Los días siguen pasando y el encargado del taller en el que está mi camioneta no tiene fecha de entrega, nada que no esperara, en México dos semanas son dos meses, cinco minutos es una hora y algún día es nunca.
Sin embargo, no dejan de sorprenderme las historias que día a día veo en mis largos recorridos en Metro y otros transportes públicos, espero tener una memoria justa y amplia para recordar cuando ya no comparta con ellos mis traslados, de esta gente, la de abajo, la que no existe, la que no se escucha.
He ido aprendiendo códigos y reglas, procuro siempre ser amable, decir buenos días, buenas tardes, no mirar fijamente a nadie, dar el paso, ceder el asiento a quien lo necesita más que yo, traer cambio, pero sobre todo ser paciente, en las filas, con los conductores suicidas, con el tránsito pesado.
Prefiero siempre viajar en el vagón rosa, es mucho más amable y humano, en él viajan mujeres, mujeres que van a trabajar, que llevan a sus niños a la escuela, que se maquillan para llegar bien presentadas a sus trabajos, que huelen a jabón y a lucha, observo su ropa, su cabello, su postura, la forma como hablan a sus hijos, lo que platican por teléfono de regreso del trabajo, la mayoría de ellas están al pendientes siempre de sus familias, llaman a sus madres y hermanas para saber cómo les fue en el día, compran dulces para sus hijos, curitas para sus pies cansados, dan limosna a la gente que sube a los vagones a pedir una moneda, (yo también doy, a veces más por miedo y por prejuicios que por verdadera compasión); pero ellas no, ellas dan siempre, ayudan sin preguntar y sin sospechas, ayudan a quien no sabe en dónde es la parada, a quien dice que no ha comido en todo el día, al que canta e improvisa chistes y al que no ve o no escucha, o hace como que no camina.
También las he visto llorar, llorar porque las asaltaron, porque las trataron de manera injusto en el trabajo, con polvos tratar de disimular golpes en su cara. Hace algunos años estuve también viajando en Metro y me llamaba mucho la atención ver a tantas adolescentes embarazadas o con bebés pequeños, pero lo que me sorprende aún más es que las cosas no cambian, no sé si no hay la suficiente información o nos negamos a verla, me cuestiono sobre eso ¿porque siguen embarazándose las menores de edad? ¿Por abuso sexual, por ignorancia sobre cómo usar métodos anticonceptivos o por costumbre?
Todos los días se vive de todo, se escuchan historias que nada tienen que ver con las del mundo de arriba, se soporta estoicamente la furia de los conductores de microbuses y combis, entiendo lo pesado que debe de ser hacer cien veces al día el mismo traslado, pero aún así no creo que manejando de la forma imprudente y agresiva que lo hacen, resuelvan su hastío, sin embargo los pasajeros tenemos que aguantar los brincos y arrancones, no me imagino cómo debe estar la columna de quién lleva años viajando así.
Dos veces me han estado a punto de atropellar, supongo que en ese tema no soy autoridad y si común denominador, pero puedo decir en mi defensa que las dos veces han sido, lo juro, por imprudencia y negligencia de los automovilistas, que no ven, que no pueden perder 10 segundos cediendo el paso, que no están dispuestos a llegar tarde a ningún lado, también he visto choques, accidentes, he sido testigo del poco sentido común de los automovilistas que se pegan al claxon desde las 6:00, sin pensar jamás en que alguien pueda todavía estar dormido en su casa.
Uno se va familiarizando con las estaciones del Metro, me gustan las que me tocan a mi, me encanta pasar por Centro Médico porque se llena de estudiantes de medicina; pero, no me bajaría jamás en Panteones, siento que es un lugar perdido en la nada, una estación fantasma llena de zombies y olor a crisantemos; la estación Toreo era antes un espantoso laberinto oscuro, lleno de comercio informal y de pasillos interminables y malolientes, con su gran visión empresarial y a sabiendas que es la más concurrida de la ciudad, los grandes empresarios del país la convirtieron ya en un centro comercial que no le pide nada a ninguno, con obviamente varios kioskos que ofrecen créditos de esos de pagos chiquitos.
Cada día aumenta mi admiración por la clase trabajadora, la que no cesa y no se rinde, que se despierta todos los días y trabaja por un sueldo muchas veces ínfimo, la que no cae en el juego de las ofensas y los prejuicios sociales, la que vuelve a casa siempre con ilusión y sin rencores, me molesta tanto que sufran tantos abusos, que sean víctimas de todo tipo de criminales, desde el que con una navaja les quita su celular o su ingreso del día, hasta de los patrones abusivos que buscan la manera de pagarles menos y explotarlos más.
Me convenzo cada día de que nuestro peor depredador no es el gobierno, como todo el mundo no se cansa de decir, sino nosotros mismos, el que con tener un elemento más se siente superior, un arma, un volante o una chequera.
El Metro de la Ciudad de México es en su un universo con sus respectivos gusanos negros, las micros, las combis, el tranvía, el metrobús, todos los transportes colectivos que van y vienen por la ciudad llevando a millones de personas a sus destinos, destinos que solo cada quien conoce y que resguarda finalmente y da un remanso a sus cuerpos cansados.
Son las venas de la ciudad, las articulaciones y los nervios.