¿Será que el hambre le quita el sonido a la voz?
Me tienen harto. En todo el camino no han parado de gritar ni de reírse. Como si todos quisiéramos escuchar sus tonterías. ¿A mí qué me importa si se quedaron de ver con Juan en la terminal? ¡Ja!, pero ya se amolaron. Juanito tendrá que sentarse a esperarlas porque el estúpido camión se descompuso.
Carajo. No tiene para cuando llegar el otro. Según el chofer “a few minutes”, sí claro, minutitos que van para dos horas, ¡y con este maldito frío!.
Ya se me quitó el calor que me dio de caminar desde la carretera hasta este puente, quesque porque es más seguro, según dijo el chofer; así son los gringos, tan protectores los muy jijos. Me duelen los pies y la cabeza.
¡Caray!, ¿no piensan callarse nunca?
A mí por eso me gusta mi pueblito, ahí, metido en la punta de la sierra, donde el frío es parecido a éste, donde, al contrario, casi nadie habla. ¿Será que el hambre le quita el sonido a la voz? O será que de sobra nos sabemos nuestras historias.
Ahí nadie planea nada, los días se repiten igualitos. ¡Qué voy a andar yo contando lo que voy a hacer si todos hacemos lo mismo! Levántate de madrugada; ve a la glorieta a ver si ahora sí te levantan para el campo o alguna obra. Si estás de suerte, ya te ocupaste todo el día y si no, pues ni modo de regresarte a tumbar tan temprano. Te vas a la pulquería, te embriagas hasta que se te olvida el mundo y luego buscas a la chamaca, esa que viste que ya creció, que ya está en edad. La visitas a la buena o a la mala y ora sí, a dormir.
Pero algo hay que tragar. Yo ya no hacía esto. Desde que nació mi Betito que dije, no, ahora sí no me arriesgo. Quise hacer otros “bisnes”… no se dieron. No era mi destino ser honrado. ¡Qué le voy a hacer!
¡Carajo, pinches gringas. Ya cállense, chingá! Bueno, al menos hacen reír a esta gordita y más me vale que esté quieta y contenta, así da menos lata.
La verdad que la niña es lista. Desde que mi compadre la secuestró, no nos ha dado problemas.
Yo no entiendo cómo los papás son tan brutos. Cómo dejan a sus hijos solitos ahí, mientras ellos ven baratijas mexicanas y se echan unas cubas, como si no supieran que se roban a los niños.
Yo por eso ya le dije a mi negra que si a Betito le pasa algo, la mato por babosa.
No me quejo. Gracias a esos güeyes tengo chamba. No está mal. Aunque le advertí a mi compadre: ¡Sale!, le entro de nuevo pero yo ya no corto dedos ni recojo lana; yo que ya tengo ese sentimiento paternal, mejor te cuido a los escuincles y verás cómo ninguno da lata.
¡Me lleva! ¿Dónde carambas está ese camión? No vayan a creer los papás de la gordita que les estoy jugando chueco y le hablen a la patrulla.
Eso me pasa por encariñarme con los mocosos. Bien me lo decía mi compadre; pero la güera es buena onda. Me recuerda a mi hijo con sus cachetotes rosados y creciendo. Son de la misma edad. Yo creo que si Betito hubiera sido Betita, sería la Nancy. Nomás que con el pelo chino, porque a esta niña se le resbalan los pasadores de tan lacias que tiene las mechas.
Ojalá que la negra me haya obedecido, que ya estén en la capital con sus hermanos, porque en cuanto mi compadre se dé cuenta de que la gordita no está, lo primero que va a hacer es ir tras mi Beto.
Y éstas que no se callan. Lo bueno es que ahí en Juárez mi vieja y yo nunca le hicimos la plática a nadie, así que la banda no va a saber ni para dónde jaló. ¿Al pueblo?, pues ni que fuéramos mensos. ¡Ay, diosito!, ojalá que mi negra me haya hecho caso.
¡Pinche camión, me urge entregar a la Nancy, estoy muy cansado! Toda la semana planeando la fuga. Si no hubiera sido pollero de joven, orita no me aventaba este tiro. Porque el inglés lo aprendí así, en el jale, y sólo por eso los papás de la güera me entendieron. Pobre güera. Es que no pude verla llore y llore cuando descubrió que nos íbamos a ir de esa casa… sin ella. Lo bueno es que creo que se encariñó conmigo, si no, ni madres que me da el teléfono de su familia para lo del rescate. Y lo bueno es que tengo pasaporte.
Lo malo es la maleta que ¡cómo pesa! Y todavía Nancy me pregunta ¿te ayudo? No, si por eso digo que mejor la llevo con sus papás antes de que se la echen. Además gano una buena lana, porque hermana de la caridad no soy.
Pero este camión que no llega…
Diana Teresa Pérez. Impulsiva, incoherente, terca, insomne. Recuerda que nació en el antes DF, hoy Ciudad de México (aunque siempre está perdida). Cree que la comunicación es fundamental para crear, recrear y dejar testimonio del paso del ser humano en este mundo. Ha trabajado para los periódicos Crónica y Excélsior y para la revista Expansión. Ha publicado varios cuentos en revistas y antologías literarias. Actualmente imparte talleres de escritura autobiográfica. *Ilustración: Chepe.