Las principales críticas hacia mi controvertida cobertura periodística vinieron de colegas y de estudiosos de la comunicación.
Con multitudes siempre dispuestas, México es un país donde hay de todo y para todos los gustos.
Como reportera, he atestiguado diversos, soporíferos y desbordados mítines políticos que se montan para el partido que los paga. Y ninguno deja de hacerlo.
Y cuando viajo en Metro pienso en los excesos de nuestra clase política, siempre en sus burbujas con pretensiones aristócratas.
Ese es México: el país de los contrastes, de las largas filas sabatinas de albañiles y sardos en la estación Tacubaya y de los antros exclusivos en el poniente de la CDMX y las metrópolis de la república.
Así que para mí no era sorpresa imaginar legiones de invitados en Los 15 de Rubí. Y menos si el evento tenía la promoción de los medios y de Facebook.
¿Fue mucha o poca gente? Imposible responder sin caer en la subjetividad, cuando se trata de un festejo inédito. Porque hasta ahora nunca hubo un cumpleaños masificado vía internet.
Así que, para mí, la noticia no era ni sería la muchedumbre en los parajes de grava y polvo del Altiplano de San Luis Potosí.
Pero confieso que varios asuntos del evento sí que me sorprendieron.
Enviada a la cobertura de Los 15 de Rubí para Grupo Imagen –periódico Excélsior, Imagen Televisión y Excélsior TV–, destacaría cuatro situaciones noticiosas que hoy caracterizan a nuestra segmentada y polarizada sociedad.
La primera es la existencia, en el México rural, de una variante del mirreinato urbano y global de las clases medias y altas que tan bien nos ha descrito Ricardo Raphael.
Se trata de esos varones con poder económico y social en las comunidades pobres, marginadas o aisladas en México, capaces de organizar en medio del mayor subdesarrollo una fiesta propia de un terrateniente.
Nos referimos al padre, a los tíos, a los familiares, padrinos y amigos de la quinceañera. Hombres acostumbrados a compartir la definición de las reglas de la convivencia cotidiana: desde las pautas del préstamo de dinero con intereses hasta los estilos de diversión.
Siempre con sombrero, armados, con camionetas de moda, son los poderosos del México de terracería y vinculados –porque son sus hermanos, hijos, primos, padres— con los compatriotas que radican en Estados Unidos y envían remesas y nunca se desconectan de sus pueblos de origen.
La segunda noticia se refiere al reducto conservador del rol de la mujer en amplios sectores del país, al tiempo que emerge una generación de jóvenes empoderadas en las ciudades.
Porque mientras nuestras universitarias rompen los techos simbólicos y reales de la cultura machista, en las rancherías y zonas conurbadas y semiurbanas persiste la idea de la quinceañera que es presentada en su círculo para que los varones de éste tomen nota.
Rubí y su rostro de niña asustada cuando las cámaras le impedían llegar al lugar de la misa, susurrando que mejor la cancelaran y escuchando consejos de humildad por parte del padre, es la imagen patente de una sociedad donde los hombres mandan y las mujeres son para y gracias a ellos.
Una tercera noticia es la hipocresía con la que los llamados intelectuales, académicos, sectores cultos, digamos que los políticamente correctos, se acercan a esta realidad del México rural que logra ser viralizado en las redes sociales por sus usos y costumbres tan kitsch como lo es nuestra tradición fiestera.
Muchos amigos de Facebook montaron en cólera cuando conté que iría a la cobertura de Los 15 de Rubí. Reclamaron la poca seriedad del periodismo al dar atención a “esas tonterías” y hubo hasta quienes censuraron que a cambio de un sueldo haya aceptado la asignación.
El enojo fue contradictorio y paradójico porque nada mío reciente había suscitado tanto interés como esto de ir a reportear la fiesta quinceañera. Ni una foto. Menos un verso. Tampoco una columna de opinión.
Pero lo más noticioso para mí fue que las principales críticas hacia mi controvertida cobertura periodística vinieron de colegas y de estudiosos de la comunicación, quienes alegaban que los medios debemos cerrar los ojos frente a fenómenos tipo Rubí.
Nuestro querido editor general de Excélsior, Marco Gonsen, lo resumió con lucidez: hasta los mejores lectores de noticias quieren matar al periodismo. No quieren que informemos de la realidad que consideran impresentable.
Hubo una cuarta y feliz noticia: en medio del enojo y la irritabilidad, los mexicanos seguimos fundiéndonos en la fiesta. De ahí que nuestra industria del reventón goce de tan cabal salud, como lo demostró el evento de Rubí.
Por eso los principales contingentes de invitados de la quinceañera fueron migrantes que se dejaron venir de Tucson, Los Ángeles, El Paso, Alabama. Sí, los destinatarios de las amenazas de Donald Trump, los paisanos que prefieren ser perseguidos allá que regresar aquí a la nada, pero que siempre quieren reencontrarse con los suyos en la fiesta.
Sí: la pachanga, las comidas, los convivios, los intercambios, el guateque, el desmadre, aumentan entre nosotros en tanto crecen la incertidumbre y los problemas.
De ahí que Los 15 de Rubí no sean un hecho aislado, anecdótico, condenable, naco o ajeno a lo que somos en nuestros respectivos parajes, todos documentados por nosotros mismos en el Face.
Y el que esté libre de fiestas, pregunto: ¿Para qué quiere su muro?