sábado 23 noviembre, 2024
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«RIZANDO EL RIZO» Un juicio por infidencia: Leona Vicario

 

A la memoria de Sergio Fernández, maestro generoso lúdico y erudito

 

Tema complejo saber qué marca el destino de las naciones. ¿Hasta dónde el complejo de Edipo y la erótica de la historia nos permiten hablar de la madre de la patria (o de la madre de la matria) en un país donde el matriarcado se mueve con sutileza y a tientas, pero de manera contundente? Es muy simbólico el gesto del gobierno federal al abrir las puertas de monumento nacional a Leona Vicario, lo que sin duda trasciende la mera inclusión.

Al contrario de lo que suele creerse, la guerra de Independencia no fue un movimiento homogéneo y constante, no tuvo siempre un objetivo claro ni surgió desde el principio la idea de crear una nueva nación. El proceso fue largo y heterogéneo, con momentos de grandes combates y otros de pequeñas guerrillas, apresamientos y fusilamientos. En 1808, cuando José Bonaparte tomó la corona española y se depuso al virrey de la Nueva España, José de Iturrigaray, el primer gran objetivo de los insurgentes era la restitución del gobierno a Fernando VII. Con el tiempo y los cambios en el poder, por influencia de lo ocurrido en las Cortes de Cádiz y el Congreso de Chilpancingo, comenzó a hablarse del surgimiento de una nación.

La historiografía nos ha legado la idea de los grandes héroes de la patria, figuras sobresalientes que hicieron mucho por el surgimiento de México. Como ritual simbólico y mítico, oímos cada septiembre los nombres (seguidos por un “¡viva!”) de Hidalgo, Morelos, Allende y Aldama, a veces también de la Corregidora y otras pocas de Leona Vicario. Subyace en el grito de Independencia el recuerdo de seres difusos en cuyo legado la mujer tiene apenas un papel secundario. Cuando pensamos en los grandes hechos históricos que construyeron México, la Independencia parece haber sido, según la historiografía, una labor esencialmente masculina; lo mismo ocurre con la Revolución. Sin embargo, es preciso señalar que la contribución de las mujeres fue sustancial, no sólo por la naturaleza del evento, sino, además, por tratarse del siglo de las luces, cuando eran consideradas “el sexo bello” (si no débil), en oposición al “sexo poderoso”, que era como se denominaba a los varones.

Según la historiografía oficial, la participación de las mujeres en la Independencia generalmente se limita al papel de “informantes”, como si se tratara de una labor de segunda, e inmediatamente se habla del protagonismo de sus maridos, ya que se suele considerar que las acciones militares tienen mucha más importancia que las de inteligencia. Leona Vicario ha padecido esta injusticia durante mucho tiempo, a pesar de los grandes actos que realizó en favor de la lucha insurgente y de haber formado parte de los Guadalupes, un grupo muy estudiado por la historiadora Virginia Guedea.

Leona Vicario llevó una vida muy complicada debido a su decisión de apoyar la causa insurgente. Huérfana de padre a temprana edad, perdió a su madre a los 17 años y quedó bajo la custodia de su tío, Agustín Pomposo. Leona Vicario Fernández de San Salvador recibió una educación esmerada en ciencias, artes y literatura (lo que no era común entre las mujeres novohispanas) y se distinguió siempre por su espíritu curioso. Era una mujer de amplia cultura y una gran lectora. Ahora, muchos la consideran una de las primeras periodistas de la nación, pues colaboró en publicaciones como El Federalista, El Ilustrador Americano y el Seminario Patriótico Americano.

Pero hablemos de su participación en la guerra de Independencia. Leona Vicario entregó sus bienes a la causa; colaboró con ropa, medicinas y armas para las tropas, e instigó a importantes personajes a participar en la lucha. Es cierto que la principal labor de Leona consistió en fungir como conducto de la correspondencia insurgente, pero debe ponerse en su justa medida lo que esto significaba para un movimiento cuya fuerza no era precisamente descomunal y que se llevaba a cabo en condiciones de extrema incertidumbre, involucrando a miembros de las clases acomodadas de la Nueva España. El peligro que implicaban las labores de comunicación era mayúsculo, además de que su importancia para el movimiento resultaba fundamental, pues permitía dirigir las acciones militares.

La comunicación no era un tema de segunda; antes bien, se trataba de la estrategia, de la inteligencia. Básicamente, se corría el peligro de ser fusilado. Leona Vicario fue descubierta en 1813, después de apresado Mariano Salazar, un criollo al que se utilizaba como correo. Al serle confiscadas las cartas que llevaba, la Real Junta de Seguridad y Buen Orden comenzó a investigarla. A pesar de que en principio pudo huir, fue llevada cautiva por su tío Fernando al Colegio de Belén, donde se le sujetó a un proceso por infidencia y se le declaró culpable. Nada pudo obtenerse de su confesión: a pesar de las preguntas del juez, Leona no delató a sus compañeros y rechazó el indulto del virrey, pues aceptarlo significaba abandonar para siempre el movimiento insurgente y jurar lealtad al rey.

El peligro de fusilamiento era inminente; por eso, los insurgentes la ayudaron a escapar de la Ciudad de México y huir a Oaxaca. En tiempos del Congreso de Chilpancingo, Leona ya vivía con sus compañeros y, más tarde, se casó con Andrés Quintana Roo. Derrotado Morelos, la pareja se la pasó huyendo de un lado a otro.  A pesar de que se ofreció el indulto a ambos (a ella en buena medida gracias a la intercesión de sus tíos y de Manuel de la Concha), ellos no deseaban dejar de colaborar con los insurgentes. Su travesía terminó cuando, poco después de tener a su primera hija, Genoveva, Leona fue arrestada en 1818. La familia se vio obligada a aceptar el indulto, sin bienes y lejos de la capital, pero las condiciones cambiaron cuando fue finalmente declarada la Independencia en 1821. Leona murió en 1842, a la edad de 53 años. Nunca dejó de participar en las discusiones políticas e intelectuales de su época.

Destaca una famosa contestación que dio en 1831 a Lucas Alamán, quien, habiéndose referido a sus acciones como insurgente, las llamó “heroísmo romanesco”, insinuando que Leona Vicario participó en la lucha sólo por seguir a quien después fue su marido. Con toda valentía, ella le respondió:

Confiese V., Sr. Alamán, que no sólo el amor es el móvil de las acciones de las mujeres, que ellas son capaces de todos los entusiasmos y que los deseos de la gloria y de la libertad de la patria no les son unos sentimientos extraños […]. Si M. Staël atribuye algunas acciones de patriotismo en las mujeres a la pasión amorosa, esto no probará jamás que sean incapaces de ser patriotas cuando el amor no las estimula a que lo sean. Por lo que a mí toca, sé decir que mis acciones y opiniones han sido siempre muy libres, nadie ha influido absolutamente en ellas y, en este punto, he obrado siempre con total independencia y sin atender a las opiniones que han tenido las personas que he estimado.

Leona Vicario es un ejemplo de la participación de las mujeres en las más importantes luchas. Hace falta reivindicar la construcción de todos los actores históricos, pues ella no es, de ninguna manera, la única heroína que merece ser recordada: muchas mujeres más han sido ignoradas. Por eso, es hora de volver a escribir su historia.

Manchamanteles

El pasado lunes (6 de enero) se cumplieron 137 años del nacimiento del escritor libanés Yibrán Jalil Yibrán. En pocos autores modernos han confluido con tanta intensidad el oriente y el occidente: nació en Bisharri, al norte de Líbano, en el seno de una familia maronita, pero pasó largas temporadas de su vida en Boston, París y Nueva York; cultivó con el mismo refinamiento tanto la lengua árabe como la inglesa y fue también un apasionado de las letras francesas. Algunas de sus obras más importantes son El profeta, El loco y El vagabundo (todas ellas traducidas al español). En medio de una nuevo enfrentamiento entre el mundo árabe y el anglosajón, vale la pena recordar a un hombre que dedicó su vida a fundir armónicamente lo mejor de esos dos mundos.

La guerra

Cierta noche, en palacio dieron una fiesta, y a ella llegó un anciano que se prosternó ante el príncipe; inmediatamente todos los invitados lo miraron y vieron que tenía arrancado un ojo y que la cuenca vacía le sangraba.

Y el príncipe le preguntó: “¿Qué te ha ocurrido?”.

Y el hombre le respondió: “¡Oh príncipe!, soy ladrón de profesión y, como esta noche no había luna, fui a robar a la tienda del cambista, pero cuando subía y entraba por la ventana cometí un error y entré en el taller del tejedor y en la oscuridad tropecé con el telar, perdiendo allí el ojo. Y ahora, oh príncipe, te pido justicia contra el tejedor”.

Mandó entonces el príncipe llamar al tejedor y, al llegar éste a palacio, ordenó que le fuera arrancado uno de los ojos.

El tejedor dijo entonces: “¡Oh príncipe!, justa es tu sentencia, y no me quejo de que me arranquen los ojos. Pero, ¡ay de mí!, mis ojos me son indispensables para ver los dos lados de la tela que hago. Mas tengo un vecino que es un zapatero remendón, que tiene los dos ojos sanos y en su tarea no necesita usar los dos ojos”.

Entonces el príncipe hizo presentarse al zapatero, y cuando llegó le sacaron un ojo.

Y así se hizo justicia.

El relato transcrito se encuentra incluido en El loco. La traducción es de Mauro Armiño (Madrid, Valdemar, 2004).

Narciso el Obsceno

¿El narcisismo tiene género? En los últimos 30 años se han hecho estudios con más de 475,000 participantes. Emily Grijalva, de la Universidad de Búfalo, ha dado a conocer una nueva tesis sobre el narcisismo: asegura que los hombres son más narcisistas que las mujeres. Como siempre, usted tiene la mejor opinión.

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