Para quienes crecimos en un tiempo en el que Mujercitas era novela obligada –junto con La cabaña del tío Tom, Las aventuras de Tom Sawyer, María y Marianela–, mirarnos ahora en la adaptación cinematográfica de Greta Celeste Gerwing es inevitablemente un ejercicio de introspección y exorcismo.
Introspección en torno al mundo siempre paralelo de lo que queríamos ser y lo que somos.
Y exorcismo de la inservible frustración por esa brecha, porque ese sufrimiento impide disfrutar lo construido.
Porque el espejo que nos ofrece la película se convierte en un obligado diálogo con la biografía de la espectadora a la edad de las protagonistas, arquetipos de las aspiraciones femeninas en una sociedad machista.
Es un diálogo interno que, en lo personal, desató esos recuerdos de las aspiraciones contradictorias que una joven despliega y actúa en la inauguración de la vida adulta, marcada en el Siglo XIX, hace tres décadas y todavía hoy por la pugna entre el libre albedrío y el deber ser.
Sí, entonces como ahora, las mujeres afrontamos el desafío de conjugar alguno de los roles socialmente construidos para el género y las ambiciones juveniles que impetuosamente queríamos concretar.
Esa es una de las grandes aportaciones de la película: recrear con crudeza la época en que, de manera literal, el futuro económico y social de una mujer dependía de su cónyuge.
Y, con ese ejercicio histórico, darnos la posibilidad de dimensionar lo mucho que nos hemos distanciado de aquella fatalidad. Y, al mismo tiempo, palpar, los escondites y el camuflaje con el que esa misma fatalidad sigue azuzándonos.
De 36 años de edad, la escritora y directora estadounidense Greta Celeste Gerwig consigue una película emocionante, emocional, emotiva, pero sin renunciar a la profunda reflexión de cómo los roles femeninos se encuentran condicionados por la narrativa del amor romántico que aún ahora lleva a las mujeres al sacrificio de sus legítimas ambiciones.
Una película que visibiliza cómo frente a esa narrativa, la inteligencia femenina se despliega para incrustarse en ese relato social, aun cuando el pacto matrimonial no sea sinónimo de amor romántico.
Una adaptación que igualmente le pone luz y lupa a la injusta y doble exigencia hacia las mujeres cuando incursionan en la creatividad y las artes. Si no eres genial, no lo hagas. Si no eres mejor que el mejor, ni lo intentes.
Es una película que subraya la crueldad del dilema de la realización humana de las mujeres al margen del pacto matrimonial, porque la obra escrita por Louisa May Alcott en 1868 no es todavía cosa del pasado.
Pero también es una invitación a retomar el llamado que hace 152 años plasmó la audaz escritora norteamericana en el libro y que la cineasta nos comparte: la ira, el enojo, la rabia de las mujeres frente a los límites que el mundo patriarcal les impone es la llama, el motor, la señal del espíritu indomable de un género que hoy protagoniza la gran revolución de la igualdad a secas.
Porque eso es la película Mujercitas de Greta Celeste Gerwig: un elogio a la inconformidad femenina, esa que siglo y medio atrás llevó a Louisa May Alcott a hilvanar una historia de la literatura universal.
Una historia que en esta nueva versión nos regala una de las escenas más conmovedoras del cine en este 2020: el momento en que la autora reúne y ordena en el piso de su habitación las hojas manuscritas de su novela.