sábado 23 noviembre, 2024
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COLUMNAS SARAÍ AGUILAR

«EL ARCÓN DE HIPATIA» El #MeToo: hay que hacer de la justicia nuestra aliada

 

La súbita aparición del hashtag #MeTooEscritoresMexicanos desató una disruptiva ola de cuentas en Twitter con un objetivo común: servir de plataforma para denunciar el acoso y el machismo en campos como el periodismo, el cine, el teatro, la política, el activismo y los que se han ido sumando.

A poco más de una semana, es posible hacer una reflexión más reposada de este fenómeno, cuya aparición explosiva puso en el centro de la discusión la problemática de las mujeres, lo que es muy positivo. Pero la forma como detonó también vino acompañada de excesos y distorsiones que es necesario señalar para contribuir a la efectividad de la iniciativa. Lo digo convencida de que la crítica argumentada no busca desacreditar un movimiento, sino aportar a su fortalecimiento.

El hecho de que de repente se abriera una puerta por la cual pudieran salir agravios contenidos durante años animó a muchas mujeres a exponerlos, señalando a sus agresores con nombre y apellido. Era comprensible que inicialmente no se impusiera un rigor muy estricto a la difusión de todas esas denuncias, bajo el criterio de que toda violencia es violencia.

Sin embargo, sí es necesario imponer ese rigor y distinguir entre qué seguimiento y acompañamiento debe tener una víctima de golpes o violación, y una persona que enfrentó una relación de pareja no satisfactoria.

Escudadas comprensiblemente en el anonimato de las denuncias, se publicaron algunas sin más información que simplemente “me acosó”, otras que no eran testimonios propios, sino de terceras personas o “testigos”; en otros casos hubo relatos de relaciones tóxicas, infidelidades, chantajes emocionales. Y si bien todas pueden ser legítimas, en un espacio como Twitter corren el riesgo de mezclarse y confundirse con las dinámicas de linchamiento y troleo que, por desgracia, abundan sin control en esa red social. Lejos de atraer solidaridad, se puede contribuir a la polarización y generar un efecto contraproducente.

Vemos acusados con rostro, exhibidos a todo detalle en sus relaciones íntimas por acusadores sin identidad. No siempre en esos casos hubo una verificación adecuada. En algunos se perjudicó a homónimos (lo cual fue enmendado).

Otros, cuya agresión llegó al MP, o a los juzgados no alcanzaron la notoriedad de quienes se enredaron en chismes de alcoba que, por muy estruendosos que sonaran, no podían compararse con agresiones altamente dañinas.

Los agravios no se remedian con nuevos agravios. No se hace justicia incurriendo en injusticias. Como víctimas de violencia, debemos ser las primeras interesadas en generar un debido proceso que vaya más allá de la difamación.

Debemos decir sí a crear protocolos para la denuncia efectiva.

Siendo efectiva como primera instancia, la denuncia anónima no puede convertirse en mecanismo permanente. No es fácil, por supuesto, pero si ya se dio el primer paso, lo siguiente es insistir en que la denuncia ante las autoridades sea verdaderamente efectiva. El poner por delante el #YoLeCreoAEllas está muy bien desde el punto de vista del supremacismo por género, pero no es un mecanismo correcto para hacer justicia, menos para erradicar el machismo que parte de la misma tesis. Estar del lado de la víctima no está peleado con otorgar el derecho de réplica.

Bien vale la pena recordar la naturaleza y esencia del #MeToo. Se trata de un movimiento creado por la activista estadounidense Tarana Burke en 2006 para atender a mujeres jóvenes de comunidades marginadas que sufrieron algún tipo de violencia sexual.

Según relató la activista, cuando trabajaba en un refugio de jóvenes, una chica de 13 años le platicó que era abusada sexualmente por su padrastro. Burke lamentó no haber sido capaz de compartir con la chica que ella también fue abusada y decirle “Me too”. Así, la activista decidió crear una red de acompañamiento legal para casos de violencia sexual que sigue vigente al día de hoy.

Aun cuando las violencias denunciadas en México son diversas y no todo se limita a violaciones o golpes, y la violencia psicológica también marca, nuestro #MeToo no es la batalla que pretende dar.

Que quede claro: #YoTambiénLeCreoAEllas. Y sí, sostengo que siempre hay que estar del lado de las víctimas. Pero una agenda por reivindicar la igualdad y defensa de derechos humanos no puede estar exenta de la presunción de inocencia.

No hay que mirar a la justicia con temor. Al contrario, la justicia debe ser la aliada de todos, pues solo en ella encontraremos la protección para el ejercicio de nuestros derechos.

Hay un largo camino por recorrer. Todos tenemos demasiado por aprender. A reconocer violencias, pero también a darles el tratamiento adecuado.

La visibilización ya llegó, urge eliminar la revictimización, la cual seguirá palpable mientras nos instalemos en la victimización eterna.

Como menciona la filósofa alemana Svenja Flasspöhler, se debe apostar “por una mujer fuerte y poderosa, que deje de ser únicamente víctima”.

Entiendo que la lucha es de todos, que mientras más transparente y argumentada sea esta batalla los beneficios serán mayores. Que no se convierta en un antogonismo de #hashtags, que los cambios trasciendan las redes. Si a mi también me violentaron.. urge pasar del #MeToo al #Next.

EN EL FONDO DEL ARCÓN

Armando Vega Gil, integrante de la conocida banda de rock Botellita de Jerez, se suicidó ayer. Había sido acusado de violar a una niña en el #MeTooMusicosMexicanos y él ejerció también en redes su derecho a defenderse. Eso le valió un ciberbullying intenso, que no cesó ni cuando se dio a conocer la noticia de su muerte. Evitar que la discusión nos lleve a decisiones extremas e irreversibles es una buena razón para fortalecer los tribunales y la justicia formal, y no dejar el desagravio en manos de incontenibles e irracionales juicios sumarios cibernéticos.

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