La noche de ayer (1.º de octubre de 2019) murió en la Ciudad de México, a los 93 años de edad, don Miguel León-Portilla, humanista mexicano cabal, que iluminó con la misma intensidad el conocimiento histórico, filosófico y filológico de nuestro país. Don Miguel nació en la Ciudad de México el 22 de febrero de 1926. Tras realizar estudios de licenciatura y maestría en Guadalajara y Los Ángeles, cursó el doctorado en Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde fue discípulo de Ángel María Garibay.
En 1956, León-Portilla obtuvo el grado de doctor con la tesis La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes, la cual fue publicada ese mismo año en forma de libro por el Instituto Indigenista Interamericano. A la fecha, La filosofía náhuatl se ha editado ocho veces en México (la UNAM ha sido responsable de todas las ediciones a partir de la segunda) y se ha traducido a lenguas extranjeras como el ruso, el alemán y el francés. En este clásico de América, León-Portilla toca temas como la imagen náhuatl del universo, las ideas metafísicas y teológicas de los nahuas o el pensamiento náhuatl acerca del hombre.
Pero, por increíble que parezca, La filosofía náhuatl no es el libro más difundido de don Miguel. Ese puesto de honor corresponde a Visión de los vencidos: Relaciones indígenas de la conquista, obra que vio la luz por primera vez en 1959 (en el número 81 de la Biblioteca del Estudiante Universitario, editada por la UNAM). Esta antología de testimonios indígenas, traducidos directamente del náhuatl, conoce versiones en inglés, francés, italiano, alemán, hebreo, polaco, sueco, húngaro, serbocroata, portugués, japonés y catalán. En el mundo hispánico, cuenta con dos ediciones extranjeras muy prestigiosas: la cubana de Casa de las Américas y la española de Historia 16. Existe, a su vez, una versión con todos los textos en náhuatl (incluidos la introducción general y el apéndice, estudios de gran agudeza escritos por don Miguel originalmente en español). Los textos recogidos abarcan de los presagios que tuvieron los indios antes de la llegada de los españoles a la caída definitiva de México-Tenochtitlan el 13 de agosto de 1521, pasando por episodios tan célebres y dramáticos como la matanza del Templo Mayor o la victoria azteca durante la llamada Noche Triste.
Aunque León-Portilla es reconocido ante todo por ser el portavoz de los vencidos, es también una autoridad con respecto a los vencedores. Muestra de su erudición sobre la historiografía castellana de Indias —sobre todo con respecto a figuras como Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo y, muy especialmente, fray Bernardino de Sahagún, quien fue un auténtico modelo de acciones y pensamiento para don Miguel— son obras como Hernán Cortés y la Mar del Sur (Madrid, Cultura Hispánica, 1985) y Bernardino de Sahagún: Pionero de la antropología (México, UNAM-El Colegio Nacional, 1999), así como su edición de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (Madrid, Historia 16, 1984), una de las más importantes que hay de este clásico de la lengua española.
El reconocimiento al trabajo de don Miguel ha sido unánime. En 1962, ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua; en 1969, a la de la Historia, y en 1971, a El Colegio Nacional. A lo largo de su vida recibió 16 doctorados honoris causa, entre los cuales destacan los que le otorgaron la Université de Toulouse II-Le Mirail, la Brown University, la Universidad Mayor de San Andrés, la Pontificia Universidad Católica del Perú, la Universidad de Alcalá, la Universidad de Sevilla y, por supuesto, la UNAM (donde impartió clases desde 1957). Ganó, además, el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de las Ciencias Sociales, Historia y Filosofía (1981); el Premio Internacional Alfonso Reyes (2000); la medalla Belisario Domínguez (1995), que otorga el Senado de México; la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio (1999), del gobierno español, la Orden de las Palmas Académicas (2000), del gobierno francés, y el premio Leyenda Viva, que reconoce la biblioteca del Congreso de Estados Unidos (2013). Hace pocos días, aún era distinguido con la medalla Nezahualcóyotl, por parte de la Secretaría de Educación Pública, inaugurando la entrega de dicho galardón.
Convencido, con Manuel Gamio, quien fuera junto con el padre Garibay otro de sus grandes maestros, de que la historia y la antropología no tienen sentido si no es para mejorar la vida del indígena presente, vivo, defendió un indigenismo heterodoxo que, lejos de la visión romantizada y abstracta sobre los pueblos originarios, proponía que se les entendiera en su forma y condiciones concretas de vida material. “No nos quedemos con la sola imagen de las bellezas culturales del mundo indígena, eso ayuda a que los respetemos y a no olvidarlos, pero hay que entrarle a esa parte terrible que es la miseria. Ese es el reto. […] Hay que brindarles la posibilidad de ponerse de pie, de ser dueños de su destino” afirmó durante un foro, apenas el año pasado.
El gran legado del maestro León-Portilla reside en gran parte en reconocer la profundidad y amplitud de la sabiduría indígena, recuperando la filosofía y literatura nahua y maya, en el entendido de que “[…] toda lengua, en cuanto sistema de signos, es un manantial de simbolización que abre camino a una pluralidad ilimitada de concepciones de mundo y que, más allá de su primordial valor en las esferas de pensamiento y de la comunicación, alcanza en la creación poética, atisbos insospechados, incluso revelación de misterios”.
Como siempre, la mejor forma de reconocer y homenajear a un Tlamatini (“…´el que sabe algo´, el que medita y discurre sobre los antiguos enigmas del hombre en la tierra, el más allá y la divinidad”, como el mismo León-Portilla lo definiera) es leyendo su obra para que, como lo dijera el poeta Nezahualcóyotl, no acaben sus flores y no cesen sus cantos.