jueves 21 noviembre, 2024
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«RIZANDO EL RIZO» Los facinerosos de las redes

 

“Más vale una mentira que no pueda ser desmentida que una verdad inverosímil”.

Joseph Goebbels

¿La perversión somos todos?  ¿Vinculo social o vinculo virtual? Foucault advierte una relación de poder y sometimiento, en el goce social de degenerar el discurso en la colectividad para denostar al otro. El placer es aniquilar el poder del saber en un acto que se huye se disimula, es decir se es una presencia ausente en donde reflejamos socialmente para mostrar la  falta humana perene, inevitable en el ojo ajeno y no la viga en el propio, ese ojo en donde están  la frustración y la inquina y la envidia social que es producto, un fruto autentico sostenido de la decadencia del capitalismo, que se ve sublimado ante la posibilidad de satisfacer su deseo en el voyerismo de destrozar al semejante, haciendo eco al poema de Jorge Luis Borges: “Yo que sentí el horror de los espejos/ No sólo ante el cristal impenetrable/ Donde acaba y empieza, inhabitable /Un imposible espacio de reflejo”.

Aparece el desconcierto social natural y la simpleza del “tonto útil,” un vanidoso emergente, impulsor de quimeras que succionando por otros es usado para destruir y cual Quijote se vuelca en héroe que suda las calenturas perversas del que ostenta el poder desde cualquier lugar en que este se encuentre, y más aún sin importar de cada lado de la geometría política se está. La fortaleza ideológica sucumbe ante el placer tanático de la destrucción como premisa, si los lobos siempre tendrán hambre serán insaciables.  ¡Y la sociedad esta dispuesta a cumplir este nuevo destino manifiesto!, ¿será que nos sobra tiempo o que nos falta espacio para la creatividad? Como resultado, cada vez más se instituye una sociedad más ignorante, perezosa, pragmática y cómoda, la red tiene el saber total e ingenuamente ya todos lo sabemos todo. Las redes imponen sociedades imaginarias y deponen supuestos sociales, constructos sostenidos por un espacio que no reconoce lo real y lo ficticio. La redes, instalan, marcan tendencias, sitúan imaginarios en una voz colectiva que no leemos con claridad.  Es la fuga total de un nuevo laboratorio humano del que brotan suciedad e inmundicia, para aniquilar al otro y que se amplía como mancha de aceite y hace dudar de que la llevada y traída “civilización” recorra por senderos luminosos y propositivos. Y ante esta vorágine salvaje, iracunda, distorsionada, la respuesta es el temor porque el imaginario se apodera de la realidad.

Entonces, esta pirotecnia perversa, irreflexiva, ansiosa de todo, e insatisfecha de nada apuesta por la inmediatez del fast track, hace lo momentáneo vertiginoso, público e insensible.  Se establece el mundo de la permisividad hacia los facinerosos cibernéticos, los que carecen de ética. Paul Ricoeur en su libro El mal escribió: “La causa principal del sufrimiento es la violencia ejercida por el hombre sobre el hombre. Obrar mal es siempre dañar a otro directa o indirectamente”.

La discursividad, o, mejor dicho, las discursividades que se construyen en la red alteran el efecto de realidad que se tenía en el momento anterior a su hegemonía. Si bien, la realidad siempre ha estado construida desde lo social en la medida en que el grupo acepta o rechaza lo que cabe en el concepto; las redes sociales construyen lo real desde la ausencia. No importa si el referente primario es o no es conocido, sino que la medida en que se replica su presencia discursivamente se acepta lo que de él afirma la mayoría sin incluir procesos de verificación algunos.

El acceso a gran cantidad de información ha derivado en la falta de crítica sobre la veracidad de la información, esparciendo el rumor sin acudir siquiera al referente. La ausencia se multiplica por las disparidades de tiempos y lugares, por lo que no extraña que importemos rumores del lejano oriente y los consumamos como verdades absolutas. El rumor es no sólo objeto de consumo, sino pretensión de lo real, invadiendo los círculos más cercanos de la conformación social de un ser humano. Siempre será el rumor de los múltiples semblantes amorfos e inciertos.

Las redes sociales han borrado las líneas limitantes de las diferentes personalidades del ser humano. En un mismo espacio se concentra el papel de hijo, amigo, primo, pareja, amante, trabajador, ciudadano, vendedor, aficionado o detractor. La discursividad que diferenciaba las narrativas de una misma persona no existe más. Eso se demuestra en el banal uso que se hace de la dimensión íntima o de la trayectoria de una persona: hoy exhibir la intimidad o una falsa realidad que paradójicamente se comparte en la red, es la mejor manera de destruir la reputación de alguien, incluso cuando esté sesgada, incompleta o sea propiamente aparente. ¿Una nueva falsa moral?  Los facinerosos de las redes atropellan con la bajeza y la vulgaridad de nuestro tiempo, de vacíos éticos, aquella idea de Goethe: “Cuanto hacemos tiene consecuencias. Pero no siempre lo justo y razonable produce consecuencias felices, ni lo absurdo consecuencias desfavorables, sino que a menudo acontece lo contrario”.

 

Manchamanteles

Tierra adentro, en el marco de los ciento cincuenta años de la erección del Estado de Morelos, el Grupo Kósmos, encabezado por Julia Jayme Salas, diseñadora especializada en producción editorial de publicaciones de divulgación de la ciencias y las humanidades, lanzó la primera biblioteca digital de aquellas tierras surianas, especializada en temas de historia regional y cocina tradicional. El acervo documental digitalizado de la coleccionista Rosario Castro Quintero, que está integrado por 300 obras, libros, revistas, folletos y periódicos, que van de 1831 a 1990, podrá ser consultado a través del sitio biblioteca.morelos.gob.mx. Un proyecto más que pertinente, apoyado bajo el esquema de coinversiones entre el Fondo Nacional para la cultura y las Artes, la Secretaría de Cultura Federal y el Instituto Estatal de Documentación y la Secretaría de Turismo y Cultura de Morelos. Que sea la primera de varias etapas. ¡Muchas felicidades!

Narciso el obsceno

Felices aquellos que encuentran en la aparente bondad y en el deber ser y lo políticamente correcto, la que creen su propia grandeza. Su narcicismo es tal que son incapaces de entender que actúan por el deseo de otros.

 

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