jueves 19 septiembre, 2024
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BÁRBARA LEJTIK COLUMNAS BLOGS

«CEREBRO 40» ¡Bienvenido Paisano!

 

Terminal número dos 2 del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, 22:00 horas, puntuales y después de un largo viaje, los tres miembros restantes de esta familia de cuatro, emocionados y ansiosos llegamos a recibir a Natalia que viene de Vancouver a pasar las fiestas decembrinas.

Dos horas desde que aterrizó el avión hasta que la niña logró salir con su equipaje tres veces más voluminoso del que se llevó hace algunos meses, dos horas en las cuales junto con otro montón de familiares con los que compartimos vivencias y expectativas.

No quiero por favor que nada de lo que escribo aunque sea a manera de broma sea interpretado como burla, porque antes que nada, quiero comentar que jamás me sentí más identificada ni más parecida a la gente en ninguna situación.

Pero, es que los mexicanos, somos originales y únicos para todo y no se diga para las bienvenidas, 15 de diciembre en la noche, ¿cómo no lo pensé antes?

El día exacto del regreso de miles o millones de personas que trabajan en Estados Unidos y Canadá desde hace algunos años, para mandar dinerito verde a sus familiares aquí en México.

El programa “Bienvenido Paisano” funciona desde hace varios años brindando protección y apoyo legal a quienes desean regresar a México de manera legal, es de todos sabido que si bien la ida al otro lado está llena de peligros y extorsiones, el regreso no se queda atrás.

Por cada mexicano que regresa a su país, van diez familiares a recibirlo, si cupieran más en la camioneta iríamos más.

Atentos, impacientes, una hora antes del arribo, permanecíamos todos sentados en los bancos tipo grada grises que están frente a la puerta de llegadas internacionales. El típico look decembrino, característico de todos no puede fallar, pantalones y suéter alusivo a la temporada una talla más chica de la correspondiente y una chamarra intentando más que abrigar, disimular los estragos que las fiestas ya enseñan en nuestros de por si poco esbeltos cuerpos. Las mujeres mayores con zapato cómodo y chal, abuelitas en silla de ruedas, los sobrinos que van a conocer al tío por primera vez inquietos y anhelantes por el regalo que seguramente el hermano menor de mamá que se fue hace algunos años en busca del sueño americano les traerá. Todos estamos ahí, cada quien hablando con sus familias y repitiendo una y otra vez las mismas preguntas:

-¿Le dijiste bien a tu hermano cuál era tu talla de tenis y de qué color los querías? ¿Apagaste la olla antes de salir de la casa? ¿Dejaste todo listo para la bienvenida?

Los niños pequeños con su mejor gala, vestidos de fiesta y traje formal para que papá los vea hermosos y su primera impresión sea la mejor; las abuelitas ocultando rosarios bajo sus capas de lana, esperando que sus hijos regresen bien y sin haber olvidado sus valores y sus principios.

Nosotros no faltamos a la tradición, yo con mi tejido que va muy atrasado en una bolsa ecológica de farmacias similares, Alejandra terminando la tarea con todo y acuarelas, pero que por nada del mundo se quería perder la oportunidad de ir a recibir a su hermana mayor.

En cuanto se anunció en las pantallas que el avión había aterrizado, Nicolás y otros como cien familiares se aglutinaron frente a las puertas de cristal automáticas para dar la inmediata bienvenida, con el celular en modo video, algunos con flores, globos, letreros y hasta perros listos para ser la primera imagen que el foráneo vea al llegar a su país.

Iban y venían expectantes con los que estábamos en las gradas, confundidos por la tardanza, confirmando si era el número de vuelo, incluso, una de las familias, atribuladamente pero sonriente se dio cuenta que se habían equivocado de terminal y que los vuelos provenientes de Austin, llegan a la Terminal 1, ni cómo ser indiferente si ese tipo de confusiones las tengo yo tiro por viaje.

A cuenta gotas fueron saliendo los anhelados rostros por la misteriosa puerta, detrás de la cual la mayoría no sabe qué hay, para muchos la primera vez en un aeropuerto, lo más cerca que han estado de un vuelo.

Esperamos cada quien a nuestro familiar, nerviosos por saber cómo se verán, si cambiaron mucho en este tiempo, con ansia buscamos en su mirada la esencia del hermano que hace algunos años se fue en busca de una mejor vida, en silencio ansiamos que no hayan cambiado demasiado, que todavía nos reconozcan, que no hayan olvidado su origen ni su lengua natal, que no se hayan contaminado de la moda y la manera de pensar de los gringos, de su manera de hablar, que todavía se sientan mexicanos, que no hayan perdido el orgullo de pertenecer a nuestra raza.

Uno a uno van saliendo los anhelados viajeros, sí la mayoría lucen diferentes, con cortes de pelo muy al estilo de las bandas de reggaetón, con ropa que luce marcas al frente y atrás, varias tallas más grandes, nombres de equipos y deportistas que no conocemos aquí, gorras con el nombre de la ciudad, llamativos tenis gabachos, pero también con enormes maletas, cargadas seguramente de regalos de muchos años, de muchas navidades sin venir, volver nunca es regresar, nunca regresa el que se fue, pero cuando las miradas se cruzan, cuando pasando la puerta misteriosa de cristal encuentran los ojos de sus madres, esposas, hermanos e hijos, el brillo de su mirada derrite cualquier temor, la sonrisa en su rostro es la respuesta a todos los miedos de tantos años.

Aquí están de nuevo, somos familia, somos mexicanos y eso, eso no lo cambian los años ni las distancias.

Nos tomamos una foto casi de inmediato con ellos, los vemos de reojo con emoción, les ayudamos con su maleta y a cambio llenamos el vacío de sus brazos con algún regalo, flores, un hijo; como si no pudiéramos esperar a llegar a casa, ahora si las familias están completas, caminamos sonrientes y abrazados a nuestro siguiente transporte, anunciamos al resto de la familia que nuestro amado errante ya llegó y que pronto estaremos en casa, en su casa, donde aguardan salsas, tortillas, música, adornos navideños que no piden nada en elaboración y esfuerzo a los que ellos pudieran haber visto en el otro lado y más personas, muchas más personas, los que nos quedamos aquí, orgullosos de su lucha y reconocido esfuerzo.

Regresó el hijo pródigo.

Es diciembre y las familias están completas, los corazones felices y las casas iluminadas.

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