra pandemia. Los recursos están. ¿Hasta cuándo ejercerlos? ¿Hasta que las tragedias crezcan?

En otros países se han implementado estrategias para apoyarlas.

Un número telefónico (911) es insuficiente para proteger la vida e integridad de las mexicanas violentadas.

Los refugios no están en cuarentena. Empatía y solidaridad es lo menos que podemos darles a esas mujeres, que su temor no es el contagio, sino los golpes.

 

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