sábado 23 noviembre, 2024
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COLUMNAS COLUMNA INVITADA

«SALA DE ESPERA» Chayoteros

 

A lo largo de más de 40 años, decenas, quizás miles de veces (no escribo “innumerables”, porque esa palabra significa algo que no se puede numerar) me han preguntado si existe la corrupción en los medios informativos mexicanos.

Y siempre he contestado que sí. No puede ser de otra manera en un país infestado por la corrupción (aunque muchos se molesten y como buenos samaritanos se rasguen las vestiduras al escuchar que vivimos en un país corrupto).

La corrupción periodística mexicana es apenas una mínima parte de la corrupción de México. Y luego luego, digo: no se me alebresten ni se sorprendan: no puede ser de otra manera.

En México, la corrupción existe en todos los ámbitos de su vida social. Y no de ahora (tan campante como siempre), ni de hace 36 años con los “neoliberales”, ni de hace un siglo, lamentablemente desde hace mucho más. Échele una revisada a la historia patria, incluidas sus grandes gestas.

Aquí ha habido y hay corrupción entre los políticos, los empresarios, los funcionarios públicos, los burócratas, las fuerzas de seguridad, las iglesias, las escuelas, los hospitales, los servicios públicos y privados, los deportes (en todos los niveles), las asociaciones empresariales y los sindicatos; los clubes y las organizaciones no gubernamentales, en todos lo partidos políticos y en las cofradías, en las grandes empresas y en las talacherías, en los supermercados y en los puestos ambulantes, en las escuelas públicas y en las privadas.

Entonces, ¿por qué no habrá de haber corrupción en los medios de información mexicanos? No podría ni podrá ser de otra manera en un país como el actual, producto del pasado y germen del futuro.

Pese a lo escrito aquí, en este mismo país, el nuestro, único, indivisible, existen –también, cientos y miles– ciudadanos e instituciones honestas, honradas a carta cabal, en todos los ámbitos de la vida nacional, los mencionados y los olvidados arriba. Quizás sean los menos, pero también son mexicanos. Y algún día habrá que reconocerlos.

Por lo pronto, hay que empezar por el principio: la corrupción es, digámoslo así, una acción “dialéctica”. No hay corrupto sin corruptor o al revés volteado, según dirían en el pueblo del escribidor. Y ambos, corrupto y corruptor, son lo mismo: corruptos. Al mismo nivel. Como dicen que decía sor Juana Inés de la Cruz: tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata. Cualquier otra cosa, son cuentos.

Cuando se acuse a alguien de corrupto que se sepa también que hay un corruptor. A ver si se entiende: el político corrupto lo es porque el empresario, el ciudadano, lo corrompe; ambos son corruptos. Igual ocurre con el policía que pide o acepta una “mordida” de un automovilista corruptor; ambos son corruptos. Así igual en cualquier otro ejemplo. No me digan a los “obligan”. La corrupción es un acto consciente, consentido por quienes en ella participan.

Acá, las “benditas” redes sociales han convertido a los medios de información y a los periodistas reales prototipo de la corrupción y como tales en enemigos públicos, esencialmente cuando informan sobre hechos que no coinciden con la creencia política (visión ideológica, es mucho decir) de los presuntos lectores, o cuando “afectan” a los ídolos políticos triunfadores.

Para bots y trolls (simples alter egos de cobardes) todos esos periodistas son corruptos, “chayoteros” les llaman sin siquiera saber que significa el epíteto, que nada tiene que ver con la compra-venta de publicidad gubernamental, “vendidos” y repiten la retahíla de insultos presidenciales, que aquí no se reproducirán como tampoco los que a él y a sus seguidores les aplican sus contrarios, para no caer en el perverso juego de la confrontación social y de la presunta superioridad moral.

Es probable que muchos de los aludidos y también de los no aludidos (sobre todo los que se han sumado al nuevo gobierno y, por lo tanto, ya han sido purificados) sean parte de la corrupción; eso y más. No se puede negar, pero para denunciarlo hay que mostrar algunas evidencias, –¿pruebas?, sería lo ideal, pero es mucho pedir– , de las afirmaciones condenatorias o por lo menos descalificatorias. A cambio de pruebas o evidencias, se emiten estigmatizaciones desde el púlpito presidencial, que se repiten ad litibum.

El escribidor conoce a muchos de los defenestrados y sabe o, al menos, cree en su honradez y honestidad (que no son lo mismo, aunque mucho se parezcan); y conoce a otros “puros” que son simples fachadas. Pero, no mete las manos al fuego por ninguno. Unos, no lo necesitan; los otros, estuvieron o están protegidos por el poder en turno. En otras palabras: sí hay periodistas corruptos, como también hay periodistas honestos, al igual que existen políticos, empresarios, ingenieros, arquitectos, médicos, profesores, policías, vendedores ambulantes, economistas, abogados, taqueros, futbolistas, limosneros, migrantes, sacerdotes, pastores, payasos corruptos unos y otros que son honrados. Este país es así. El escribidor no cree, es más sabe que el fenómeno existe alrededor del planeta, lo que no lo justifica tampoco.

Lo cierto es que son malos tiempos para el periodismo mexicano y para quienes en realidad y con honestidad y honradez ejercen el oficio: aquellos que informan y que opinan y analizan sin ninguna otra pretensión que la que intrínsecamente implican esas actividades. Ni héroes ni villanos; ni redentores ni jueces. Informadores y opinadores, solamente, absolutamente alejados de las manipuladoras películas; es decir, reporteros y periodistas de carne y hueso; tampoco de a pie.

Los hay, están todos los días en los medios de información nacionales y locales. Descúbralos; es sencillo: lea, infórmese, compare, entienda, piense y cuestione, siempre por sí mismo; entienda, sepa, descubra de dónde proviene la información y en qué hechos está sustentada la opinión que lee o escucha. Y haga el mismo ejercicio con los políticos de su preferencia o de su desprecio. El resultado usted lo sabrá y con honestidad lo acatará. Ya verá que sí o no. Dependerá de usted.

 

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