Ingrid Escamilla fue asesinada el 8 de febrero al interior de su departamento, ubicado en la Ciudad de México. Con lujo de violencia, su atacante la despojó de la vida, desolló, mutiló y descuartizó.
Aunque conocemos el significado de esas palabras, es difícil colocar imágenes para representarlas. No es por falta de intuición o agudeza mental. Son agresivas, lacerantes e inconmensurablemente dolorosas.
Esta vez no fue necesario dejar volar la imaginación. Las autoridades del gobierno de la Ciudad de México se encargaron de filtrar fotografías de la sangrienta escena del crimen y hasta un video con la declaración preliminar del presunto responsable.
En las redes sociales se viralizó el material audiovisual, donde aparecía el cuerpo ensangrentado y desmembrado de la joven de 25 años. Diarios de circulación nacional también publicaron en sus páginas principales las escenas de violencia explícita, como una muestra del odio, el machismo y la locura.
Hay que reconocer que existen personas con un interés obsesivo por lo mórbido, por ver y sentir el lado obscuro de la conducta humana. La gente compra el periódico La Prensa, porque les gusta el contenido que en ese diario encuentran. Y ese medio de comunicación reproduce imágenes llenas de brutalidad y machismo porque saben que es la razón de sus ganancias. Nació en 1928 y desde entonces permanece en el gusto del público capitalino, ocupando el vacío que dejó La Alarma, máximo exponente de la nota roja en México.
La triste y lamentable muerte de Ingrid Escamilla tiene varios puntos de reflexión: Las relaciones tóxicas que mujeres y hombres establecen cada vez con más frecuencia, autoridades de seguridad pública y ministeriales que desprecian los derechos humanos, medios de comunicación que lucran con las expresiones de brutalidad y monetizan el morbo, la cosificación de mujeres vivas y muertas, una cultura de abuso contra las mujeres y la violencia como una salida recurrente a los conflictos.
En cuestión de horas se vino abajo el optimismo que provocó el compromiso gubernamental de mejorar la definición penal del femicidio, para que la muerte violenta de las mujeres no quede escondida detrás de los homicidios agravados, para visibilizar la violencia, el machismo, el maltrato y el odio que todos los días se manifiesta contra el género femenino.
Aún no terminábamos de digerir el cambio en esa estrategia gubernamental, con las reformas en materia de procuración y administración de justicia, cuando Ingrid Escamilla apareció para darle rostro a una nueva tragedia. Regresó el desánimo, los datos duros, la cruda realidad: 10 mujeres al día son asesinadas en México, en más de la mitad de los casos hay antecedentes de violencia familiar y, casi siempre, hay una relación sentimental, afectiva o de confianza entre el feminicida y la víctima.
En las últimas horas se han registrado diferentes intentos por cambiar la narrativa en torno a los feminicidios, eliminar las imágenes de horror, apartar el miedo y hacer de lado la rabia y el dolor.
¡Cuánta falta nos hace recuperar la cordura! Mirar las flores, disfrutar amaneceres, perseguir mariposas, brincar la cuerda, soltar carcajadas por cada gota de lluvia, repartir abrazos, lanzar suspiros.
¡Qué ganas de empezar otra vez!